Nuestro Occidente en crisis recibe el castigo por su hipocresía autocastradora. Se flagela con la voluntad de ser. Siente vergüenza de ser todavía la forma civilizadora más extensa y dominante. Y lo peor: tiene vergüenza de su pasado, de sus guerras, de su grandeza. Sin embargo, surge una resistencia (bastante tardía) ante este pietismo disfrazado de humanismo envejecido. El escritor Shelby Steele describió recientemente que el mundo occidental en su conjunto ha padecido hasta ahora un déficit de autoridad moral. Hoy, somos reacios a utilizar plenamente nuestro poderío militar para no parecer imperialistas, aunque seamos atacados. Somos reacios a proteger nuestras fronteras para no parecer racistas. No rechazamos a los nuevos inmigrantes para no parecer xenófobos y hasta en los manuales educativos disimulamos los logros históricos para no parecer arrogantes. Los otros tienen derecho a todo. Occidente vive hoy en culpa y a la defensiva. “Es un imperio avergonzado de ser y de haber sido…” Sarkozy recibió un apoyo popular abrumador de la opinión francesa por expulsar a rumanos y gitanos que invadieron el territorio francés. Esto pasa en toda Europa y todos padecen el abuso, pero Sarkozy recibe repetidas reprimendas de la Unión Europea y de los franceses biempensantes, en público. En silencio íntimo lo aplauden, en la pasarela humanista políticamente correcta, lo vituperan.
Los imperios se extinguen muchas veces por callada implosión, como el soviético en 1989-1991. El imperio occidental corre el peligro de una implosión por hipocresía. El síndrome escandinavo consiste, en esencia, en considerar que todos tienen razón, menos los blancos de ojos azules que prefieren la autoflagelación de la culpa. (Esta venganza ya tiene actualidad en la Argentina: cierto racismo al revés.)
Los imperios desaparecen cuando dejan de afirmar sus obstinaciones fundantes (religiosas, imperiales, racialistas, tecnológicas, etc.) William Blake escribió un verso inolvidable: “Si el sol dudase por un instante, se apagaría.” Tal vez a Estados Unidos, proa del imperio occidental, le está pasando esta desgracia. (Intentar la bondad es la enfermedad mortal del tigre, aunque se enojen los humanistas.)
En 1945, vencedor de la Segunda Guerra con Rusia y los ingleses, Estados Unidos significaba el 50 por ciento del poder económico mundial y la única fuerza nuclear. Hoy, es la mitad del poder económico de entonces, y en crisis. Militarmente, carece del unicato que no usó en su tiempo de apogeo. Empató la Guerra de Corea, pese al consejo de McArthur de ir hasta el final con el uso del poder atómico. A partir de allí, perdió sus tres guerras más importantes: Vietnam, Irak I e Irak II, y se encamina con melancolía al matadero de Afganistán, prometiendo, eso sí, retirarse a fines de 2011.
Sus tropas son reclutas sin convicciones superiores, sin sombra de metafísica. Piensan sólo en tachar los días con una tiza hasta regresar at home, a la nadería del american way… El soldado islámico prefiere la muerte sagrada del samurai. Su casa es el Todo, la casa de Dios. En Asia, la democracia liberal es un dios de segunda, no arrima bochín.
De Olof Palme, que fue una especie de Balbín nórdico, hasta hoy Occidente se siente culpable de ser rico, de haber matado y muerto por su Dios, de haber movido los ejércitos mas grandes de la historia, de haber adorado a Julio César, a Napoleón, a Nietzsche. Hoy tiene que renunciar a las fiestas, crueles o santas, de ser. Hasta tiene que proteger a las bestias que en la libertad del bosque lo devorarían, como lo hicieron los tigres gigantes antes del impacto de aquel asteroide equivocado que cambió el eje de la Tierra. Por esto, las mujeres usan hoy tapados de plástico (¿pero, hay algo más excitante que una bella adolescente desnuda dentro de una piel de jaguar?).
Es sabido y repetido que después de Gibbons con Roma fue Spengler quien en 1918 estudió y pronosticó nuestra decadencia hipócrita. Con esta frase cierra su obra monumental: “La historia universal es el tribunal del mundo: ha dado siempre la razón a la vida más fuerte, más plena, más segura de sí misma; ha conferido siempre a esta vida derecho a la existencia, sin importarle que ello sea justo para la conciencia. Siempre ha sacrificado la verdad y la justicia al poder, a la raza, y siempre ha condenado a muerte a aquellos hombres y aquellos pueblos para quienes la verdad era más importante que la acción y la justicia más esencial que la fuerza”.
*Escritor y diplomático.