Tras las primarias en Buenos Aires, el oficialismo, confundido, primero ignoró la derrota y luego desconoció a los ganadores, a quienes sindicó como suplentes, mientras desafiaba a debatir a los titulares, quienes detentarían el poder real. Adicionalmente, se cuestionó la voluntad del electorado opositor, al cual se amonestó por alentar intereses ajenos al pueblo.
Las encuestas revelaron luego que la brecha entre Sergio Massa y Martín Insaulrralde se expandía hasta 18 puntos. Una semana después, una Presidenta que parecía haber recobrado la mesura y la racionalidad política anunciaba la suma del mínimo no imponible; medida que beneficia a millones de asalariados. Las encuestas muestran ahora que la brecha descendió a 13 puntos (43% vs. 30%). Existen dos estilos presidenciales antagónicos: uno que exaspera y genera hostilidad, y otro que reconcilia y concita adhesión. En 2010 la imagen presidencial había caído. Pero el fallecimiento del Néstor Kirchner permitió la emergencia de una Presidenta sensible, capaz de exhibir su dolor pero conservando la entereza para ejercer sus funciones. Esa faceta, sumada al buen momento económico, coronó el triunfo con el 54% de los votos.
Pero esa inyección de legitimidad, lejos de contribuir al desarrollo de un proyecto político, condujo a una paulatina implosión de su poder. A veces, al afán de ir por todo termina en la nada.
Cabe bosquejar una explicación psicológica. Y considerar la ideología como la expresión de una personalidad. Así, la tesis de Ernesto Laclau, su idea de tensar la dialéctica amigo-enemigo como modo certero de salvaguardar los intereses del pueblo, no sería sino la racionalización de una posición personal de la Presidenta. Disposición que también explica por qué una mandataria que intentó ir por todo terminó quedándose con poco.
En el presente, la Presidenta aspira a recuperar su agenda e instaurar una puesta en escena de sensibilidad hacia los problemas ciudadanos. El talón de Aquiles de esa estrategia es que quizá se corresponda más con la apariencia que con la esencia de la personalidad presidencial. Razón por la cual puede tornarse un juego difícil de sostener en el tiempo.
Lo anterior parece pecar de una omisión importante: ¿Cuáles son los roles de Insaurralde y Scioli? Más allá de lo provocativo de la respuesta, lo cierto es que el mejor modo de caracterizarlos surge al parafrasear a Cristina: a la hora de la verdad, interesa considerar al titular y no detenerse en quienes, a fuerza de alineamientos, se posicionaron como suplentes. Por su parte, Massa parece haber apostado a una estrategia diferente que expresa un juego psicológico distinto. Mientras que la Presidenta parece orientada por la lógica de la confrontación, Massa encarna mejor la lógica de la seducción.
Lo primero corresponde a una estrategia competitiva y, por ende, relacional, donde se trata de mostrar los méritos propios contrastándolos con los males ajenos.
Lo segundo, en cambio, se centra en mostrar que se es portador de un bien capaz de paliar una demanda insatisfecha. Al respecto, uno de los principales axiomas de la comunicación prescribe que para que exista encuentro es necesario conectar una promesa con una ilusión. Esa alquimia se traduce en votos. Y a juzgar por los resultados reales y proyectados, Massa estaría jugando muy bien ese juego.
Por último, una referencia a Margarita Stolbizer y a Francisco de Narváez. Mientras que la primera aumenta su capital electoral (15%) al posicionarse como una alternativa diferenciadora del peronismo, De Narváez parece confinado a ser un opositor cuyo principal activo se agota en ese ejercicio, aunque sin alcanzar una identificación empática con la ciudadanía.
*Director de González y Valladares Consultores.