El 13 de junio pasado, en su casa y junto a su mujer Helen, a los 53 años, murió inesperadamente Sergei Tretyakov, el protagonista del libro de Pete Earley Camarada ‘J’: los secretos nunca contados de un maestro de espías rusos en Estados Unidos luego del final de la Guerra Fría.
Por pedido expreso de su esposa, la noticia del deceso sólo fue hecha pública casi un mes después; hay quienes piensan que Tretyakov podría haber sido víctima de sus ex colegas de la Sluzhba Vneshney Razvedki (SVR), Servicio de Inteligencia Exterior, el organismo que reemplazó a la KGB. Pese a que todo parecería indicar que se trató de un ataque cardíaco masivo, la batería de estudios autópsicos en curso sobre los restos del Camarada ‘J’ recién se concretará en un reporte definitivo a finales de julio.
En el libro de Earley, un oficial de la Oficina Federal de Investigación (FBI)catalogó a Tretyakov como “el más importante espía para los Estados Unidos desde el colapso de la Unión Soviética”. Mucho de lo que aportó todavía está siendo usado por agentes de contrainteligencia norteamericanos y, por eso, deberán pasar décadas para que la verdadera dimensión de su contribución pueda salir a la luz, si es que esto alguna vez sucede.
El 11 de octubre de 2000, mientras era el segundo al mando de la KGB/SVR en Nueva York y supervisaba todas las operaciones rusas de espionaje sobre Estados Unidos y dentro de Naciones Unidas, desertó junto con Helen y su hija Ksenia. Se cree que durante los tres años anteriores usó dos sombreros: el de coronel de inteligencia ruso y el de agente de los Estados Unidos. A pesar de que, cuando se hizo pública su historia, muchos temieron por su vida, Sergei Olegovich Tretyakov optó por vivir con su nombre y sin protección, mientras continuaba vituperando a sus viejos colegas, en particular, al primer ministro Vladimir Putin.
Cuando recientemente estalló el denominado “escándalo de los ilegales”, algunas fuentes habitualmente bien documentadas vieron la mirada de Tretyakov (y copiosos archivadores de tips off, informes confidenciales) detrás de la investigación que condujo al hallazgo. El domingo 27 de junio se puso a disposición de la Justicia a más de una decena de residentes en Estados Unidos acusándolos de estar implicados en actividades de espionaje a favor de Rusia. El martes 29, Moscú reaccionó con aspereza. Andréi Nesterenko, el vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores, calificó de “infundadas” y de “malintencionadas” a las acusaciones. Desde Jerusalén, el Ministro Serguéi Lavrov dijo en una rueda de prensa, en compañía del ministro de Exteriores israelí Avigdor Lieberman, que no se les había “explicado nada sobre el asunto” y esperaba “que lo hicieran”. Adicionalmente, hizo referencia a la malignidad con que había sido elegido el momento de la revelación: el presidente Dmitri Medvédev, acababa de volver de los Estados Unidos, país que visitó antes de asistir en Canadá a las cumbres del G8 y el G20, exhibiendo una cándida armonía con Barack Obama.
Entre los “ilegales” se destaca Anna Chapman, no sólo por el rostro bello, burlón y cruel que asoma bajo su cabellera rojiza, sino por su biografía, cincelada con detalles de alcoba y con fotografías insinuantes. El 13 de julio, ya en Rusia, se supo que Anna Chapman, nacida como Anya Kushchenko en Volvogrado, la ciudad del tenista Nikolái Davydenko, podría pretender una banca en el Parlamento local en 2011. Como marketing político, la incursión de Chapman en el espionaje y en el canje de espías entre Estados Unidos y Rusia, no deja de ser un aporte.
Algo que el Camarada ‘J’, Sergei Olegovich, solía repetir era que la Guerra Fría nunca terminó. “Es como un virus, uno suministra la medicina y el virus desarrolla sus defensas y continúa”. Solía alertar acerca de que Rusia estaba cubriendo Estados Unidos de espías deep cover (encubiertos, o “células dormidas”).
La Usmlm (U.S. Military Liaison Mission, Misión Norteamericana de Enlace Militar) fue una reliquia de la Conferencia de Potsdam de 1945, en la que los jefes de Gobierno de la Unión Soviética, el Reino Unido y los Estados Unidos se reunieron para decidir cómo administraban a la derrotada Alemania. Creada oficialmente para coordinar esfuerzos en el seguimiento de la desmilitarización y el desarme germanos, terminó convirtiéndose en un observatorio norteamericano del avance bélico soviético. Los oficiales de enlace estadounidenses centraron sus esfuerzos en estudiar los órdenes de batalla soviéticos y en transmitir observaciones de primera mano sobre el equipamiento militar. El objetivo era “encontrar un lugar no registrado y estudiar de qué se trataba, desde plataformas para el despegue de aviones hasta la velocidad de rotación de los radares”, según recuerda John J. Miller, colaborador de la revista on line National Review. John A. Fahey, quien sirvió en la Usmlm durante los 60, dice no tener ninguna duda de que los rusos usarían actualmente armas nucleares tácticas en un eventual conflicto. “Pude seguir las maniobras de los juegos de guerra soviéticos y ver los pequeños hongos que simulaban detonaciones atómicas”.
Pese a que Putin ha dicho reiteradamente que tanto Rusia como los Estados Unidos deben restaurar sus lazos económicos, incluyendo cooperación en la construcción de aeronaves, barcos, energía atómica y transporte, los editores del sitio Family Security Matters, una organización orientada a informar a los norteamericanos sobre cuestiones vinculadas con la seguridad nacional, sostienen que los planes rusos tendientes a reducir el arsenal nuclear occidental tiene motivos ulteriores, diferentes de la proclamada protección del mundo.
Mientras tanto, Helen Tretyakov espera el resultado final de la autopsia que se realiza sobre los restos del Camarada ‘J’. Es probable que algunos rostros acompañen sus horas de vigilia. El del presidente ucraniano pro occidental Victor Yuschenko, cuya cara fue devastada en 2004 por la cantidad de dioxina tóxica encontrada en su torrente sanguíneo. El del disidente y ex agente de a KGB, Alexander Litvinenko, asesinado en Londres en 2006 con el isótopo radiactivo Polonio-210. El de Anna Politkovskaya, quien escribió contra los grupos favorables al Kremlin que crearon un reino de terror en Chechenia, y fue muerta a balazos en el pecho y la cabeza el 7 de octubre de 2006.
Seguro es que no olvida el lema de su difunto marido: “La Guerra Fría nunca terminó”.