Alejados del televisor, creímos escuchar a Scioli hablando con la voz de Macri. Es cierto, faltaban los “con paciencia, con esfuerzo”, pero allí estaba la continuidad, no el cambio. Es que el sciolimacrismo nos decía que todo seguía: no sólo la intocable asignación universal, sino el Estado estratégico: en el subsuelo (YPF), en el futuro (Anses) y en el aire (Aerolíneas Argentinas). ¿Qué había pasado?
Que en la segunda vuelta porteña, el exiguo triunfo de Rodríguez Larreta sobre Lousteau había derrotado a Macri. Cabe preguntarse qué debe ocurrir para que ganar sea perder –o viceversa, porque es claro que perdiendo por poco, Lousteau ganó–. El secreto está en el modo en que las expectativas orientan y determinan la valoración de los hechos. Cuando comenzó el proceso electoral, se dio por descontado el triunfo del macrismo en Capital. A tal punto fue así que Macri arriesgó en la interna, apostando en contra de Michetti.
Y no le fue mal en esa instancia. Pero la cuestión de fondo no se encontraba allí, sino en la confrontación en el frente Cambiemos –que ahora debiera rebautizarse “Continuemos”–. ¿Cuál era la expectativa para esa confrontación? Que el candidato de Macri le ganara con comodidad al de sus socios de ECO, del mismo modo que se espera ocurra con Macri mismo frente a Carrió y a Sanz en las PASO. Pero Lousteau jugaba a ganador, no a sparring con derrota asegurada. La perspectiva que expresaba por sí mismo era llegar lo más lejos posible, y en ese camino recibía el natural refuerzo del voto opositor en la Ciudad de Buenos Aires, que había votado mayoritariamente por el FpV.
El comienzo de la derrota entonces fue no aceptar el escenario real de segunda vuelta, con el que, sin embargo, se había contribuido de mil maneras. Si la construcción de sentido hubiera sido otra, ganar por tres puntos de diferencia después de ocho años de gestión, podría haberse visto como heroico, en un distrito en el que los votos no son cautivos, sino que hay que cautivarlos cada vez.
Esto muestra una impericia política notable en las filas del PRO, agravada por la súbita conversión de Macri del domingo por la noche. Se entiende que haya querido producir un nuevo acontecimiento político, sobre todo uno que borrara de la escena el hecho de que su candidato a la Jefatura de Gobierno ganara gracias al volumen del voto en blanco. Pero en este caso, el hecho se produce como un cortocircuito dentro del sistema de expectativas que amplifica la derrota acaecida por la valoración del resultado: hasta ese momento Macri era el cambio, aunque no se supiera en qué sentido; después, es la continuidad, aunque no se sabe de qué modo.
En resumen, la semana comenzó con un hecho político que podría redundar en que Macri haya perdido ya la elección, aun antes de llegar a octubre. Depende de si de aquí a las PASO recupera la credibilidad perdida, pero también de que Massa no logre aprovechar bien la oportunidad que se le ha abierto: reconquistar para sí las expectativas de ser el rival del oficialismo que llegue a una hipotética segunda vuelta.
Pero para ambos, Macri o Massa, la situación es difícil, porque la presunción instalada es que la fórmula Scioli-Zannini ya ganó. Contra esta convicción es que compiten. ¿Pero de qué se sostiene esta cuasicertidumbre? De la fortaleza política de la presidenta Cristina y de la habilidad de Scioli para seguir absorbiendo sólo expectativa positiva.
Otro hecho de la semana ilustra, por contraste, la fortaleza de CFK: mientras la continuidad del gobierno de Dilma Rousseff está en riesgo, Cristina retiene un apoyo de por lo menos el 40% de la opinión pública nacional. Una vez más, la situación se comprende cuando se pondera el fino tejido entre expectativas y realidades que la Presidenta urde personalmente y que, a diferencia de Penélope, no desteje de noche. Es una fortaleza en la que “el relato” se encuentra con la realidad: ¡si hasta la breve corrida contra el peso fracasó!
Y ya que estamos comparándonos con Brasil, sería injusto limitarnos a la política. Nada desmiente el notable desarrollo de nuestros socios y hermanos en muchos planos en donde nos aventajan con claridad. ¡Por ejemplo en el medallero olímpico, donde nos duplican, tanto en la sumatoria como en el oro! A propósito de ello, ¿tenemos una esperanza clara en relación con nuestros deportistas? ¿Nos satisface o no el 7º puesto que hasta ahora tenemos? Es el mismo que obtuvimos en el año 2011, uno mejor que en 2007, pero lejos de aquel primer puesto de 1951, cuando la competencia se hizo en Buenos Aires (todas las otras ediciones las ganó EE.UU.).
En estas “noticias” se percibe la influencia de expectativas y contextos sobre la significación y la valoración de los hechos. Por ejemplo, si en la tierra de la presidenta Cristina se hiciera un experimento como el que se hará en las tierras bajas de Máxima, reina consorte, estaríamos al menos una semana debatiendo si eso no profundizará el clientelismo, si no fomentará la vagancia, etc. etc. Pero en los dominios de la Casa de Orange no se especula políticamente con eso. (He ahí otro efecto posible de la ola naranja: ¿si llegara Scioli al gobierno, “la Casa Naranja” y la de Orange unificarán sus dominios?).
Fuera de broma y de relativizaciones contextuales, quisiera terminar con una noticia muy alentadora y que quizá sea la principal de la semana: en Córdoba, la Justicia prohibió que productores de soja fumigaran cerca del barrio de Ituzaingó, luego de que durante diez años los pobladores denunciaran dramáticos episodios de contaminación, como la existencia de tres o cuatro casos de cáncer por familia. Es un avance de conciencia en la salud pública que debiera retomarse a nivel nacional. Los candidatos a la Presidencia debieran pronunciarse sobre cosas de fondo como éstas, y no sólo en materia de salud pública, sino también en otras dimensiones estratégicas de la vida colectiva. Eso cambiaría las expectativas, y sobre todo, la realidad.
*Senador de la Nación (2007-2013). Filósofo.