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La carne que tienta...

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“Y la carne que tienta con sus frescos racimos”, meditaba Rubén Darío, el inventor de América, el rey de los poetas, el cortés saludador de águilas que sin embargo prefería los cóndores, cuya obra releo una vez más para homenajearlo en el congreso que para conmemorar el centenario de su muerte (que se cumple hoy mismo, 6 de febrero) organiza la Universidad Nacional de Tres de Febrero entre el 7 y el 10 de marzo próximo.

Ese verso siempre me pareció inquietantemente raro: ¿cómo entender esa imagen, un racimo de carne fresca? De un modo o de otro, siempre será sexy.

Mucho más teniendo en cuenta lo que la carne representa hoy por hoy en nuestras dietas, cada vez más empujadas hacia el veganismo obligado.
¿A cuánto está el kilo de asado, según el ministro de Hacienda? A él le parece un exceso. A mí también (me apresuro a coincidir con él en este único punto). ¿Habrá carne importada de Paraguay? Aviso que yo no como carne que no sea argentina. Ya bastante mala sangre me hice con los chorizos y las morcillas uruguayas, ya que nadie me había advertido sus peculiaridades.

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Más gravemente, leo que Memphis Meats Inc., una empresa sanfranciscana, pretende vender dentro de tres o cuatro años carne desarrollada a partir de células animales en tanques de acero. ¿Estamos todos locos o nos toman por pelotudos?

Si yo ya no como ni pollo, ni salmón, ni cerdo, ¿pretenden que coma ahora carne de cañón? La llaman “carne cultivada”, y no será ni de vaca, ni de cerdo, ni de ciervo, ni de conejo porque, aunque usen células madre de esos orígenes, la carne no llegará a constituir ni cuerpo ni animal vivo ni, por supuesto, racimos en el sentido en que los entendía Darío: cuerpos entremezclados en turbio montón, la vida cultivada.

Esta carne no me tienta: me paso a las berenjenas, bien carnosas.