El miércoles empieza el Bafici número 18. No puedo evitar el lugar común de asombrarme por el paso del tiempo desde que el festival se inauguró en 1999. Agravo la sensiblería y comento que pensar en esa fecha me produce cierto vértigo. Es que para mí el Bafici de los primeros años fue una experiencia muy intensa. No hablo solamente del período en el que me tocó dirigirlo (entre 2001 y 2004) sino de la primera edición, cuando sentí que el cine había sacudido Buenos Aires.
Hoy es difícil entender que un evento tan consolidado, que forma parte hasta de las bromas porteñas, no haya estado ahí desde los hermanos Lumière. Pero antes del Bafici no había Bafici. Y de hecho, en los primeros años nadie decía “Bafici”, sino “Festival de cine independiente” o algo parecido. La principal diferencia entre ahora y entonces, me parece, es que el material que se exhibía en el Bafici era raro para el espectador común, los invitados eran marcianos aterrizados en las pampas, el cine argentino despertaba de su letargo y el festival era la vía de acceso a un mundo de placeres cinéfilos que tenían que ver con la calidad y originalidad de las películas pero también con la exclusividad y, por qué no, con el esnobismo, gran aliado del progreso. Me parece que en ese tiempo no había sitio más in que el Bafici, aunque su sede principal fuera el Abasto con su sórdido shopping, las entradas fueran baratas y el glamour pasara por exhibir familiaridad con las rarezas antes que por portar artículos de lujo (apenas había entonces celulares o computadoras portátiles). No sé si hay fenómenos sociológicamente comparables, pero estoy seguro de que marcó mucho a los participantes mientras que desde afuera parecía una excentricidad.
El Bafici sigue siendo atractivo, sigue ofreciendo novedades y, como dice Javier Porta Fouz, su nuevo director, “concentra en 12 días –es decir, el 3,3% del año– una cantidad de películas similar a la que se estrena en los cines durante 12 meses”. Y subraya: “12 días/12 meses”. A Porta Fouz le gustan las cábalas numéricas. El sexto director en la historia del Bafici empezó en 2001 como encargado del catálogo e hizo después un poco de todo, desde asignar las películas a sus salas y horarios hasta programar durante más de diez años. Simultáneamente, tuvo una distinguida carrera como crítico, docente y gourmet: es un experto en comestibles tan diversos como los chiles mexicanos y las heladerías porteñas. El eclecticismo es también su enfoque como programador y creo que el Bafici se va a mover de aquí en más en dirección a una variedad máxima y tendrá una cara acorde con una época en la que la sala de cine ha dejado de ser el modo principal de ver películas.
El desafío de Porta Fouz y su equipo, me parece, es que el propósito democratizador e inclusivo del programa (cine en las villas y en los barrios, cinco competencias de largometrajes, integración del cine argentino tradicional, buenas relaciones con el Incaa, películas para todos los gustos) haga estimulante la diversidad como alguna vez fue estimulante diseñar una línea editorial concentrada en un pequeño núcleo de ideas sobre el cine contemporáneo. Hoy no sé si alguien sabría reconocerlas o sustituirlas, y seguramente es bueno que el Bafici se piense sobre otras bases.