El actual proceso electoral está poniendo blanco sobre negro cuestiones que evidencian las transformaciones y desafíos a que está siendo expuesto el sistema político argentino. Por un lado, el tradicional sistema de representación política basado en partidos de fuerte identidad, sostenidos en anclajes sociales y culturales, está siendo sustituido por la convergencia de espacios políticos, muchos de ellos de perfiles ideológicos sustantivamente diferentes y en muchos casos competidores electorales en un pasado reciente (y de manera aún más extravagante, compitiendo paralelamente en territorios y fórmulas distintas).
¿Qué elementos los amalgaman? Desde lo estratégico, el objetivo es ganar espacio en las estructuras de poder político ya sea para crear masa crítica que permita –en el caso de las fuerzas de oposición– vencer al oficialismo, o bien para buscar posicionarse esperando por tiempos políticos más favorables. Desde lo operativo, a través de candidatos de origen variado, pero cuyo principal atributo es poseer un alto nivel de conocimiento público y estar bien ubicados en las encuestas. No importa tanto su historial político. Es más, cuanto menos “contaminado” de política, mejor.
En el actual mercado de la política hoy se intercambian sin pudor carnets de membresías a la cooperativa de partidos de que se trate, a condición de portar: buena imagen pública, poder de convocatoria y, además, capacidad de generar recursos en campañas cada vez más difíciles de financiar. Pero las suscripciones de socios pueden durar poco. No hay un esprit de corps que no claudique frente a propuestas más tentadoras o resultados electorales más seguros que permitan alcanzar al menos objetivos menos altruistas que aportar al bien común.
El travestismo es otro fenómeno recurrente en esta campaña, sumando al desconcierto general y a un reforzamiento del descrédito y la desconfianza hacia la política y los políticos. La fuga de dirigentes hacia el peronismo o hacia el macrismo, las dos fuerzas que en las encuestas aparecen en los últimos meses con una relativa supremacía sobre el massismo, ha sido moneda corriente por estos días.
Por ello, el desafío de reconstrucción de los lazos de representatividad entre los actores políticos y sociales es complejo y se impone como prioridad. Cierto es que la sociedad reclama eficacia en los resultados, esto es, soluciones a demandas y problemas concretos entre los que el bienestar económico y una mayor equidad social aparecen como centrales. Pero reclama además probidad y coherencia en su dirigencia, transparencia y juridicidad en los actos de gobierno, amén de una Justicia independiente como instrumento privilegiado para lograrlo.
Más preocupante aún es el malestar de la población frente a la imposibilidad de ver reflejadas sus demandas y necesidades en fórmulas simplistas encorsetadas en la dicotomía cambio y continuidad. ¿Es el eje continuidad vs. cambio el que finalmente decidirá la orientación que tendrán los electores?
Según este enfoque, el éxito electoral sería obtenido por aquel dirigente político que más eficazmente administre esta ecuación. Sin embargo, los criterios que deciden el voto ciudadano son mucho más complejos. En primer lugar, “cambio” es un término políticamente polivalente. Un “significante vacío” que no tiene por sí mismo especificidad programática y puede adoptar diferentes contenidos, orientaciones e intensidad.
Un buen ejemplo de ello es la campaña de Barack Obama de 2008 y de Zuluaga en Colombia de 2008, en la primera el significante “cambio” fue una de las principales y más eficaces piezas de su estrategia retórica. Pero ese concepto recogía una demanda que fue desplegada no sólo en múltiples públicos y slogans sino que fueron propuestas programáticas para llevar adelante la visión de país que Obama tenía para los Estados Unidos. Lo opuesto sucedió en Colombia, donde la propuesta cambio-continuidad fue un fracaso, pues no logró sintonizar correctamente ni convertir en propuestas concretas la demanda de cambio del electorado.
Consensos. La mayoría de los argentinos expresa hoy un fuerte consenso negativo respecto a las políticas de seguridad (88,5% de rechazo), el rumbo de la economía (83,6%), el reclamo de transparencia de los actos de gobierno y el estilo de gobernar (74%) o la relación con el Poder Judicial y el Congreso (76,4%) y quiere propuestas de cambios y aspira de la dirigencia propuestas de cambio sobre estos temas. Existen también demandas de cambio –aunque de menor intensidad– en las políticas sociales (56,8% de rechazo), la política de DD.HH. (53% de rechazo) o la Ley de Medios, todas ellas emblemas políticos de la gestión de gobierno de CFK. Lo que hay allí son posiciones que polarizan claramente a la sociedad.
Si se lo mira desde los electores de los distintos candidatos, se observa que: los electorados de Macri y Massa muestran perfiles casi idénticos: tres de cada cuatro se pronuncian por un cambio respecto de políticas y estilos de gestión del actual gobierno.
Entre quienes expresan la voluntad de votar a Scioli, la mitad aspira a un cambio y la otra mitad demanda continuidad. Los perfiles de los votantes de Urribarri y Randazzo son idénticos: dos tercios se pronuncian por la continuidad y un tercio por el cambio.
Se puede conjeturar que la idea que existe hoy en la sociedad es la de una demanda de continuidad, paralela a la demanda de cambio, que responde al carácter fuertemente difuso, ambiguo, “líquido” (al decir de Bauman), que adquiere esta última noción en la opinión pública. A diferencia de lo que ocurría en 1999, por ejemplo, cuando los contenidos que debía asumir la salida del menemismo eran claros y consensuados (mantenimiento de la convertibilidad + ética pública), eje sobre el cual la Alianza construyó un exitoso posicionamiento electoral; en la actualidad, no se presenta en la oferta partidaria una dirección definida de las transformaciones demandadas ni existe aún un candidato en condiciones de tomarlo creíble como oferta electoral.
Una alternativa política que logre intervenir en esta ambigua dualización conceptual generando propuestas enmarcadas en una visión de modelo de país es la que probablemente tenga más chances de alcanzar el éxito.
*Socióloga. Analista de opinión pública.