¿Qué significa intervenir? Quiero decir, intervenir en un debate, en una discusión, en una polémica, en una coyuntura política, en el clima cultural de la época. Los textos de intervención son puntuales, acotados, datados, pero, quizá por eso, son interesantes, críticos, necesarios. Para entender el éxito o no de un texto de intervención se puede trazar una analogía con la aviación: si el texto aterriza muy de golpe (es decir, si interviene brutalmente) pierde sutileza, y corre el riesgo de incendiarse (el autor, claro; aunque como sabemos los servicios de marketing editorial trabajan de vender escafandras). En cambio, si aterriza demasiado suave (si la intervención es demasiado leve) corre el riesgo de perderse en la intrascendencia (conozco a más de un intelectual que se vanagloria de intervenir de un modo “alusivo” como forma de autoconvencerse de que realmente está tomando la palabra, de lo que nadie está enterado). Es curioso, pero si hay algo a lo que temo en la vida es al “justo medio” (y a toda su cadena de sinónimos: moderación, conservadurismo, sentido común). La historia informa que primero se comienza por el justo medio, y luego se termina en algo cercano al fascismo (como lo demuestran diariamente los comentarios de los movileros de los noticieros, nuestros máximos representantes de la clase media amenazada). Pero en este caso no está mal tomar esa metáfora en su dimensión pragmática: intervenir implica hacer reaccionar (generar algún efecto), levantar la voz, señalar una crítica, y para eso es necesario que el texto llegue a buen puerto, que aterrice bien.
Pensaba en todo esto, mientras leía un muy buen texto de intervención: pausa; notas ad hoc, publicado por Eduardo Ballester, Mariana Cantarelli e Ignacio Lewkowicz. El libro, de apenas 50 páginas, apareció en 2002 (dos años antes de la muerte de Lewkowicz, cuando venía escribiendo una obra muy aguda) pero, un poco por azar, lo leí hace algunas semanas. Marcado quizá de un modo demasiado optimista por auge de las asambleas de entonces, las movilizaciones populares y los movimientos instituyentes (sería interesante esbozar la genealogía de cómo en seis años se pasó de hablar de movimientos instituyentes a clima destituyente), el libro, sin embargo, conserva una gran actualidad, tanto intelectual como metodológica (por metodológica me refiero justamente a la forma de aterrizar en el debate cultural). pausa no es una investigación académica (lo que supondría otra temporalidad, una mayor lejanía con la actualidad en nombre de un mayor rigor), pero tampoco es una crónica periodística, nacida ya con fecha de vencimiento. Es otra cosa, un entre-dos, una reflexión que, como la punta de un iceberg, toca los grandes debates intelectuales (informa que los conoce, sólo que elige no profundizar en ellos) pero a la vez, ingresa también en el territorio de la urgencia que supone el presente. En esta dirección, el capítulo dedicado al funcionamiento de la televisión mantiene una pasmosa contemporaneidad y un alto nivel de vuelto teórico. Ballester, Cantarelli y Lewkowicz parten del presupuesto de que vivimos en la época de “la sustitución del saber por la información como discurso socialmente instalado de producción de la verdad”. No deja de ser impresionante, pero una de las radios de mayor audiencia anuncia hoy mismo su rotativo del aire con este eslogan: “Aquí están las noticias. Aquí está la verdad”. Dos mil años de debate filosófico-político sobre el estatuto de la verdad, resuelto en 15 segundos por un locutor enardecido. (¿No debería generar un debate en el seno mismo del periodismo esta clase de eslóganes?)
En general el ámbito privilegiado de los textos de intervención han sido las revistas culturales. La reciente aparición de la edición facsimilar de toda Contorno y de la colección completa de Punto de Vista en CD permite reencontrarnos con muchos de los mejores textos de intervención de nuestra historia cultural.