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La fábula del consenso

Para qué se asocian los políticos? ¿Cuál es el objetivo de sus promocionadas uniones? ¿Qué garantías de éxito ofrecen cuando se presentan sonrientes o graves y se felicitan por su voluntad de diálogo?

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Para qué se asocian los políticos? ¿Cuál es el objetivo de sus promocionadas uniones? ¿Qué garantías de éxito ofrecen cuando se presentan sonrientes o graves y se felicitan por su voluntad de diálogo?

El hecho de que profesionales de la política se agrupen, formen alianzas, creen frentes, armen estrategias electorales comunes, ¿es algo bueno para el país?, ¿refleja un mayor entendimiento entre los ciudadanos y una mejor integración de los sectores sociales?

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Nosotros, los argentinos, tenemos un ejemplo no tan lejano de la constitución de una formación política plural, nacida del diálogo, diversa por sus opciones ideológicas, decidida a elaborar un plan de gobierno que pondría en marcha al país para sanearlo de sus males crónicos. Se llamó Alianza, y gobernó de 1999 al 2001.

El Gabinete conformado por Fernando de la Rúa estaba integrado por los más reconocidos representantes de un amplio espectro de la dirigencia nacional, y concitaba el apoyo de adeptos y militantes de identidad ya probada. En aquel gobierno recordamos a un dirigente hoy kirchnerista como Chacho Alvarez, que junto a los kirchneristas Garré e Ibarra integraban la cúpula de uno de los frentes asociados al sistema aliancista. Pro-macristas como López Murphy, Lopérfido, Lombardi, también se destacaban entre los sostenes de aquel gobierno, amén de Santibáñez, otro miembro de esta tendencia librempresarial y moderna.

La Iglesia en su vertiente social tenía un hombre con la capacidad de Juan Llach al frente del Ministerio de Educación. El movimiento de los derechos humanos contaba con Graciela Fernández Meijide, todo un símbolo de la lucha por la justicia contra los vejámenes de la dictadura procesista. El progresismo socialdemócrata confiaba en Federico Storani, nombre indiscutible y de máxima confianza para esta tendencia de avanzada.

Terragno, un hombre del periodismo de meteórico ascenso en el alfonsinismo, volcaba sus preocupaciones desarrollistas y su pensamiento al servicio del crecimiento productivo. Para quienes anhelaban la seriedad y la honestidad de un hombre de centro, el Ministerio de Relaciones Exteriores contaba con Rodríguez Giavarini, también apreciado por la Curia.

Un economista de inapelable prestigio entre sus pares –futuro director de la CEPAL– tenía las riendas del Ministerio de Economía. Dios y el Diablo, la izquierda y la derecha, el centro y los costados, prácticamente nada faltaba en el Gabinete del hombre que vencía con relativa facilidad al movimiento productivista de Eduardo Duhalde y se constituía en la alternativa de la corrupción menemista. Es cierto que no subieron con un programa ya establecido. En realidad, ningún gobierno recién elegido tiene un programa detallado y minucioso de su futura labor, porque por lo general, carecen de los datos que maneja la administración saliente. Sólo se guían por informaciones generales y no disponen de mucho más que de una intención política amplia y un deseo de renovación a los que, con el tiempo, le darán contenido.

Hoy vemos juntos a Solá, Macri y De Narváez. A Carrió con... quién no? A Cobos en un juego extraño, en el que parecería que lo busca todo el mundo y él no encuentra a nadie. Aún así, es posible que tanta voluntad de acompañarse unos a otros, no soporten la comparación con la autoridad con la que Jaroslavsky y Manzano, conducían sus bloques y armonizaban el Congreso. Para no hablar del abrazo entre Perón y Balbín. ¿Dónde estaba la sociedad mientras toda esta gente se quería tanto? ¿Qué sucedió para que los abrazos, las alianzas, los frentes, las coaliciones, esas alegrías compartidas y reflejadas por tantas palabras, saludos y sonrisas, terminaran en un valle de lágrimas?

Mientras en los maravillosos setenta se abrazaban los líderes de los dos movimientos políticos mayoritarios, otros aceitaban sus fierros. Cuando en los dorados ochenta los dos jefes de bancada administraban el discurso de Parque Norte que pedía una democracia moderna, recibían la respuesta de doce huelgas generales, asonadas militares y fuga de divisas. La deflación, la deuda externa, el déficit crónico, y un imposible compromiso de convertibilidad, no le dieron mucho margen a la rica diversidad aliancista.

Hoy renace en el panorama político nacional una nueva voluntad de diálogo, de consenso y un loable deseo de renunciar a sectarismos en pos de una visión generosa para el futuro del país.

Uno de los principales protagonistas de esta nueva unión nacional es, nuevamente, Eduardo Duhalde. Sueña con un Macri presidente, un De Narváez gobernador de Buenos Aires, intentará conformar a Solá con un lugar notorio, hablo del sueño revanchista de Duhalde, como podríamos hablar de los sueños de Cobos al frente de otra unión nacional, de Carrió y su coalición moral, del dispositivo electoral que estará por soñar Scioli, y de tantos que quieren agrupar y agruparse en esta época definida como de “crisis de los partidos políticos” y de grandes acuerdos republicanos.

Sin embargo, esta historia reciente parece indicarnos que además de estos dirigentes políticos, debe residir alguien más en nuestro país, y es posible que la voluntad consensualista de los políticos, a veces pueda estar cruzada por otras voluntades perturbadoras que contribuyan a orientar la dirección de los acontecimientos. ¿De quiénes son estas extrañas voluntades? ¿De las agrupaciones llamadas del campo? ¿De Moyano y sus muchachos? ¿De los grupos sociales de D’Elía, Pérsico y otros? ¿De las bandas armadas fruto del colapso de los sistemas de seguridad y del fin del monopolio de la violencia por parte de los organismos públicos? ¿De las corporaciones que pueden desplazar sus recursos a otras latitudes en la medida en que no encuentren condiciones de rentabilidad que satisfaga a sus accionistas? ¿De los organismos financieros internacionales que no aprobarán ni un sólo crédito hasta que no se pague hasta el último centavo del inconcluso default? ¿De los ciudadanos llamados independientes que tienen listas sus cacerolas si alguien los quiere perjudicar o si amenazan sus vidas y bienes?

Si todas estas voluntades también son reales, sería necesario que el amor y el abrazo de todos los portadores de las mismas, también tengan un espacio junto a los candidatos en la foto del nuevo consenso. Un retrato infinito, como el que querían los filósofos clásicos Descartes y Leibniz, que incluyera a todo y a todos en lo que llamaban “el mejor de los mundos posibles”.

Todavía faltan las cámaras y los paparazzi, el rollo ya lo tenemos.


*Filósofo.