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La firma que cambia la historia del Mercosur

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El acuerdo entre la Unión Europa y el Mercosur supone un hecho histórico y un cambio rotundo de la estrategia del bloque al que pertenecemos: ya no será pensado sobre sí mismo (integración intrarregional) sino también hacia terceros. Reducciones de aranceles en buena parte del comercio bilateral, supresión de barreras no arancelarias, normas para facilitación de tráfico de servicios y para las inversiones internacionales son parte de las reformas que podrían romper una tradición: el Mercosur ha sido, hasta hoy, el bloque más cerrado del planeta porque la suma de exportaciones e importaciones de sus miembros en relación con el producto bruto regional ronda el 33% mientras que, en el mundo, ese porcentaje es de 55%.

El tratado comercial (aun cuando no sea integral y deje algunas áreas reservadas) supone oportunidad para el acceso a un mercado de 500 millones de consumidores de alto poder adquisitivo, inserción en cadenas internacionales de valor en las que las firmas argentinas tienen poca participación (apenas 30% de nuestras exportaciones ingresa en ellas mientras el 50% de las de los emergentes lo hace) y la posible seducción a inversiones externas: la Unión Europea tiene hoy 9,5 billones de dólares en el exterior de empresas propias y es, junto a EE.UU., un gran emisor de inversiones.

El pacto concede, además de cambios en el entorno regulatorio comercial o de inversiones, un salto de reputación: el Mercosur ha sido un bloque afectado por incumplimientos internos de disposiciones, dependiente de humores políticos de sus líderes, desinstitucionalizado y que ha visto caer el comercio interzona un 30% en los últimos años, y –de este modo– el establecimiento de un pacto de derecho público suprarregional con la Unión Europea supone una mejora cualitativa.

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En el mundo los países siguen integrándose pese a los escarceos arancelarios de EE.UU. con China (la misma UE ha celebrado hace meses el mayor acuerdo de libre comercio del mundo con Japón, y hasta 45 países africanos han lanzado una zona de libre comercio entre sí hace poco tiempo), por lo que este paso pone a nuestros países en una tendencia de inserción productiva que no ha tenido hasta ahora y que continúa en buena parte del planeta (los tratados de apertura recíproca en el globo vigentes ya son unos 300, y acogen el 50% de todo el comercio internacional que ocurre entre países amparados por estos pactos).

Estos pasos requerirán, por supuesto, más competitividad: no solo habrá oportunidades en Europa, sino competencia de los europeos en Argentina y en Brasil (donde hasta ahora hemos gozado de una reserva de mercado casi exclusiva), pero un inexorable plazo de gracia de entrada en vigencia también permitirá hacer los esfuerzos para entrar en esta etapa mejor dotados: con un capital político institucional ordenado, un capital organizacional empresarial eficiente y un capital relacional producto del acuerdo que es inédito.

Este acuerdo no es el fin de un proceso de negociación largo, sino el inicio de un esfuerzo de mejora para estar a la altura de las nuevas circunstancias.

*Especialista en negocios internacionales.