COLUMNISTAS
momento dificil para el cambio

La dualidad del hombre

Cuando en mayo de 1940 Winston Churchill fue nombrado primer ministro británico en sustitución de Neville Chamberlain, dos sentimientos se espesaban en su espíritu.

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Cuando en mayo de 1940 Winston Churchill fue nombrado primer ministro británico en sustitución de Neville Chamberlain, dos sentimientos se espesaban en su espíritu. Por un lado, y como lo escribió en Su hora más gloriosa, tener el máximo poder en medio de una crisis nacional, “cuando un hombre cree que sabe las órdenes que han de impartirse, es una bendición”. Por el otro, le confesó a su chofer, cuando pidió a la Cámara de los Comunes un voto de confianza para el nuevo gobierno ofreciendo a cambio “sangre, trabajo, lágrimas y sudor”, que no estaba seguro de haber llegado a ese momento de la historia con tiempo suficiente como para revertirla. Todo político de relieve suele convivir con estos dos sentimientos duales: la bendición de poder cambiar las cosas, y la condena de dudar acerca de si el tiempo que le ha tocado vivir es el más adecuado a sus fuerzas y convicciones.

Al ganar el Consejo Nacional Africano (ANC) las elecciones parlamentarias en Sudáfrica, el líder partidista Jacob Zuma se colocó a las puertas de la Presidencia. Si finalmente logra la mayoría de dos tercios de un parlamento de 400 bancas, esto le permitiría al ANC una eventual revisión de la Constitución. En 1994, los primeros comicios del país en los que votaron todas las etnias, el ANC recibió el 62,64% de los votos frente al 65,9% de los 18 millones emitidos ahora. El legado de Mandela, un hombre al que el destino bendijo con la posibilidad de dar las órdenes que creía que debían impartirse luego de haberlo confinado durante décadas en las mazmorras del apartheid, es la exigencia que espera a Zuma: combatir el desempleo, la pobreza, la criminalidad, y las carencias en materia de educación y de salud. Zuma, en su juventud pastor de cabras, quien nunca disimuló sus preferencias por el pueblo zulú, polígamo sin disimulos, ex jefe de los Servicios Secretos del ANC, preso por sus actividades anti Apartheid y acusado por lavado de dinero, evasión de impuestos, corrupción y fraude, se benefició por lo que los sociólogos llaman “elección de identidad”: en esta ocasión, los sudafricanos eligieron a una persona antes que a un programa, votaron por “Msholozi” –su nombre de clan–, por “uno de nosotros” para los pobres.

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Padre de dieciocho hijos de nueve mujeres, entre esposas (cuatro) y no tanto (el resto), en 2005 fue acusado por violación, cargo desestimado tras la prueba de que el acto había sido consentido; Zuma sabía que la joven era seropositiva y la única protección que adoptó fue ducharse después “para evitar el contagio”. Frases que hacen las delicias de los caricaturistas, y la desazón de Fernando Lugo, a quien el destino le jugó una mala pasada geográfica. Hombre de suerte al fin, dueño de una vida sinuosa, Zuma tiene por delante ventos que excitan la felicidad colectiva, como el Mundial de Fútbol 2010. Se dice que Napoleón Bonaparte indagaba por la buena suerte de sus generales antes de inclinarse por uno o por otro. “Cada arroyo tiene su fuente”, afirma un proverbio zulú; ya algunos diarios influyentes de Sudáfrica le reclaman que declare si la suya es Mandela o las habladurías en Nkandla, su aldea natal, donde se lo adora y se deslizan infidencias, como en toda casa de familia. “Zuma asusta a los blancos”, afirma el analista Xolela Mangcu, por su carácter autodidacta frente a las posiciones elitistas de Mbeki, graduado en Gran Bretaña. Chuchill le diría que hay que “convencer y persuadir antes que tratar de predominar sobre los otros”. Excepto que no quede más remedio, como hizo cuando gobernó.

El valle de Swat es uno de los sitios más bellos de Pakistán, montañoso y esmeralda. Militantes del movimiento Talibán del noroeste del país anunciaron allí un cese de fuego indefinido tras dos años de lucha por la imposición de la Sharia o ley islámica. Luego de una reunión del Consejo (shura) del Talibán, presidida por su líder regional Maulvi Fazlullah, y debido a que un clérigo radical y las autoridades provinciales acordaran la imposición de la ley islámica a cambio de deponer la insurrección, se anunció el fin de las hostilidades. Hasta ahora, los talibanes imponían que no hubiera educación para las niñas, que la televisión satelital fuera ilegal, que hombres enmascarados golpearan a los “infractores” en público, que los opositores considerados demasiado liberales fueran perseguidos, y que amaneciera con cuerpos decapitados yacentes en las calles. A partir de ahora algunas de estas prácticas serán legales. Fuentes norteamericanas han caracterizado al acuerdo de Swat como la creación de un “refugio seguro para extremistas”, en momentos en que insurgentes islamistas tomaban el distrito de Bunes, en el mismo zaguán de la capital de Pakistán, Islamabad. Para los pueblos guerreros, vale siempre el viejo verso: “Pues los romanos en las luchas de Roma/ No escatiman ni tierra ni oro/ Ni hijos, ni esposas, ni miembros, ni vida/ En los valerosos días de antaño”, que por supuesto Churchill entonaba en sus tiempos de primer ministro. Todo lo sucedido ratifica los que serán –in nuce– los “top five” de la política exterior norteamericana: en lo inmediato, Afganistán y la frontera con México; con el auxilio del tiempo, Oriente Próximo e Irak; en el horizonte estratégico el “peligro chino” augurado por Operación Ja-Ja, aquel programa de Fidel Pintos y el inolvidable Carlos “El Negro” Carella.

En absoluto graciosas encontraron las autoridades turcas las palabras sobre el holocausto armenio que Barack Obama expresó el viernes, 94º aniversario de la matanza de un millón y medio de personas por parte del Imperio Otomano. “Una de las grandes atrocidades del siglo XX”, dijo Obama. “Cientos de miles de turcos también perdieron su vida”, replicó Abdullá Güll, presidente turco. En medio de un acercamiento entre Ankara y Armenia, la locuacidad de Obama no fue lo que hubiera prescrito un médico rural. Es que es tan grande la bendición de tener entre las manos las herramientas para hacer un mundo mejor, y tan resiliente es el mundo en cuanto a ser mejorado, que Obama deberá de preguntarse si no habrá llegado al poder en un momento inoportuno. Si no lo hizo ya, no le vendría mal leer la obra de posguerra de Churchill, media docena de tomos enlazados por una sola enseñanza moral: “En la guerra, determinación; en la derrota, altivez; en la victoria, magnanimidad; en la paz, buena voluntad”.