COLUMNISTAS

La constelación

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Después de años y años de leer solamente libros de periodismo de investigación (¡los de Nelson Castro me los sé de memoria!) quise variar un poco y leer narrativa argentina actual. Como no conozco nada del tema, acudí a mi amigo F. (un joven escritor que recién está dando sus primeros pasos en la literatura, y de quien estoy convencido va a triunfar: es especialista en marketing y está siempre en la pomada). Sin dudar, F. me recomendó A rebato, de Emilio Jurado Naón, nacido en 1989 en Buenos Aires, cuyo libro fue publicado hace casi un año por Blatt y Ríos. Fue una buena recomendación porque el texto es bien interesante. Organizado en tres relatos y un epílogo (en el que imagina una escena con César Vallejo, a partir de un poema en prosa perfecto del poeta peruano: “Existe un mutilado, no de un combate sino de un abrazo”), A rebato parece retomar, lejanamente, cierto estilo, o tal vez cierto proyecto presente en algunos libros de Pablo Katchadjian. Ese “lejanamente” hay que entenderlo como el eco de un eco, un diálogo entre dos que no dialogan, como un horizonte de preocupaciones literarias en el que, cada uno en su posición, a su distancia, a su manera, indaga sobre un espacio común, que bien se podría caracterizar como la pregunta por el sentido pensada en la herencia del surrealismo, de la tradición del nonsense, en la amplia constelación que sospecha, para la narrativa, de la causalidad lineal, de las referencias a un realismo ramplón, y de las convenciones del mercado.

En A rebato se leen frases como: “Apenas llegué a la ciudad me lavé los pies en el bidet, me sequé con un toallón nuevo, desaté un par de medias, deslicé los pies dentro de ellas, me puse los borcegos y salí a la calle. Me detuve: algo me molestaba entre el dedo gordo del pie izquierdo y la plantilla. Paré contra un poste de luz para descalzarme, y el poste cedió doblándose por la mitad con un ruido cavernoso. Estaba oxidado y del interior salían pedazos de herrumbre como papel picado. Arrastrando cables de electricidad y hojas secas el caño se desplomó sobre el techo de un auto, ¡clac! Se abrió la puerta del Fiat, de donde salió, a rastras, un cuerpo ensangrentado”. Se trata de un mecanismo de aceleración –escandido por una puntuación a base de comas, que traen un inesperado aire saeriano en algunos pasajes– y de la búsqueda de efectos menores que, agigantados por la prosa loca de Jurado Naón, se vuelven casi una introducción a la perplejidad: “Existe un mutilado. Ayer lo vi estirándose sobre el pasto en una plazoleta rala. Me paré un segundo a rasarme la nariz y pude observarlo con un instante de detenimiento: yacía, entre caído sin querer y desplegado a propósito. La contradicción me dio hipo (…)”. Algún chiste de más no empaña el texto (en todo caso, mejor equivocarse por exceso que por retracción) que avanza, y avanza triunfantemente atravesando personajes que, al cabo de un momento, parecen funcionar como puntos de pasaje, como hitos, como deícticos que señalan un aquí y un ahora, antes que como cuerpos o mentes con interioridad, emociones o incluso subjetividad. Jurado Naón tiene en claro que los personajes verosímiles no tienen ninguna chance de funcionar en su sistema y no se entrega a la menor tentación en esa dirección. De mi parte, muy agradecido.