Nadie encarnó a una deidad sexual de la pampa húmeda como la Coca Sarli; las películas de Armando Bo investigan este evangelio primigenio. El cine de Bo es una religión monoteísta: sus errores y su pésima hechura (que ahora llamamos encanto) dan fe de la distancia entre el humano y la diosa. Bo filma tan mal que dice: soy tan solo un mortal que apenas tiene el control –sus películas rebosan de un garbo titubeante, fotografía despareja, como si filmar a Isabel Sarli fuera una forma de cine extremo, una transmisión en vivo desde un volcán de lava ardiendo.
“Coca” le sienta bien: ella era una adicción hecha cine. El adicto principal era Bo, filmándola locamente, sin poder dejar de filmarla. El cine Bo-Sarli tiene su eje en esta fascinación, como si Bo fuera una especie de Hobbes que necesitara la mediación (la cámara) para contar el acercamiento a la diosa. Como si a Bo no le bastara con poseerla y necesitara la mediación del cine. Si Vadim filma a Bardot en Y Dios creó la mujer, Bo le responde con antropología negativa: “Y el demonio creó a los hombres”. Es el lado B del deseo: el estado de naturaleza en el que se sueñan los hombres cuando están con una mujer.
La locura amorosa del cine Sarli-Bo atraviesa los paisajes de la mitología criolla. Ella emerge de ríos, brota de yuyales, surca lagos patagónicos, se enamora de caballos; un hombre la arroja sobre una res y aúlla: “¡Carne sobre carne!”. Es el grado cero de la mística argentina: vía mediación de la diosa, el hombre puede acceder carnalmente al animal sagrado de la pampa. Nunca le rehuyeron al infierno: en Sabaleros, la Coca cae en unos residuos de cloacas (luego contará que allí contrajo hepatitis). Se dice que nunca dijo la frase: “¿Qué pretende usted de mí?”; sí la dijo, pero con otro sentido. La Coca se baña en el mar; Bo la espía desde la playa. Ella sale del mar en bikini y lo encara con una semisonrisa, desafiante e invitante: “¿Qué pretende usted de mí?” Es la provocación de una hechicera, no es la frase de una víctima. Nunca obtiene respuesta: Bo no puede articular palabra. Solo puede tomarla de los hombros, frotar sus labios, intentar hundirse en ella. El poder de la diosa regresa a los hombres a su condición de animales.
Monstruosa en su belleza, la Coca es una con las fuerzas de la naturaleza. No necesita blandir espadas para empoderarse; su poder emana de su criolla majestad. Más fuerte que la razón, y que los intentos sublunares de la cámara.