Justo cuando el Gobierno denuncia a Eduardo Duhalde por golpista y confabulador, decide utilizar el ejemplo Duhalde para transformar la Policía Federal, servirse de la misma reforma y personajes que el entonces gobernador aplicó en la provincia de Buenos Aires. Paradoja funesta: aquella intervención pasada que protagonizó León Arslanian arrojó un saldo discutible o de nula eficacia, estadísticas tipo Indec, purgas controversiales y desmedida cobertura publicitaria para disimular errores. Casi un armado teatral que se terminó de desmoronar con el secuestro y asesinato del hijo de Blumberg, manifestaciones callejeras y reclamos por mayor penalidad contra el delito. Tanto alboroto hubo que los Kirchner, preocupados por el ascenso de Blumberg, lo convocaron a su cercanía, lo llevaron a los cortes de Gualeguaychú y hasta ubicaron una estampita del joven asesinado en el despacho presidencial. Otros tiempos, claro.
Después de siete años en el poder y elogiando todos los días su servicio, ahora el kirchnerismo descubre que la “federica” es pervertida y corrupta, brutal. Decide entonces dar vuelta como una media a la Policía con una dama como ejecutante, Nilda Garré, y el mismo equipo que estuvo con Duhalde y que pilotean el propio Arslanian y el teórico Alberto Binder, más algunos colaboradores de derechos humanos y un funcionario ad hoc como Marcelo Saín. Se repite el cuadro del duhaldismo, cuando se mutó la “maldita policía” de entonces por una cobertura oral del garantismo. Entonces, el gobernador no contó lo que le había costado en contratos esa reforma, se supone que tampoco ahora abundará información al respecto. Pero el ciudadano no debe preocuparse por los gastos: son tantas las “cajas” de la Federal que los nuevos ascendidos piensan eliminar, que seguramente las futuras inversiones saldrán baratas.
La Garré preside el cartel francés –por lo tanto, condición de artista, se negó a asumir hasta que se despejara de ocupas el Parque Indoamericano–, pero del contenido y representación de la obra, como ella misma reconoció, sabe poco y nada. Hará cursos acelerados. Como su número dos, la otra estrella, la fiscal Cristina Caamaño, a quien –como dicta la nueva moda del género– se la supone idónea en el tema seguridad por provenir de la Justicia, como ocurrió con los antecedentes de Carlos Stornelli y Guillermo Montenegro (aunque en sus casos, el ascenso parecía medirse más con el apartamiento y destino de ciertas causas). Como se sabe, ella se ha destacado por hacer docencia en las cárceles y conseguirles trabajo en la Justicia a los abogados salidos de prisión, casi un plagio de su mentor, Eugenio Zaffaroni, quien prohijó y llevó al título de letrado a un ex convicto que hoy dispone de uno de los mayores y más acaudalados estudios jurídicos del país. Tan loable esa gestión como el propósito enunciado de cambiar una fuerza heredada de la Revolución Libertadora (ya no de los 70) y que medra, según los nuevos ocupantes del área, con kioscos aleatorios a su función, como el tráfico humano –prostitutas, que le dicen–, por ejemplo. Lástima que hayan pasado siete años para descubrir estas inequidades: durmieron todo este tiempo con los felones sin advertir sus aviesas costumbres, elogiándolas en todo caso, algo semejante a lo que le ocurrió al matrimonio con el Grupo Clarín luego de compartir casa, comida y algunos negocios. Si uno aplica el mejor de sus ojos para observar, habrá que admitir que en el kirchnerismo –por lo menos– existe una tardía capacidad para detectar ciertas evidencias.
Tampoco se ha advertido en el Gobierno, como lo sabe todo el mundo, que la Garré se encuentra indispuesta con Aníbal Fernández –ya ancestral el odio, se espiaban mutuamente, complotaban para destituirse–, enemistad que ni el cinismo de los protagonistas puede ocultar. Esa porfía ilumina conflictos superiores, venideros, también en otros rubros oficiales. Del mismo modo que nadie habla del ascenso de uno de los funcionarios predilectos de Alfredo Yabrán, el nuevo ministro de Defensa, Arturo Puricelli, a quien duramente denunciaba Domingo Cavallo junto a Néstor Kirchner luego de almorzar ambos en un privado de Clark’s, cuando eran amigos íntimos y las rentabilidades de otra YPF también favorecían al santacruceño. De esa parte de la historia parece que se hizo cargo Julio De Vido.
En verdad, si no aparecen imponderables, no hay voluntad para que progrese el conflicto interno: todos aspiran a vacaciones pacíficas, finalmente son pequeñoburgueses que atienden a sus familias. Aunque más de uno está precavido con el verano, eventuales traiciones y por lo que ocurra adicionalmente con el peronismo: esta semana se pondrán de acuerdo en el PJ para borrar las colectoras –epílogo para boy scouts oficiales como Martín Sabbatella–, pero no se resolverá el dilema principal: ¿qué hacer con Daniel Scioli?
Cristina Fernández de Kirchner, como su finado esposo, se queja de que el gobernador gasta a su modo los fondos que le cede la Nación. Hace su juego y, además, no se compromete con el Gobierno cuando éste entra en crisis. En su entorno, como se sabe, exigen que Scioli se pronuncie para renovarse en la Gobernación, mientras él requiere tiempo para escuchar previamente la determinación de Cristina sobre su nuevo mandato presidencial. Si a ella se le ocurre desistir, él piensa que le corresponde vestirse de delfín, destino que buena parte de la corte oficial no sólo le niega sino que pretende impedir. Están tan distanciados como las dos policías, Federal y Bonaerense, que ahora van a regir.