COLUMNISTAS
aceptacion pasiva

La declinación de la educación pública

|

La pasividad con la que la sociedad argentina acepta la declinación de la educación es una clave para entender por qué somos una nación con mal desempeño, por qué venimos declinando –desde hace por lo menos sesenta años– en muchos indicadores con los que podemos comparamos con el resto del mundo. La educación ha pasado a ser una de esas cosas que en la Argentina resultan intocables, un tabú que inhibe a los políticos, a los empresarios y a muchísimas personas. El tabú tiene marca ideológica típicamente argentina: si alguien sostiene que hay que mejorar la formación de los maestros, evaluar a los colegios o mejorar la calidad de la enseñanza, inmediatamente es tildado de “derechista”; los políticos evitan caer en ese oprobio, los empresarios se protegen de las represalias de los “progre” y la gente común, de clase media para arriba, se desentiende porque sus hijos estudian en escuelas privadas.

Es algo increíblemente necio. No hay nada menos “progresista” en Brasil o en Uruguay que en la Argentina, pero allí los gobiernos llevan adelante políticas educacionales audaces y los dirigentes productivos no sólo las acompañan, sino que a veces se adelantan a ellas. La educación pública argentina fue instituida y desarrollada hace más de un siglo por gobiernos que eran cualquier cosa menos de izquierda; de hecho, el folclore ideológico suele llamarlos “oligárquicos” –cuando en realidad, representaban a una burguesía modernizante y “progresista” en el sentido de la expresión en el siglo XIX.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

La educación pública, en los tres niveles de enseñanza, fue el cimiento sobre el cual se edificó el desarrollo social y económico de la Argentina moderna. Su declinación es la causa principal de la declinación argentina. Es difícil establecer cuándo empezó.
En 1958, la sociedad fue conmovida por la ardiente oposición en las calles entre partidarios de la enseñanza “laica” (pública) y “libre” (privada). Me cuento entre quienes manifestamos a favor de la “laica”. Todo aquello no impidió la habilitación de universidades privadas, contra las cuales las fracciones reformistas de las universidades nacionales continuaron oponiéndose durante algún tiempo. Como fui parte de eso, y ahora pertenezco orgullosamente a una universidad privada, y mis hijos se educaron en establecimientos primarios y secundarios privados (como los hijos de la mayoría de los dirigentes políticos y empresarios del país) puedo decir que aquello fue una tontería. En pocos años, los académicos de las universidades nacionales y los de las privadas se relacionaron productivamente y el resultado fue una mejora de la calidad universitaria general. La “libre” se ideologizó tanto como la pública; su aporte de cuadros a los movimientos subversivos de los 60 y 70 no tuvo nada que envidiar a las estatales.

En 1966, el gobierno militar intervino la UBA. Creo que eso marca un hito en la declinación. Por los gobiernos militares, pasaron ministros de Educación con ideas tan extraordinarias como prohibir la enseñanza de la matemática moderna, por su potencialidad subversiva, imponer principios disciplinarios más propios de cuarteles que de colegios, prohibir a las maestras vestir pantalones o desalentar las expresiones culturales “foráneas”.

No fue la educación privada la que provocó la declinación de la educación pública. Fue el creciente desinterés de los sectores dirigentes argentinos por la calidad de la enseñanza. Progresivamente, fue creciendo la matrícula privada en todos los niveles de enseñanza, las elites argentinas fueron enviando a sus hijos a los establecimientos privados y la educación pública quedó librada a la burocracia estatal y los sindicatos. Y a nadie le importó realmente lo que empezó a pasar. Así es hasta hoy.

Recuerdo el día en que el entonces presidente de la Nación Néstor Kirchner, junto con su ministro Daniel Filmus, otorgó la habilitación definitiva a un grupo de universidades privadas. Tuve el privilegio de estar presente. Recuerdo las palabras de Kirchner porque pronunció un elogio casi sin límites del papel de la educación privada en la Argentina. Su ministro de entonces, y el que lo sucedió, Juan Carlos Tedesco, y el actual, como tantos otros antes, han formulado diagnósticos muy correctos del problema de nuestra educación. Pero no pasa nada. El problema de fondo no es “ideológico”; es el desinterés de los sectores dirigentes por la educación.

Escuché decir a Tedesco, antes de ser ministro, que el objetivo debe ser ofrecer a los chicos que nacen en los ambientes de la pobreza la mejor educación posible, porque las familias de las clases medias pueden conseguirla por sí mismas. Eso no está ocurriendo. Estamos contemplando cómo nuestro país se desmorona entre las ruinas del cimiento sobre el cual fue edificado y no estamos haciendo nada.

*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.