Donald Trump es un anti candidato, un político que no respeta las buenas costumbres de la democracia representativa, pero es superficial limitarnos a lo anecdótico.
Las formas de la comunicación política se entienden analizando los fenómenos económicos, sociales que están detrás, y su historia. La crisis de la democracia representativa que vive Occidente también tiene que ver en Estados Unidos con la híperconexión.
Trump expresa a muchos norteamericanos que protagonizaron las dos primeras revoluciones industriales, están afectados por la tercera y se oponen al establishment. A ellos no les importa si el candidato desagrada a muchos y les gusta que haga cosas que indignan a la gente “educada”.
Sus actitudes disruptivas engañosas son parte de un reality show, como algunas cosas que hizo, por ejemplo el escándalo cuando apareció en un templo bautista y después en uno católico, provocó la condena de los obispos de esas religiones. Normalmente, cuando un candidato va a un templo, busca votos de sus creyentes y lo coordina con las autoridades eclesiásticas. No fue lo que buscaba Trump: lo que pretendía era fastidiar a la sociedad educada, incluidos los obispos. Siendo homófobo, se dedicó a bailar el himno gay YMCA. Derechista y enfrentado con los afronorteamericanos, se tomó una foto con un guante negro, símbolo de los atletas Black Panters en México. Todas actividades desconcertantes que enojan al establishment y divierten a su base.
Como en 2016, los intelectuales, artistas, universidades y medios de comunicación combatieron a Trump. Representan el éxito de una modernidad en ascenso, que enoja a los obreros y hombres blancos poco educados del rust belt, a los campesinos conservadores, y a otros que se sienten amenazados por la robotización, la Inteligencia Artificial y la globalización.
El rust belt. El capitalismo es un modo de intercambio de bienes y servicios basado en el libre mercado, que nació en el Báltico, con la Liga Hanseática del siglo XIII y se consolidó en Holanda. Al descubrirse América los holandeses fundaron los Nuevos Países Bajos en el territorio de los actuales estados de Nueva York, Nueva Jersey, Delaware, Connecticut, Pensilvania y Rhode Island. En 1664, después de la segunda guerra anglo-neerlandesa, la colonia pasó a manos británicas y Nueva Amsterdam, la capital, se convirtió en Nueva York.
A muchos les gusta que Trump haga cosas que indignan a la gente "educada"
La cultura capitalista holandesa influyó en estos estados, en los que se formó el rust belt, el cinturón industrial norteamericano. Pittsburgh, Gary, Milwaukee, Chicago, Cleveland, Buffalo, Detroit, fueron el centro de la industria siderúrgica que aprovechó para desarrollarse su cercanía con los puertos de los Grandes Lagos y al ferrocarril.
La segunda revolución industrial llegó cuando a fines del siglo XIX se generó masivamente electricidad y se instaló la producción en serie en plantas de Ford en Michigan, Ohio y la ciudad de Detroit. El cinturón industrial se hizo más próspero, sede de los poderosos sindicatos, base del Partido Demócrata. Los millonarios más grandes del mundo fueron dueños de sus fábricas.
Todo cambió con la revolución del conocimiento. Francis Fukuyama estudió las consecuencias sociales y culturales de la desindustrialización y el declive de la manufactura, que convirtieron al próspero cinturón fabril en un cinturón oxidado: “La gente común asocia la crisis de la era industrial con el advenimiento de la Internet en la década de 1990, pero en realidad comenzó antes, con la desindustrialización del Rust Belt de los Estados Unidos y fenómenos semejantes en otros países industrializados”. La revolución de la inteligencia y la globalización llevaron a una nueva realidad en la que los millonarios más grandes son dueños de empresas electrónicas.
Las consecuencias para la gente fueron graves: incremento de la delincuencia, familias disfuncionales, pérdida de seguridad, reducción de oportunidades, deterioro de la educación. Algunos centros del auge manufacturero colapsaron: Cleveland, Detroit, Buffalo y Pittsburgh perdieron aproximadamente el 45% de su población.
La disminución de empleos en la industria ha sido el tema más álgido en la región. Muchos creen que la globalización y los acuerdos de libre comercio con países en desarrollo obligaron a competir con productos de países con obreros mal pagados, que afectaron a los salarios de los trabajadores norteamericanos para poder competir.
Se ha intentado revivir la economía del rust belt con industrias emergentes como la nanotecnología, la biotecnología y empresas vinculadas con la información, que se desarrollan mejor en el Oeste, en lugares como Silicon Valley, con una población más educada.
El discurso de Trump en contra de la modernización, la globalización y la tecnología prendió entre estos obreros que trabajan en fábricas en crisis, que no pueden integrarse a la tercera revolución industrial por su nivel de educación. Los blancos desempleados, pobres, sin educación formal del rust belt, le permitieron a Trump hacer buenas elecciones en Indiana, Michigan, Missouri, Nueva Jersey, Ohio y Pensilvania. La clase obrera chocó con quienes participaban del tránsito del país a la robotización, la Inteligencia Artificial, la singularidad. Como lo dije en esta columna hace meses, Trump fue el candidato del proletariado.
Su discurso contra la globalización prendió entre los obreros de fábricas en crisis
En el 2020 Trump quiso ganar nuevamente en estados del norte habitados por obreros blue collar que siempre habían sido demócratas: Michigan, Wisconsin, Pennsylvania. Hace cuatro años los medios no quisieron creer que apoyarían a Trump y se equivocaron. En 2016 ganó en ellos con unos pocos votos, que le dieron los 55 delegados con que llegó a la Casa Blanca: en Michigan por 47.5% a 47.3%; en Pennsylvania por 48.58% a 47.86%; en Wisconsin por 47.2% a 46.45%. En 2020 se repitió el empate virtual con pequeños cambios, que le dieron la mayoría a Biden: Michigan por 47.9%. A 50.6%; Pennsylvania por 49.3% a 49.5%; Wisconsin por 48.9 a 49.6%. Pocas variaciones, pero en un caso Trump ganó y en el otro perdió.
La comunicación. En el siglo pasado estuvo de moda la teoría del rational choice que decía que los votantes escogen racionalmente por a su candidato leyendo planes de gobierno. Ese mito nunca funcionó. Lo desmienten las ciencias del comportamiento humano, que avanzaron en estos años más que en toda la historia. Desde la aparición de los sinápsidos, hace 270 millones de años, desarrollamos habilidades complejas que nos proporcionan mucha información que nos moviliza. No son silogismos, tienen poco sentido cuando son individuales, son conjuntos de sensaciones que se transmiten entre grupos. No existen votantes normales que puedan mencionar tres puntos del programa de gobierno de Trump y tres de Biden, pero pueden describir sus actitudes.
Hasta el siglo pasado se usaron categorías que tenían que ver con la guerra fría, como izquierda y derecha. Actualmente las identidades políticas se definen por conjuntos de posiciones amalgamadas por visiones de la vida que están más allá de los razonamientos. Terminada la campaña, sería difícil decir cuál de los dos candidatos fue de izquierda o derecha.
En Estados Unidos existen “liberals”, partidarios de los derechos civiles, la libertad de pensamiento, los derechos humanos, la inclusión, la ecología, la protección de la vida en el planeta, el cuidado de los animales, las energías renovables, los derechos de la mujer, de las minorías sexuales. Aman la tecnología, creen en utopías según las cuales el mundo va a una etapa mejor, la robotización, la inteligencia artificial, la singularidad, que darán lugar al nacimiento de una nueva especie. Han aprendido formas de comunicación que superaron a las palabras, que incluyen emoticones, imágenes, memes, y herramientas audio visuales.
Por otro lado están los conservadores. Mas bien racistas, discriminan a las mujeres, creen en visiones mágicas y conspirativas, dicen que el calentamiento global es un mito, no tienen interés en conservar la vida en la Tierra. Creen que las energías renovables son un disparate, suponen que hay que volver a desarrollar la industria del siglo XIX, acabar con la robotización y la Inteligencia Artificial. Algún candidato decía en su propaganda que sueña en que las fábricas vuelvan a contaminar con humo el campo de su país.
En America Latina han aparecido grupos reaccionarios que, en vez de tratar de avanzar sobre las revoluciones industriales, quieren volver a la sociedad pre industrial. Predican el pobrismo, dicen que la pobreza conduce al reino de los cielos. Quieren instaurar una distopía agrarista, llevando a los pobres de las ciudades a las zonas productivas del campo, cosa que no ocurre en los Estados Unidos, en donde nadie propondría llevar a los blue collar de Detroit a los estados agrarios del medio oeste. El ultimo experimento agrarista distópico lo hicieron los Khmer Rouge en Camboya: mataron a un cuarto de la población y Vietnam tuvo que invadir el país para terminar con el genocidio.
Trump apareció en la televisión cuestionando los resultados de los comicios en una intervención plagada de mentiras, que dejaron de transmitir varios canales. Algunos de sus seguidores están vinculados al White Power y a otros grupos violentos que han amenazado con desmanes. Está acostumbrado a litigar en los tribunales con un ejército de abogados. Irá a la Corte para intentar anular el recuento de los votos que llegaron por correo. Felizmente en Estados Unidos los magistrados leen códigos y no hacen cálculos políticos. En el partido Republicano hay resistencia contra Trump y muchos de sus dirigentes no lo acompañarán en esta aventura. Será otro número del reality show.
Biden es el nuevo presidente de un país dividido que debe lograr que la tercera revolución industrial no afecte a muchos ciudadanos. Para complicar las cosas, la cuarta ya está encima, hablaremos de eso en otro articulo.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.