Si alguien en diciembre de 2017, cuando el dólar estaba en $ 19, soltaba la idea de que para agosto iba a valer $ 31,50, no solo lo iban a tildar de delirante, también le iban a preguntar: “¿Adónde irá a parar el Gobierno?”. Bueno, el dólar no solo cerró el viernes en $ 31,47, sino que la perspectiva es que siga subiendo en el corto plazo, con todas las variables de la economía en detonación.
Así, la pregunta que sigue es por la capacidad de dilatación de los canales por los que penetra tamaño sacudón. Cuánto más pueden estirarse los actores económicos. Cuánto más pueden aguantar los bolsillos de las familias, los presupuestos de las empresas. Cuánto más debe abrirse el diámetro de la esperanza de los que todavía le creen al Gobierno que el esfuerzo se traducirá en crecimiento. Cuál es la almohada para morder hasta que se vean posibles escenarios de placer.
Es una duda central para los próximos días, tal vez meses o incluso para todo el tramo que le queda al mandato de Mauricio Macri. ¿Ya da lo mismo si el dólar se estabiliza en $ 32, $ 33 o $ 34 y termina el año en $ 37 o $ 40? Después de un salto del 50% de la divisa en el primer semestre, con duplicación de la inflación esperada, derrumbe de la actividad y suba de la pobreza, ¿estamos ante un acostumbramiento donde ya no importa el tamaño y la fuerza de lo que empuje el mercado financiero? ¿Será este el primer gobierno en la Argentina que deja subir $ 20 el tipo de cambio en un año sin volar por los aires?
La inquietud es válida en un contexto de mala onda récord de eso llamado “los mercados financieros” con la Casa Rosada. Después de un par de años de llevarlo en andas por los centros de poder, ahora los bancos y fondos de inversión que el Presidente intenta reenamorar hacen pronósticos cada vez más parecidos a los de El Destape, el envío del periodista afín al kirchnerismo Roberto Navarro, en YouTube. “Dólar a $ 40 y default”, decía el zócalo de una de sus últimas ediciones. ¿Es muy distinto de lo que están diciendo los reportes en los despachos de banqueros en Wall Street? Tal vez la lección central del Gobierno en este 2018 sea esa: nunca le creas a un inversor financiero, no gobiernes para ellos. Tal vez no tenías otra, tal vez era lindo el carry trade, la bicicleta que te mantenía el dólar planchado. Hasta que se va y lo querés retener. Te va a pedir tasa, si no se va. Te va a pedir que muestres capacidad de pago, que ajustes, si no se va. Te va a pedir que aun haciendo eso con mil medidas antipáticas también demuestres que vas a ganar las elecciones “para que no vuelva el populismo”, si no se va. Son jodidos los mercados.
Otra vuelta. Lejos de hartarse, el Gobierno pareciera redoblar sus esfuerzos para satisfacer todas esas demandas. Con tours de funcionarios por Wall Street, trata de que lo vuelvan a matchear en el Tinder de las finanzas. En julio fue el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. No bastó. Subieron los seguros contra default. A comienzos de agosto viajaron Mario Quintana, de Jefatura de Gabinete, y colaboradores del titular del BCRA, Luis Caputo. Nada. Riesgo país récord, salida de capitales. Ahora Macri espera mostrar en unas semanas en EE.UU. que en 2019 el ajuste fiscal está asegurado y el programa financiero también.
Y además, dirá que va a ganar las elecciones porque entiende que las noticias que llegan desde cuadernalia lubricarán este torrente de malas noticias económicas que aún no parece tocar fondo. La ilusión es que haya algo así como un “voto inodoro”, que valore desde el streaming cloacal de los José López y los Claudio Uberti en Comodoro Py hasta alguna obra pública terminada de las que estaban en marcha antes de la explosión financiera, como los baños de la estación Constitución.