A veces se me ocurren preguntas difíciles de contestar. Tampoco es para alarmarse: a todo el mundo le pasa. Pero a raíz de no sé qué notícula en un diario sobre lo que tiene que devolver una polifuncionaria que se metió en el bolsillo un montón de guita, pensé lo siguiente, a ver si usté me ayuda con esto: ¿cómo elige alguien pasar a la historia no como una persona honorable, honesta, no sé si impoluta pero casi, sino como una vulgar delincuente? ¿Cómo no piensa “voy a hacer que mi nombre despierte ecos de buena gestión, de contracción al trabajo que se me encomendó, de trayectoria transparente” sino que dice “lo que yo quiero es ser rica de modo que voy a sacar de donde sea toda la plata que pueda. ¿El Riachuelo? ¡Y a mí qué! Hace tanto que es un charco infecto que no me voy a andar preocupando por eso, a ver, de dónde puedo sacar unos millones, verdes, más”. ¿Cómo es que alguien se dice “bueno, como estamos invitados a Suiza me voy a divertir como loca jugando con bolas de nieve en vez de ir a esas aburridas reuniones de gente sin glamour”? Sí, hay gente (desgraciadamente mucha) que no puede elegir. Esa nena marginal que vive una vida mísera, violada a los cinco años, analfabeta, prostituida a los doce, drogadicta a los catorce, no puede elegir: su camino es el de la delincuencia. Pero esa otra gente, rica, de familia constituida, con título universitario, a la que se le abren las puertas de la gestión pública, ¿cómo es que elige la delincuencia y no la honestidad? ¿Qué fuerza oscura la lleva a mirar hacia adelante y ver el signo del dinero y el poder en vez de ver su nombre junto a los de los hombres y mujeres que hicieron algo por su país y su gente? ¿Usté tiene respuesta a esas preguntas? Porque lo que es yo, no.