“… 25% anual de inflación significa ignorancia, latrocinio, corrupción...”. Adivinanza: ¿quién lo dijo, un líder opositor al kirchnerismo en un acto en Coronel Pringles o un líder opositor iraní en un acto en Teherán? Respuesta: fue Moussavi, el iraní al que, aparentemente, un fraude electoral lo bajó del “empate técnico” con el oficialismo a una “derrota aplastante”.
“… usted no cierra ninguna fábrica y no despide a nadie…” Adivinanza: ¿quién lo dijo, mi amigo Guillermo Moreno, desde un teléfono de la Secretaría de Comercio en Buenos Aires, o Vladimir Putin, a un empresario ruso, ante las cámaras de televisión de su país? Respuesta: Putin. Controles de precios, controles de cambio, prohibición para distribuir dividendos, expropiaciones, estatizaciones. Adivinanza: ¿la Argentina o Venezuela? La respuesta, en el próximo número.
Tolstoi escribió que todas las familias felices se parecen, pero que cada una es infeliz a su manera. Es que el fracasado, económicamente al menos, populismo fundamentalista petrolero, iraní; el oscuro capitalismo de amigos ruso; el socialismo siglo XXI de Chávez; o el autoritarismo sojadependiente de Kirchner, están siendo infelices a su manera.
Aunque, como lo reflejan los ejemplos arriba citados, existan peligrosas similitudes.
¿Qué significa la infelicidad kirchnerista para la economía argentina?
Una economía que ya no crece a tasas chinas, que de hecho este año decrece. Con fuga de capitales y caída de la inversión privada “voluntaria” de largo plazo.
En dónde sólo invierten los amigos o los subsidiados o protegidos de alguna manera. O sólo se hace aquélla inversión que puede recuperarse rápido o cuando no hay más remedio. Este es el “modelo de acumulación”.
Con problemas de empleo e ingresos para los sectores de la economía informal a los que no les llega el intervencionismo oficial del Ministerio de Trabajo, y aumento de la pobreza y la indigencia, con los verdaderos números de inflación. Y fuertes desigualdades en la distribución del ingreso (esta es la “inclusión social”).
Con problemas fiscales crecientes y un superávit que se esfuma, aún con los dibujos oficiales. Mientras el superávit comercial es hijo de la recesión y las fuertes restricciones a importar, que dificultan la normal actividad productiva de las empresas y sus rentabilidades. (Estos son los ex “superávits gemelos”).
Sin acceso al mercado de capitales para refinanciar deuda pública a tasas de interés razonables.
Con las finanzas provinciales altamente dependientes de la discrecionalidad del reparto del Gobierno central. (Federalismo K.)
Sin inversión extranjera directa nueva de magnitud.
Con los depósitos privados y el crédito estancado.
Paradójicamente, el que le acabo de describir, no es un escenario de crisis terminal para la Argentina ni mucho menos.
¿Por qué? El escenario internacional ha dejado, al menos transitoriamente, el pánico.
Eso ha permitido un dólar más débil, y su contracara, mejores precios para los commodities y la revaluación de las monedas de los países con los que comerciamos más (en especial Brasil).
Ese escenario, sin ser extraordinario, le pone un piso a la crisis argentina. Porque evita, eventualmente, una megadevaluación, mientras el Banco Central, con sus reservas, puede seguir administrando la devaluación, y de paso, financiar al Tesoro para ayudar a pagar los vencimientos del segundo semestre.
Sin embargo, cualquiera sea el resultado electoral, hará falta recuperar superávit fiscal, para pagar al menos los intereses de la deuda pública, sin recurrir a nuevas expropiaciones. Hará falta algún gesto con el INDEC y con la comunidad financiera internacional, para lograr alguna capacidad de refinanciar parte del capital que vence el año próximo a tasas razonables. Hará falta reordenar las finanzas provinciales.
Hará falta restablecer un mínimo clima de negocios para que el sector privado frene la fuga de capitales o, por lo menos, la vuelva a números menos dramáticos.
¿Es esto posible? Claramente sí. ¿Es esto probable? Difícil de responderlo en un contexto político de transición y con un Gobierno autoritario y centralizado, claramente debilitado.
Con este panorama, el escenario más probable, aún sin crisis profunda, parece ser el de una mediocridad moderada y fuertemente dependiente del marco internacional.
Esa parece ser la máxima felicidad a la que puede aspirar el kirchnerismo.
Quizás, recordando a Tolstoi, sea una felicidad parecida a la de Irán o a la de Venezuela.