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La eficacia de los agentes

La semana pasada pensé que el Sr. Fogwill continuaría con la serie de vergüenzas que, en relación con los sistemas de premiación y representación literarias, venía revelando en las semanas previas.

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La semana pasada pensé que el Sr. Fogwill continuaría con la serie de vergüenzas que, en relación con los sistemas de premiación y representación literarias, venía revelando en las semanas previas.
Para mi sorpresa, esta vez lo escuché decir (cuando leemos textos escritos por personas que conocemos la experiencia de la escucha siempre se impone) que “la disfunción eréctil, que afortunadamente ataca a viejos y a jóvenes cuya vida no merece reproducirse, tendría que ser para sus víctimas un tema de meditación, pero se ha convertido en un argumento de la industria de consumo para que sigan tributando”.
Dejo de lado la, tal vez limitada, asociación de sexualidad y actividad reproductiva, y el darwinismo implícito en el lapidario juicio sobre los derechos reproductivos (que desembocaría en sombrías utopías eugenésicas). Dejo también de lado el pormenor (en absoluto despreciable) del uso del viagra como droga recreativa e, incluso, me abstendré de caracterizar la intervención del Sr. Fogwill como... feminista (es decir: anti-falócrata). En el fondo, el Sr. Fogwill quiso regalarnos su modernísima versión de aquella vieja sentencia italiana que hacía coincidir la gradación del “vigore bene”, el que “mengua” y el “nulo” con prácticas rimadas, a todas luces poco reproductivas. En lo esencial, coincido con el Sr. Fogwill, que coincide con Pasolini, que coincide con...
Yo, de todos modos, hubiera esperado más. Quiero decir: que recordara, por ejemplo, el caso de aquel noble escritor que en cierta ocasión suspendió su agenda de compromisos sociales porque (así lo decía al teléfono) tenía que terminar una novela que iba a ganar un premio catalán. Ignoro si hubo agentes (literarios o químicos) involucrados.