La riqueza no carece de ventajas, pero constituye una implacable enemiga de la inteligencia. La escasez genera una visión precisa del problema y de su remedio: no se tiene suficiente y se necesita más.
Por el contrario, la abundancia permite identificar distintas necesidades y, por lo tanto, una multiplicidad de respuestas. En este caso, el riesgo emerge cuando no se aprende a administrar los recursos y subyace una perceptible tendencia a emplearlos en fines equivocados.
Un claro ejemplo en este sentido es el manejo de política económica argentina durante los últimos años. Aunque puede resultar contraintuitivo, pocas veces en la historia se ha registrado una alineación tan particularmente favorable de recursos para manejar con holgura la dirección económica.
Históricamente la Argentina ha padecido el estrangulamiento externo generado por una cuenta comercial deficitaria. Este no es el escenario actual: los términos de intercambio récord permiten sostener un flujo de dólares que debería transformarse en un seguro para épocas de turbulencia y una fuente estable de financiamiento productivo. De hecho, si los precios internacionales fueran los de los noventa el saldo sería nulo.
El viento de cola no sólo es comercial, también las tasas de interés de los principales centros financieros se ubican en mínimos. Lógicamente han surgido episodios de estrés, pero nunca serán comparables a los ochenta o los noventa en términos de restricción crediticia para Latinoamérica en general y para la Argentina en particular.
Este marco significa capital disponible no sólo para el financiamiento público sino que también aumenta el atractivo de los proyectos de inversión en estas latitudes.
Otro aspecto positivo es la reestructuración de la deuda de 2005 que generó un perfil de obligaciones plenamente compatible con la capacidad de pago del Estado Nacional. La deuda pública ha estado en el epicentro de distintas crisis autóctonas y ha sido un ceñido corset para el desarrollo de políticas públicas independientes.
De hecho, todas las herramientas de política económica están disponibles para generar un entorno macroeconómico previsible. El Banco Central puede desplegar una política monetaria independiente y el Tesoro cuenta con recursos para ceñir o soltar el gasto según lo requiera la coyuntura macroeconómica. Incluso el tipo de cambio es una variable manejable. Estos grados de libertad son activos estratégicos que no han estado siempre disponibles.
El plano geopolítico también suma. Los países emergentes han adquirido relevancia como motores fundamentales del crecimiento global y alzan su voz con mayor autoridad frente a las naciones desarrolladas. En este sentido Brasil, nuestro principal socio comercial, se está proyectando con decisión como potencia global.
Si bien no es posible afirmar que esta particular alineación se va a perder en el corto plazo, tampoco resulta prudente proyectar que seguirá jugando a favor en los próximos años. La abundancia puede ser transitoria y nuestra experiencia así lo ratifica. En otros términos, lo que preocupa es la falta de conciencia sobre la oportunidad histórica que tiene el país y, en última instancia, de lo poco que se está aprovechando.
Por ejemplo, cuando se evalúa el de-sempeño de los principales indicadores macro de los últimos cinco años se podría argumentar que los resultados no han sido tan malos. El PBI ha acumulado un crecimiento significativo, el desempleo se ubica en los umbrales del dígito y la actividad se recuperó rápidamente del shock financiero de 2009.
Este enfoque parcial omite una parte fundamental del análisis que es la magnitud de los recursos utilizados y lo excepcional del contexto en el cual se lograron estos resultados. Cuando se incorporan estos aspectos difícilmente se puede disimular la mediocridad con la que se ha administrado la abundancia.
Desde 2006, el gobierno nacional dirige los recursos en forma consistente con las necesidades políticas de la coyuntura, sin reparar en las implicancias de mediano y largo plazo. Lógicamente, esta estrategia tácita, tiende a generar problemas de creciente complejidad y costos de ajuste cada vez mayores.
La política fiscal es, tal vez, la evidencia más palpable de esta dinámica. Se aumentó la presión fiscal al límite, se consumió el superávit fiscal, se nacionalizaron los recursos de las AFJP y se utilizaron recursos del Banco Nación. Aún así, no fue suficiente y se avanzó sobre el Banco Central. Las reservas internacionales y el impuesto inflacionario están siendo los últimos recursos para financiar un gasto que sigue creciendo a un ritmo muy elevado.
Pero a pesar de la magnitud de los recursos volcados en la economía no se ha generado un cambio estructural.Desde 2005 el gasto ha crecido 175% en términos nominales o nueve puntos porcentuales del PBI, de casi 14% a algo menos de 23% del PBI. A todas luces un salto fenomenal. Sin embargo, la calidad de los bienes públicos (seguridad, educación, entre otros) no ha mejorado sustancialmente. Tampoco lo han hecho los indicadores sociales desde 2007. Estos son sólo algunos aspectos en los que el progreso debería ser evidente.
Los resultados son muy magros incluso en los frentes de acción que han sido definidos como prioritarios. El reciente canje de deuda no ha cumplido con los objetivos explícitos de acercar el costo de endeudamiento argentino al de sus pares de la región (por caso, Brasil o Uruguay). Era obvio, pues lo que genera el castigo de los inversores es la manipulación de las estadísticas oficiales y la falta de previsibilidad de la política oficial y no la situación de los holdouts. De hecho, hasta la intervención del Indec el Estado nacional tenía acceso al mercado voluntario de deuda y llegó a tener el mismo spread de riesgo crediticio que Brasil.
Incluso otras variables claves para el esquema oficial como las reservas internacionales se ubican muy por debajo de su potencial. Si se hubiera generado un clima de negocios menos hostil y volátil, los activos del Central sería casi el doble. Los dólares que se fugaron desde 2007 acumulan un monto similar al stock actual de reservas (US$ 50 mil millones).
De más está decir que temas verdaderamente importantes para el progreso social y la equidad distributiva como el combate a la inflación aún no forman parte de la agenda oficial y, por ende, no registran ningún avance.
Aun así nada indica que haya riesgo de una crisis en el horizonte económico local. Pero hay que ser conciente de cuanto del merito es propio y cuanto es prestado. Evidentemente la falta de política económica es un lujo sólo posible con este margen de maniobra.