“Está bueno pelearse con los buitres”, evaluaba un funcionario del gobierno nacional y aspirante a una de las candidaturas que se definen en 2015. Afuera llovían las críticas sobre la forma como el oficialismo había manejado las negociaciones judiciales con los fondos buitre y arreciaban adjetivos como “ineptitud”, “irresponsabilidad” y “fracaso”. La profunda distancia entre ambas miradas explica en gran medida las dificultades que persisten entre los analistas para comprender la dinámica del Gobierno, incluso más de una década después de la llegada del kirchnerismo al poder.
Cristina Kirchner condujo decididamente el proceso judicial de Nueva York hacia la instancia final de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. No aceptó las alternativas que a lo largo del proceso se abrieron para negociar. Y se encontró del otro lado con jugadores de alto riesgo cuya especialidad consiste en ser los últimos en saltar antes de que el avión se estrelle.
De ambos lados, la apuesta favorita fue siempre ganar sin ceder. Aquella fue la gran diferencia con los protagonistas del acuerdo con el Club de París. El juez Thomas Griesa lleva adelante causas de acreedores de la deuda argentina desde 2003. Los protagonistas se conocen hasta el cansancio. No hubo sorpresas. El objetivo del Gobierno era llegar a diciembre, cuando se vence la cláusula que impide a la Argentina ofrecer a los bonistas condiciones mejores que las recibidas por quienes entraron al canje. Finalmente, la Corte norteamericana falló antes y su resolución fue adversa. Pero el llamado a enfrentar a los buitres, las promesas de nueva épica, prendieron rápidamente en las adormecidas ramificaciones del oficialismo militante. Se mandó imprimir afiches. Se organizaron marchas. Se contrataron pintadas. La insinuación de epopeya despabiló a los coroneles de la militancia, que habían soportado los últimos meses con la defensa en alto, en un rincón del ring, mientras recibían uno tras otro los golpes del Caso Ciccone y las revelaciones en torno al papel jugado por el vicepresidente Amado Boudou. Para algunos, el fallo fue una bendición.
La decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos hizo temblar el puente que habían imaginado el titular del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, y el ministro Axel Kicillof, para que circularan de regreso al sistema financiero los dólares que se necesitan para quitarles presión a las reservas y mantener encendida la luz al final del túnel. Pero el fallo también permitió a Cristina Kirchner recuperar la centralidad que el escándalo del vicepresidente le había arrebatado. Obligó a la mayoría de los candidatos a sucederla a expresarle, en mayor o menor grado, señales de apoyo y acompañamiento. Y le devolvió una consigna que engloba a la mayor parte de la clase política, y que permite al kirchnerismo una vez más presentarse como defensor del interés nacional; un lugar apetecible en el imaginario de la dirigencia. Aquello que el FMI significó para los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, el fondo buitre de Paul Singer puede representar para el ideario de Cristina Kirchner.
Lejos de los discursos, en el interior del Gobierno se debatieron las alternativas que podían jugarse para salir de la crisis. La idea de patear el tablero y avanzar hacia un default sólo sirvió como amenaza para los buitres. Las alternativas reales que se barajan van desde aceptar la oferta de un banco internacional, que serviría como intermediario, hasta pagos parciales con bonos y efectivo. De esa forma, finalmente, el camino del Gobierno avanzará entre el discurso de la épica y la realpolitik de la negociación con los abogados. “Si cerramos el problema del juicio en Nueva York, ya no queda nada por resolver en el frente financiero”, se entusiasmaba ayer un miembro del Gobierno. Aquello que es visto como catástrofe para unos entusiasma a otros. Otro secreto para entender la última década