Para diciembre del 2001 hacía poco más de un año que este reportero había aterrizado en la ciudad de Washington para trabajar como corresponsal del servicio en español de la agencia ANSA, pero ya tenía encima la cobertura de los atentados del 11 de setiembre, las polémicas elecciones que George W. Bush le ganó a Al Gore y el derrumbe de Enron, entre otros impactos.
Kenneth Rogoff, por su parte, había arrancado como economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) pocas semanas antes, en agosto del 2001. Académico en un mundo de burócratas, fue contratado como un intento de hacer del Fondo un organismo más transparente y menos tecnócrata. Venía con otro lenguaje, el de la universidad de Yale y del Massachusetts Institute of Technology, el célebre MIT, donde obtuvo su doctorado en Economía.
Argentina. Fue precisamente ese lenguaje de profesor de Rogoff, el que explica las cosas de verdad y no las encubre como el típico empleado del FMI, lo que a juicio de muchos resultó uno de los principales catalizadores de la crisis argentina del 2001.
Cavallo, “renunciado” por los medios
A fines de aquel año -con retraso: generalmente se hace en setiembre, pero el caos por los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono forzaron su postergación- el Fondo estaba difundiendo su habitual reporte World Economic Outlook, o Panorama Económico Mundial, un mamotreto de estadísticas y pronósticos que la organización publica dos veces al año.
La presentación es un ritual que incluye conferencias de prensa generales (muchas de ellas soporíferas para los no economistas) y, para aquellos que seguíamos temas latinoamericanos, otras mucho más pequeñas con funcionarios del Departamento para el Hemisferio Occidental.
El plato fuerte, de todas maneras, se sirvió el 18 de diciembre, el día de la rueda de prensa del economista jefe. En el escenario del gran auditorio del edificio central del FMI, a pocos metros de la Casa Blanca, Rogoff se sentó a una mesa acompañado por uno de los entonces voceros del organismo, Graham Hacche, otros dos funcionarios del Fondo, y frente a varias decenas de periodistas y cámaras de todo el mundo.
La asistencia a la conferencia de Rogoff era especialmente nutrida, ya que el universo de la política, la economía y las finanzas observaba con el aliento contenido la caída de la Argentina, hasta hacía poco uno de los alumnos ejemplares del FMI.
Por Washington ya andaba el ministro de Economía, Domingo Cavallo, experto en evitar a los reporteros o, en caso de que pudiéramos cercarlo, en hacer declaraciones vacías. Ya estaba en vigencia el corralito y las perspectivas de nuevas ayudas del Fondo para el gobierno de Buenos Aires eran oscuras.
Preguntas y respuestas. La primera pregunta para Rogoff después de su introducción sobre el reporte fue sobre Sudáfrica y su moneda, el rand, como si a alguien le importara en aquel momento. La segunda fue sobre Brasil y sus pronósticos de crecimiento, lo que nos acercaba un poco más, aunque sea geográficamente, al tema que nos interesaba. Finalmente, después de un par de prolijas preguntas sobre el yen japonés y el estímulo fiscal estadounidense, alguien se animó a preguntar sobre Argentina.
“Podría comentar el presupuesto que Cavallo presentó ayer al parlamento? ¿Cree que cumplirá con el déficit cero?”, fue la pregunta. El economista ya sabía que ese iba a ser el tema dominante de su actuación ante la prensa ese día y propuso: “permítanme responder a esta pregunta y anticiparme a una o dos más dando un breve resumen ejecutivo”.
En pocos minutos puso todo negro sobre blanco:
“La convertibilidad, adoptada en 1991, “condujo a un largo período de alto crecimiento, baja inflación e importantes avances en las reformas estructurales”.
“A partir de 1999 comenzó el deterioro y la economía está débil”.
“Ciertamente también hubo un debilitamiento de las políticas (económicas) y un entorno externo difícil, entre ellos la depreciación del real y la fortaleza del dólar estadounidense al que estaba vinculada la moneda argentina”.
“Las autoridades argentinas iniciaron una serie de intentos de reforzar la confianza del mercado, incluido especialmente el plan de déficit cero del 11 de julio”.
“Ninguno (de esos intentos) tuvo un impacto duradero, y lo que sucedió es que la pérdida de confianza en la sostenibilidad a largo plazo pareció conducir a tasas de interés cada vez más altas sobre la deuda, dificultando el equilibrio fiscal”.
“Argentina tuvo dificultades para entrar en un círculo virtuoso para ganar credibilidad, hacer bajar las tasas de interés y facilitar el equilibrio fiscal”.
“En agosto el Fondo aumentó el acuerdo stand-by en 8.000 millones, pero eso tampoco tuvo un efecto duradero, en parte debido al entorno de bajo crecimiento y las metas fiscales incumplidas”.
La estocada. Sin necesidad de leer mucho entre líneas, Rogoff había dibujado de manera suficientemente clara el destino de precipicio para la economía argentina. Pero los reporteros querían sangre, no alcanzaba con esas críticas, hechas en tono bastante amable, a la incapacidad de las autoridades argentinas para manejar sus cuentas.
Tras un recreo de preguntas sobre Rusia -algo más interesantes que las que se habían hecho sobre el rand sudafricano, pero que solamente nos hacían perder el tiempo a los periodistas latinoamericanos- y otras sobre México, que toleramos mejor porque, al fin y al cabo, venían de una dura experiencia de crisis que podía servir de ejemplo, llegó el segundo round sobre Argentina.
“¿Ahí, en la segunda fila, por favor?”, apuntó Hacche. Y desde esa segunda fila de sillas repletas de corresponsales y enviados salieron las preguntas. “Todos los programas del FMI para tratar de ayudar a Argentina han fracasado este año, y quiero saber si tienen una especie de mea culpa al respecto, si creen que fallaron el diagnóstico al intentar ayudar al país”, fue el primer disparo contra Rogoff. “Y la segunda pregunta es si realmente cree que Argentina puede crecer y mantener la solvencia fiscal en el marco del régimen de convertibilidad”.
La transcripción de la conferencia de prensa no lo dice, y la memoria puede fallar, pero las preguntas seguramente llegaron de parte de la entonces corresponsal de Clarín en Washington, Ana Barón, de una gran reputación ganada a fuerza de desenfado y puntería. Si había que hablar de Argentina, en el FMI, al igual que en la Casa Blanca y otros lugares “importantes”, la palabra la tenía Ana.
Frente a las consultas, Rogoff se tomó un par de segundos antes de contestar. Y Lo que siguió fue cruel, y desagradable: “Bueno, está claro que la combinación de política fiscal, deuda y régimen cambiario no es sostenible”, dijo, lapidario, y en el auditorio se pudo escuchar un “crack” que llegaba desde Buenos Aires, donde las cosas empezaron a desmoronarse definitivamente.
Efecto. La frase fue el centro de todos los reportes del día desde Washington, una indisimulable condena a las políticas de Cavallo y del presidente argentino, Fernando de la Rúa, quien tuvo que dejar el cargo y escapar en helicóptero de la Casa Rosada un par de días después de los comentarios de Rogoff, el 21 de diciembre.
Resultaba tan claro el peso de la frase que a los reporteros nos embargó la responsabilidad de traducirla de la manera más exacta posible. La transcripción oficial no estaría disponible hasta muchas horas después y los registros “de aire” de los grabadores de microcassette de la época podían ser lamentables.
Después de correr hasta la oficina de ANSA y apenas sentado al escritorio, lo primero que hice fue consultar a algunos colegas, para cotejar anotaciones y ver si teníamos las palabras justas. ¿Había dicho realmente “not sustainable”? ¿Cómo traducirlo? ¿”Ya no es sostenible? ¿O simplemente “insostenible”?
Hablé por teléfono con uno de mis colegas favoritos, Ruben Barrera, de la agencia de noticias mexicana Notimex. Al rato me llamó Ana Barón, y posiblemente alguno más. Habíamos decidido: Rogoff dijo “insostenible”, con toda la gravedad que esa palabra involucraba.
De Argentina se seguiría hablando en las conferencias del Fondo durante meses. Comparando recuerdos para este artículo, Ruben me recordaba desde Nuevo Laredo que, en alguna rueda de prensa de aquel momento, el principal vocero del FMI, el poco simpático Thomas Dawson, se enojó cuando escuchó la enésima pregunta sobre la crisis de nuestro país.
“¿Otra vez? ¿No podemos hablar de otra cosa que no sea Argentina?”, exclamó el portavoz.
Quizás condenado por sus excesos de candidez (no era común que un alto funcionario hiciera declaraciones de ese nivel explosivo dentro de una organización que hacía malabarismos para no generar titulares en los diarios), Rogoff se terminó yendo del Fondo en setiembre del 2003 y ahora es profesor en la Universidad de Harvard, en Cambridge, en el estado de Massachusetts.
Cada tanto se refiere a la Argentina, aun cuando el país ya no sea centro de atención mundial y su economía se encuentre cada vez más abajo en el ranking regional.
Escribiendo para el website Project Syndicate en octubre del 2019, Rogoff se ocupó del nuevo endeudamiento, esta vez amarrado por el gobierno de Mauricio Macri. “En caso de que haya parpadeado -arrancaba en tono jocoso-, el gobierno argentino acumuló una pila de deuda casi desde la nada con una rapidez sorprendente, y luego procedió a incumplirla casi con la misma rapidez”.
Poco menos de dos décadas después de la debacle, el ex economista jefe del Fondo describía en ese 2019 un default “inevitable”. Y decía que la “combinación de deuda, déficit y política monetaria” del país era “insostenible”. Pero, esa vez, prefirió usar “unsustainable” en lugar de “not sustainable”. Mejor, más fácil de traducir.
*Periodista. Ex corresponsal de la Agencia ANSA en Washington.