Para el buen lector de PERFIL (en verdad, para cualquier ciudadano o ciudadana con vocación de saber), es casi obligatorio sumergirse en un seguimiento profundo de cuanto está sucediendo en relación con la obra pública y presuntos (hasta que no se demuestre lo contrario en la Justicia) actos de corrupción. Esto parece acelerarse a partir de la decisión fácticamente aplicada por el juez federal Marcelo Martínez De Giorgi en el sentido de citar a indagatoria a ex funcionarios del gobierno anterior, a directivos, intermediarios y testaferros de firmas que confesaron haber intervenido en la entrega de coimas en la Argentina y también a empresarios vinculados al actual gobierno, como el primo del Presidente, Angelo Calcaterra.
Es muy interesante lo que se observa en los medios, y particularmente en quienes acostumbran comentar notas, artículos y columnas publicadas en los portales digitales de noticias.
En su edición de ayer, este diario tomó el tema en tapa (“Odebrecht: De Vido, Calcaterra y los 40 acusados, a indagatoria”) y en las páginas 2 a 4. En este caso, con un extenso, pormenorizado y preciso informe de Emilia Delfino. Este ombudsman –que no suele comentar lo que se lee, se ve o se escucha en perfil.com– rescató dos comentarios acerca de una de las notas de Delfino (página 3, “Reuniones, e-mails y un arrepentido señalan a ejecutivos de Iecsa y Odebrecht”).
Uno de ellos, firmado por Gabriel Esteban Mas, considera “obvio que en un gobierno híper corrupto como el K, todos los empresarios que tuvieron alguna actividad ligada al Estado, pagaron una coima de alguna forma, casi por obligación”. Y agregaba: “Sea esta dando una cifra directa en efectivo o sea contratando alguna empresa específica, como ejemplo el catering al que obligaban los impresentables de la obra pública de Buenos Aires, creo que casi todos presos por suerte. Era imposible no tener que hacerlo. Es sencillo: ‘¿no pagás o no contratás mi empresa? No trabajás’. La clave, que parece querer ocultar la periodista, es el papel primordial que juega el funcionario que es el que tiene el poder. La corrupción es un problema creado por el que tiene el poder. El funcionario es quien decide si hay corrupción o no y él es el responsable primordial. Ahora no hay corrupción en la obra pública por la transparencia de Macri y su gobierno, los empresarios siempre son los mismos, antes debían pagar, ahora no”. Su mirada, está claro, considera corruptos a los de ayer y libera de esa condición a los de hoy (incluyendo al primo presidencial).
Otro lector entiende las cosas de otra manera, menos sesgada: Nangui Asoie –así firma– dice: “Coimas, favores, prebendas, pliegos a medida, descalificaciones rebuscadas, adjudicaciones en tiempo record, anticipos de dudoso destino, pagos dilatados (hasta que: ‘poniendo estaba la gansa’) mayores costos, ampliaciones de plazos, pagos en negro al personal, dádivas varias, peajes en cada puesto de la cadena y demás cosas son todos elementos que cualquiera vinculado a la obra pública conoce a la perfección, ya sea honesto o no, pagador, cobrador o víctima. Sin padrino no hay bautismo, sin la mano de Dios no se les hacen goles a los ingleses, así que a poner las barbas en remojo, aunque siempre parece que se va a abrir la Caja de Pandora y al final queda en buenas intenciones”.
La cuestión de la ética y su relación con la política es objeto de estudio desde los más antiguos pensadores griegos, y fue Aristóteles quien mejor sintetizó sus conclusiones en la Etica a Nicómaco y en Gran Etica. “Por naturaleza, somos más inclinados a la intemperancia y la deshonestidad que no a la modestia”, definió en Gran Etica. Y en su Etica a Nicómaco resumió: “Pues aquello que está en nuestra mano hacer, podemos también abstenernos de hacerlo; donde depende de nosotros decir ‘no’, somos también dueños de decir ‘sí’. Así pues, “si la ejecución de una buena acción depende de nosotros, dependerá también de nosotros el no realizar un acto vergonzoso; y si podemos abstenernos de una acción cuando esto es bueno también dependerá de nosotros la consumación de un acto cuando este es vergonzoso”.
En verdad, la ética no vale para unos y no para otros. Vale para todos, por igual y en la misma medida. Se es corrupto cuando se elige practicar un “acto vergonzoso”. Se es virtuoso cuando se le cierra la puerta a la seductora opción por permitir y justificar acciones y se mide con igual vara a amigos, aliados, adversarios, competidores, conmilitones o socios.
Como siempre, lector de PERFIL, este ombudsman recomienda mantener la neurona atenta.