COLUMNISTAS
una cuestion colectiva

La eterna sospecha del Sarmiento

Tragedia de Once. Cincuenta y dos muertos en febrero de 2012. Aún no hay detenidos.

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Once. Murieron 52 personas y aún sin detenidos. El mensaje: "la corrupción mata". | cuarterolo

Tragedia de Once. Cincuenta y dos muertos en febrero de 2012. Aún no hay detenidos. Con ella aprendimos que la corrupción mata. El Ferrocarril Sarmiento hace diez años que está por ser soterrado. Esa obra está envuelta en sospechas de corrupción. Antes y ahora. Hoy el Sarmiento ocupa el título de los diarios por el escándalo Lava Jato. Están sospechados funcionarios del kirchnerismo y del macrismo. Si por un instante nos paramos frente a esas vías impregnadas de tanto dolor, muerte y maltrato, no podemos dejar de preguntarnos: ¿qué nos pasa a los argentinos en relación con la corrupción?

Más allá de que la ciencia política se ocupa de la corrupción, el ciudadano la percibe en términos instrumentales, porque hay un uso político de ella. Según Martín Astarita, fue asociada al Estado intervencionista de los años 80 y funcional a las privatizaciones. Luego de 2001, para criticar al Estado neoliberal y volver al intervencionismo. Está bien que se critique la corrupción, que se la investigue y sancione. Pero hay que ir más allá del uso político.

En esa clave, Alejandro Estévez presta atención a los valores individuales y a los incentivos institucionales que rechazan o fomentan la corrupción. Lo importante, en definitiva, es no reducir la corrupción a una forma de Estado o al comportamiento moral de los funcionarios, sino a la articulación de todos esos factores que forman el ecosistema que la favorece.

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Pero ¿qué es la corrupción? Hay varias definiciones. Por razones prácticas elegimos la de Kurt Weyland, que la define como la provisión de beneficios materiales a los políticos y funcionarios públicos a cambio de influencia ilegal sobre las decisiones. Por ello, aunque sea tolerada por los ciudadanos, aunque en muchas oportunidades no defina el voto, aunque muchas prácticas corruptas estén enquistadas en todas las esferas de la vida cotidiana de los argentinos, aunque esa anomia que nos lleva a olvidar la ley sea moneda corriente, la corrupción es por definición ilegal. Y además vivimos peor con ella. Tener un país sin corrupción es un beneficio.

 Entonces, la pregunta del millón es saber si estamos decididos a seguir utilizando políticamente las tragedias que nos conmueven, como la de Once, o si estamos dispuestos a interrogarnos sobre las razones más profundas que nos llevan hacia ellas. En el primer caso, a cinco años de ese fatídico 22 de febrero, seguimos discutiendo de nuevo la sospecha sobre las obras del Sarmiento. Otra vez el uso político. El desafío es dar un paso más e ingresar sobre esos hábitos y costumbres que nos llevan a convivir con la corrupción y a reaccionar sólo esporádicamente frente a la muerte. O ante hechos de gran magnitud que nos conmueven o impactan directamente sobre nuestras vidas. Como por ejemplo, una profunda crisis económica que nos recuerda que la instancia de lo público es el espacio que nos pertenece a todos.

No hay recetas mágicas. La lucha contra la corrupción es una cuestión colectiva. Pero los ciudadanos necesitan insumos para esa construcción. El más importante es el ejemplo de todos los poderes del Estado: un sistema judicial que funcione bien y aplique la ley a todos con el mismo rigor, un Congreso que sancione leyes y controle a los otros poderes, un Poder Ejecutivo probo y que administre austera y correctamente los dineros públicos sólo guiado por el interés común, mecanismos de rendición de cuentas fuertes e independientes que sobrevivan a todos los gobiernos, premios para el mérito y castigos para los que violan la ley, una educación que genere igualdad de oportunidades, etc. Ese camino nos va a ayudar a combatir la semilla de la corrupción y a comprender las acciones que hicieron posible la tragedia de Once y la sospecha permanente sobre el Sarmiento.

 

 *Fiscal. **Periodista.

Autores de La cara injusta de la Justicia.