Es posible que el fallo de la Corte sobre la Ley de Medios brinde a la Presidenta una oportunidad para reaparecer en un contexto más favorable que el de una derrota electoral. Pero de ahí a suponer que la Corte actuó premeditadamente, calculando el timing adecuado, hay un gran trecho. También es posible suponer que a los miembros de la Corte no se les escapan los múltiples aspectos de la realidad del país que rodean a sus decisiones y a sus actos y, por lo tanto, algunos efectos no jurídicos de lo que hacen; después de todo, son seres humanos y ciudadanos que leen los diarios, miran televisión todos los días y oyen hablar a los demás (el mismo presidente de la Corte dijo que el fallo no fue hecho público antes para no incidir en la elección legislativa). Pero de ahí a atribuirles motivaciones centralmente basadas en esos aspectos hay un largo trecho. Es posible que la Presidenta de todos modos hubiera esperado algún momento propicio para reincorporarse a sus funciones, un momento en que la atención de gran parte de la sociedad estuviera fijada en algo distinto a la reciente elección legislativa; oportunidades no le faltarían, el fluir de los acontecimientos siempre las proporcionan
Habría que hacer la cuenta, pero no debe ser difícil demostrar que habitualmente no pasan muchos días después de una elección para que en la calle se esté hablando de otra cosa. El tratamiento jurídico, como el mediático y el político de la Ley de Medios seguirá su curso sin tener mucho que ver con el resultado de la votación del 27 de octubre y la manera en que cada uno procesa esos resultados.
No han faltado algunos dirigentes —por suerte, bastante pocos— ni algunos ciudadanos planteando dudas sobre la independencia de los miembros de la Corte. Es muy argentino clamar por la calidad institucional cuando se supone que ésta producirá resultados que a uno les gustan pero descalificar a las instituciones cuando lo que sucede no gusta. Esa es la principal raíz de la intolerancia: suponer que si alguien piensa distinto de uno es por razones venales, malintencionadas o insensatas. Por eso es bueno reiterarlo: las buenas instituciones no son las que producen todo lo que a uno le gustaría que suceda en el mundo, son las que regulan con neutralidad, en medio de preferencias e intereses distintos y a menudo encontrados. Y desde luego siempre, inexorablemente, detrás de las instituciones hay seres humanos actuando y tomando decisiones.
Por no aceptar estos principios elementales la Argentina ha sufrido de baja calidad y alta inestabilidad institucional desde hace muchísimo tiempo.
La Ley de Medios tampoco es neutra, por cierto. Debería ser aplicada de la manera más neutra posible, revistiendo su aplicación de todas las garantías posibles para que la Justicia dirima los eventuales derechos afectados. También es de esperar que esta ley, que casi todo el mundo piensa que fue concebida para ser aplicada excluyentemente al grupo Clarín, sea reglamentada y aplicada con pleno respeto al principio de igualdad ante la ley —esto es, sea o no Clarín el afectado por la normativa—. De lo contrario, se estará ante un verdadero escándalo legislativo, y no por culpa de la Corte.
Si, por lo demás, se entiende que todo esto, empezando por la misma ley, es de patas cortas, porque el mundo —y con él la tecnología— cambia más rápidamente que nuestras leyes, se quita algo de dramatismo a la situación. (Es muy ilustrativo al respecto el análisis del especialista Henoch Aguiar en La Nación del 30 de octubre). Ya muchos jóvenes de hoy acceden a más contenidos a través de herramientas digitales que a través de las señales televisivas disponibles. Pronto el mundo entero estará consumiendo contenidos mediáticos a través de canales difícilmente controlables. Finalmente, se trata de una historia conocida desde que el mundo es mundo: el obstinado empeño de los gobernantes y de los reguladores por controlar lo que no se puede controlar.
*Sociólogo.