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BIDEN, NUEVO PRESIDENTE DE EE.UU.

La última promesa de Trump

8-11-2020-Trump
CLAVE. A nadie escapa el papel ominoso que Trump tuvo frente al Coronavirus. | CEDOC PERFIL

La espera y el suspenso que mantuvieron a un país en vilo durante tres días y medio quizá se prolonguen varias semanas más si la obstinación de quien no sabe perder mantiene una pulseada estéril a partir de acciones y recursos legales que solo diferirían la confirmación formal de su derrota.

La proyección del recuento en Pensilvania terminó concediendo ayer a Joe Biden los 20 electores de ese estado y otorgando al exvicepresidente de Barack Obama tres votos más que los 270 necesarios. Poco después del mediodía en Argentina, todos los sitios informativos de su país y el mundo, incluidos los pocos que le seguían siendo fieles, anunciaban que Estados Unidos tendrá un nuevo presidente a partir del 20 de enero de 2021.

A esa hora, según una de las cadenas con las que más polemizó en estos cuatro años, el hombre que gritó fraude mucho antes de que comenzaran los escrutinios o que se autoproclamó vencedor de madrugada mientras pedía que se parara el recuento, el que consideró como legales solo a los votos en cuya ecuación vencía, jugaba al golf y parecía ajeno a la tremenda polarización generada en torno a su figura.

Donald Trump, el magnate que a comienzos de este 2020 parecía tener más que asegurada su permanencia por cuatro años más en una Casa Blanca, a la que entró en 2016 casi por la ventana, había sido vencido. Su derrota y la de su estilo son, por su valor simbólico, mucho más noticia a escala global, que la consagración del candidato de mayor edad (Biden cumple 78 el día 20) o la elección de la primera vicepresidenta mujer, Kamala Harris, en la historia de este país.

Hasta hace solo unos meses, nadie apostaba a que un candidato como Biden, con escasísimo carisma y visibles dificultades para conectar con el electorado más joven y progresista o con las minorías de su país, podría desbancar del poder a quien llegó pateando viejas estructuras políticas de Washington y amenazó con guerras e incendios en lugar de una pacífica retirada.

Prioridades y razones

Cuando aún estaba pendiente no solo del recuento de Pensilvania, sino también de otros estados como Nevada, Arizona o Georgia, con los que el demócrata podría coronar finalmente una victoria más holgada, el ex vicepresidente de Obama comenzó a delinear las prioridades que tendrá apenas se instale en el Despacho Oval.

La pandemia del Covid-19, la economía, la justicia racial y el cambio climático fueron las urgencias que enumeró, repitiendo la tónica de sus discursos de campaña. Más allá de lo que pueda hacer quien esta semana se convirtió en el candidato, y ahora presidente electo más votado de la historia estadounidense, los cuatro tópicos mencionados como sus ejes tal vez ayuden a entender el resultado de la elección.

A nadie escapa el papel ominoso que Trump tuvo frente al Coronavirus, que al día de ayer había dejado más de 237 mil muertos y casi 10 millones de contagiados, con un rebrote que un día después de las urnas se cobró más de 1.600 vidas en solo 24 horas.

Debido a la catástrofe sanitaria que supuso en su país su relativización del virus o su rechazo a las medidas restrictivas o de distanciamiento, Trump tampoco pudo oponer grandes logros en la economía que dijo priorizar. Los efectos colaterales de la pandemia en el empleo o el crecimiento, aunque con vaivenes, mancaron el caballito de batalla con que el excéntrico mandatario cabalgaba en enero y febrero hacia la reelección. Más aún cuando el impeachment, aprobado en su contra en la Cámara de Representantes, naufragó previsiblemente en el Senado.

Pero si la emergencia sanitaria y económica comenzaron a menguar su capital político y electoral en marzo y abril, la muerte por asfixia del ciudadano negro George Floyd en Minneapolis -enésimo episodio de violencia policial contra afrodescendientes y latinos- desató una reacción popular y multitudinarias manifestaciones callejeras que inundaron todo el país.

Radicalizar

Lejos de atemperar los ánimos caldeados, Trump echó cada vez que pudo más nafta al fuego, culpó a sus opositores “de ultraizquierda” cuando las protestas pacíficas degeneraron en episodios de violencia y saqueos, y nunca condenó a los grupos supremacistas blancos que cada tanto irrumpieron en la escena en diferentes partes del país.

Las convocatorias de grupos como Black Lives Matter o de quienes defienden a colectivos de inmigrantes ganaron espacio y repercusión nacional y global y se multiplicaron ante nuevos episodios de gatillo fácil o abusos que el gobernante muchas veces prefirió eludir.

Cuando las encuestas –a las que neutralizó en 2016– comenzaron a situarlo abajo, radicalizó aún más su apuesta e intentó demonizar a sus contrincantes. Al propio Biden, en el debate más bochornoso del que se tenga memoria, pasó de endilgarle sus décadas como parte del viejo establishment político de Washington, donde pasó épocas como senador y dos períodos como vicepresidente.

A medida que el candidato demócrata subía en adhesiones puso en duda su salud mental y agitó el fantasma de una “ultraizquierda camuflada” o una “avanzada socialista” de la mano del binomio Biden-Harris que contradecía su estigmatización anterior y que solo podía ser creída por sus seguidores más fanáticos e irracionales, que a la luz de los resultados obtenidos no son pocos y hacen ruido. Como los sectores de exiliados anticastristas y venezolanos de Miami que ayer se manifestaron contra la noticia de Biden como ganador.

En medio de esa polarización exacerbada que propició la participación más alta de votantes desde 1900 -y convirtió a los dos contendientes del martes en los más votados de la historia norteamericana- la primera pregunta es cómo hará Biden para gobernar para todos, sin distinción de colores políticos o de piel.

El negacionismo con que grupos armados desafiaron las medidas preventivas no se apagará por un resultado ni un mensaje conciliador y menos aún si quien perdió no reconoce la derrota y aduce que le robaron.

En medio del fárrago de denuncias, contradictorios recursos y acciones legales, o desopilantes mensajes lanzados para esgrimir las más variadas tesis conspirativas en su contra, hay que decir que suele cumplir sus promesas más drásticas. El rechazo al Acuerdo de París, las restricciones y muros contra migrantes, la ruptura del Pacto 5+1 con Irán, figuran entre ellos. Y a nadie puede pasar inadvertido que él amenazó con no reconocer un resultado adverso y acudir a la Corte desde comienzos de octubre, aunque también lo había hecho en 2016, semanas antes de la batalla que le ganó a Hillary Clinton.

Nadie sabe a ciencia cierta hasta cuándo Trump mantendrá su posición de embarrar la cancha y quiénes entre los republicanos seguirán su peligroso juego antisistema, que lesiona los presupuestos más básicos de cualquier democracia.

Mientras, con los resultados finales a la vista, los latinos de origen mexicano o centroamericano que contribuyeron a dar vuelta la historia en estados como Nevada y Arizona, o los afroamericanos que cambiaron de dueño a Georgia, celebrarán a esta hora su pequeña revancha frente a tanto maltrato. Y si finalmente fue Filadelfia, cuna de la Constitución y la declaración de independencia, la que dio el simbólico empujón final al todavía jefe de Estado, Hollywood ya tiene guion para fabricar nuevos héroes. Los villanos hoy suelen repetir su libreto.

Marcelo Taborda
Periodista especializado en política internacional