George W. Bush tiene 29% de respaldo en la opinión pública norteamericana; es el nivel más bajo de un presidente estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, sólo comparable al que experimentaron Harry Truman en 1950-51 y Richard Nixon en 1974. Bush y su partido han perdido el control de las dos cámaras del Congreso, como consecuencia de la derrota en las elecciones de medio término de noviembre de 2006, en las que estuvo en discusión una sola cuestión nacional, la Guerra de Irak, y en las que la opinión pública se manifestó abrumadoramente en contra de la política de intervención militar del presidente.
Restan a Bush un año y cinco meses de mandato, excluida toda posibilidad de reelección, no sólo por su bajísimo nivel de respaldo en la opinión pública sino porque está vigente la enmienda constitucional establecida por la mayoría republicana en 1946, que prohibe más de dos mandatos consecutivos en la Casa Blanca. George W. Bush, en síntesis, es un ejemplo de “lame duck”, un jefe del Ejecutivo cuyo poder se disuelve con la rapidez del silicio.
Lo notable, no obstante, es que el peso de EE.UU. en el sistema mundial, en vez de disminuir, parece afirmarse. En los últimos dos meses ha logrado un acuerdo de desnuclearización de la península coreana, con la mediación de China. Irán aceptó en los últimos 15 días el retorno de la Agencia Internacional de Energía Atómica para que supervise su programa nuclear. Por último, el nuevo premier británico, Gordon Brown, ratificó esta semana en Washington el carácter prioritario que tiene para el Reino Unido la alianza con EE.UU., y subrayó que no habrá retiro de sus tropas de Irak mientras no se restablezcan condiciones de seguridad en ese país. Pareciera que el poder político de EE.UU. tiene un sustento que va más allá de los resultados electorales y de la fuerza política de un presidente determinado.
En el segundo trimestre de este año la economía norteamericana creció 3,4%, después de que en los primeros tres meses alcanzara un piso de 0,6%. En este mismo período, el precio del crudo trepó a 78 dólares el barril, el nivel más alto de la historia norteamericana desde el segundo shock petrolero de 1978. En esta etapa, la inflación básica fue 1,4% anual, el menor nivel en cinco años. En estos seis meses, el negocio inmobiliario y la industria de la construcción han caído 25,6% anualizado (16,3% en el primer trimestre y 9,3% en el segundo). También en este segundo trimestre la inversión privada aumentó 8,1%, casi cuatro veces más que en los primeros tres meses del año. Es resultado directo del hecho de que el nivel de rentabilidad de las empresas norteamericanas es el más alto de los últimos 70 años, con un auge de 20% en lo que va de 2007. El récord de rentabilidad es consecuencia del aumento estructural de productividad de los últimos 10 años, acentuado a partir de 2000, en que ha crecido un promedio anual de 3%. El aumento de la productividad estadounidense es un fenómeno inmediatamente global, porque es obra, sobre todo, de las empresas transnacionales norteamericanas (ETN’s) o del mundo entero radicadas allí. En forma inversa, el boom de productividad norteamericano revela la transnacionalización de la economía mundial. Hay una nueva división internacional del trabajo, cuyo núcleo es la transnacionalización productiva ejecutada por las ETN’s, que tienen la frontera del sistema en EE.UU., el núcleo más avanzado tecnológico y productivo, que experimenta un ciclo excepcional de innovación (más de 60% del incremento de la productividad norteamericana es aumento de la productividad de la totalidad de los factores).
El boom de productividad esta-dounidense es financiado por el mundo entero; EE.UU., considerado como país individual, recibe 70% del flujo mundial de capitales. De ese total, más de dos tercios provienen de Asia-Pacífico, en primer lugar de China.
El núcleo del proceso de acumulación capitalista actual o, lo que es igual, el vector fundamental de la nueva división internacional del trabajo, es así: por un lado, la superior productividad de la infraestructura económica estadounidense, y por el otro, el financiamiento chino-asiático.
El eje del poder mundial se traslada arrastrado por este vector fundamental; por eso pasa del Atlántico al Pacífico, aunque su punto crítico, históricamente decisivo, permanece dentro del espacio norteamericano y está probablemente ubicado en la zona sur de California. “Todos los pronósticos sobre la decadencia norteamericana se han revelado prematuros”, señaló Samuel P. Huntington.