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La consigna es “desyabranizar”

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En su oficina del pasaje Carabelas 241, Lázaro Baéz escuchó el lunes pasado de boca de sus asesores de comunicación el término “desyabranizar”. La noche anterior había visto en su residencia porteña, una de las tantas propiedades que tiene a lo largo de la Argentina, el programa de Jorge Lanata que lo tenía como actor principal de una denuncia por lavado de dinero. Para entonces, el escándalo se multiplicaba en forma viral y su cocktail de política y farándula abría una autopista en los medios de comunicación que lo transportaba a niveles desconocidos de audiencia. Baéz y sus colaboradores analizaron los pasos a seguir. Se arrojó sobre la mesa la posibilidad de responder a través de una entrevista radial. Pero la aparición estrambótica de Leonardo Fariña en televisión lo convenció de lo contrario.

Ayer, finalmente, y ante la perspectiva de nuevas denuncias, Báez resolvió dar la cara en el entorno conocido de Río Gallegos. Habló pero no respondió preguntas.
Ahora está en la búsqueda de un vocero para cambiar su estrategia frente a los medios.

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Los empresarios ligados al poder político perciben la figura de Alfredo Yabrán como el acoso de un espectro. Fue alguien que se cuidó toda una vida por incrementar su fortuna e influencia lejos de las las cámaras y la prensa, y terminó pegándose un tiro cuando la Justicia lo acorraló como instigador del asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas. Era el emblema de los negocios turbios del menemismo.

Desde su muerte, el apellido Yabrán adquirió nuevos significados. Se transformó en sinónimo del poder en las sombras, de la combinación entre transacciones ilegales, complicidad política y oscuridad. Con su aparición en Río Gallegos, Lázaro Báez intentó comenzar a sacarse de encima el último de los adjetivos. La Justicia debería dilucidar si los otros le corresponden.