De cara al 14 de noviembre, la simplificación y la vacuidad son las figuras estelares de las campañas de los dos partidos mayoritarios. En la medida en que nuestras decisiones son cada día más condicionadas por un estado de cosas que nos lleva a estar a expensas de mecanismos virtuales que rediseñan las formas de vinculación y consumo, la libre elección parece parte del pasado, pero siempre se puede hacer caso omiso.
En una reducción paroxística de la problemática social, JxC recurre en su cartelería callejera a planteos de este tipo: sobre la imagen de un barbudo aparece la consigna “Respeto o amenazas #yodecido”. Si no estamos en modo automático, la disyuntiva formulada invita más bien a pensar en todo lo que hay en el medio de la amenaza y el respeto y a preguntarse por qué se cree que robotizar el comportamiento masculino a ese nivel se relaciona con la libertad de elegir.
Hace unos años, algunas estudiantes que cursaban Guion en mis clases presentaron un trabajo de ficción muy gracioso titulado Las aventuras de Andresito, el aliade, en el que el protagonista, enfundado en un pañuelo abortero y usando lenguaje inclusivo, caía en cada uno de los vicios machistas posibles. Las chicas habían advertido que aquello que podríamos denominar redutio ad hashtagrum no sirve o, peor aún, sirve para encubrir la perpetuación de un problema, pero ni dirigentes ni candidatos parecen hacerse cargo.
Otra prueba de ello es la publicidad oficialista, consistente en efectuar preguntas a las que nadie en su sano juicio diría que no y contestar “Sí”, como si con una obviedad algo se revelara. La derrota no motivó mayores explicaciones: De #lavidaquequeremos a un monosílabo, sin escalas.
Mientras los problemas del país se complejizan, la política posterga la comunicación real con sus votantes, apostando al hashtag, al eslogan, al tuiteo, la chicana, a algo que podríamos calificar, en definitiva, como la nada misma.
