A la hora de poner estas líneas en la pantalla, la información acerca de la noche de terror en París no era completa. Se trataba de seis ataques coordinados contra blancos “blandos” elegidos no necesariamente al azar pero tampoco por su valor simbólico, por lo tanto con la intención de provocar varias masacres. El número de víctimas era 127, pero de los 200 heridos reportados 99 se encontraban en estado crítico, con lo cual la cifra podría ser más alta todavía, sin alcanzar 191, que fueron las víctimas de los atentados en Madrid en 2004. Luego de una confusión inicial, un comunicado del llamado Estado Islámico, o Daesh en sus siglas en árabe, asumió la responsabilidad y aseguró más atentados como respuesta a los bombardeos aéreos contra sus posiciones en Siria. Francia, prometía el comunicado, es un “blanco clave”. Ocho terroristas murieron, siete inmolándose y, según fuentes policiales, uno permanecía prófugo. El presidente François Hollande cerró las fronteras, consideró que los ataques constituían “un acto de guerra” y movilizó a los militares. No se descartaban otros atentados.
Es la tercera vez en el año que Francia es teatro de atentados islamistas. Los ataques en el teatro Bataclan, la cancha Stade de France, Boulevard de Charogne, Boulevard Voltaire, Rue de la Fontaine au Roi y Rue Alibert vienen nueve meses después de Charlie Hebdo (7 de enero) seguido por el tiroteo en un supermercado kosher en París (10 de enero) y cuatro meses después de la decapitación de un gerente de una empresa de gas natural en las afueras de Lyon y el intento de hacer explotar la planta (26 de junio). En todos estos casos, los protagonistas de la barbarie eran franceses, es decir, descendientes de inmigrantes árabes, nacidos y crecidos en Francia que abrazaron la causa de los islamistas. El atentado contra Charlie Hebdo y el asesinato de cuatro civiles en un tiroteo en el supermercado de un barrio judío en París fueron reivindicados por Al Qaeda, bajo la guía de Ayman al-Zawahiri, el sucesor de Osama bin Laden; en el video donde habla Nasr Ibn Ali al-Ansi, un líder de Al Qaeda en la Península Arabe, la operación se bautiza “la bendita Batalla de París” con la intencionalidad de marcar una suerte de etapa histórica en su Yihad –guerra santa–. Charlie Hebdo, que con el supermercado kosher se perfila un blanco de alto valor simbólico para los islamistas, se entendió en el contexto de la competencia feroz entre Al Qaeda y Daesh para posicionarse en el liderazgo de la Yihad. Luego de sus fulminantes éxitos militares con la ocupación de Mosul en junio de 2014 y el control de un amplio territorio entre Irak y Siria, el entonces Estado Islámico en Irak y Siria, o ISIS como se lo conoce en sus siglas en inglés, declaró el califato, etapa suprema de la Yihad, la autoridad más alta que la Umá, la comunidad musulmana, debe reconocer, un desafío que ninguna monarquía islámica, ningún Estado que se reclama del islam y ninguna organización islamista, ni siquiera Al Qaeda, se había atrevido a hacer. La apuesta de Abu Bakr al-Baghdadi, el líder de Daesh y autoproclamado calif, era muy fuerte y deslegitimaba cualquier otra autoridad que se pronunciara en nombre del islam. Charlie Hebdo, por lo tanto, fue el campo de la competencia sangrienta de la legitimación del puesto de liderazgo de la Yihad global. Se suponía que por sus antecedentes y experiencia previa, la red global que había tejido Al Qaeda gozaba de ventajas competitivas sobre Daesh. De hecho, Ayman al-Zawahiri no tardó en trasladar la lucha islamista al subcontinente indio y la periferia de Eurasia, donde el conflicto por Cachemira y Chechenia se ha teñido de Yihad. Sin embargo, si consideramos las sucesivas declaraciones públicas de lealtad de organizaciones islamistas en Egipto y Africa en general al calif, Daesh aparentemente le fue ganando a Al Qaeda. Una de las razones es la combinación del impacto conceptual del califato sobre el imaginario colectivo de potenciales simpatizantes islamistas con los éxitos militares en el terreno de Daesh. La otra es el mayor énfasis que Daesh ha puesto en la lucha contra los Shía: Daesh define la Yihad también contra los Shía.
Los ataques del viernes pasado en París vienen después de la voladura del avión ruso en el Sinaí (31 de octubre), que causó 224 víctimas, y del doble atentado suicida el 12 de noviembre en el suburbio sureño de Beirut donde domina Hezbollah que causó 44 muertos. Todos estos ataques se dirigían contra actores involucrados en la guerra en Siria y combatiendo Daesh. Pero sería un error concluir que es la única razón de estos atentados y que una hipotética retirada de Siria de estos actores sería la solución. La naturaleza misma de la Yihad de Daesh es ofensiva; a diferencia de Al Qaeda, primero aseguró un territorio donde se declaró el califato y luego empezó a expandirse globalmente. La guerra convencional ha sido el medio en el primer caso, el terrorismo, en el segundo. Por más que Hezbollah se retire de Siria, Daesh va a seguir considerando a los Shía como herejes. Por más que Rusia deje de bombardear sus posiciones, la Yihad en Asia Central va a seguir siendo un objetivo para la expansión del califato. En cuanto a Francia, la estrategia ofensiva del odio va más allá del objetivo de lograr que París no se involucre en Siria –o, por el caso, Mali o Africa Central–; aunque aún no se sepa si los participantes de los atentados eran franceses o extranjeros, los antecedentes de Charlie Hebdo y otros demuestran un éxito de reclutamiento de yihadistas en la población musulmana local. Daesh parece mandar un mensaje a los musulmanes, una suerte de espejismo a la Bush, una lógica revertida de la lógica de la guerra contra el terrorismo: en la Yihad están con nosotros o están con los “apóstatas”…
*PhD en Estudios Internacionales de University of Miami (Coral Gables). Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.