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La historia de Mitre

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| Cedoc

La traslación al siglo XXI de los términos del siglo XIX puede resultar muy frustrante. Pero no, como se esperaría, porque esos términos ya no funcionan, sino al revés: porque funcionan. Sin dejar de percibirse en ellos un lastre de anacronismo que sugiere el moho o insinúa cierta herrumbre, los vemos reaparecer sin poder siquiera apelar al mito del eterno retorno. Es apenas estancamiento, tan sólo una trabazón.

Lo mejor de siglo XIX, por otra parte, se verifica en esas instancias en las que las categorías fallaban. El mejor ejemplo es sin dudas el de Facundo, que es genial porque el corte tajante entre civilización y barbarie no encaja ni en el propio Sarmiento, que entonces tiene que maniobrar y reacomodar los esquemas que él mismo quisiera más firmes. O lo es el alegato final del unitario de “El Matadero”, que visiblemente falla. O bien, por qué no, Martín Fierro, cuya “Vuelta” no viene a agregarse a la “Ida”, sino más bien a enmendarla, a atemperarla o incluso a revertirla.

Pues bien, corre el año 2020 y de pronto los temas argentinos son los conflictos entre Buenos Aires y las provincias, la puja entre el poder central y los caudillos del interior, el sueño de la emigración a Uruguay, la epidemia y el sanitarismo estatal, la disputa por la propiedad de la tierra. De a ratos estamos en 1821, de a ratos en 1837, de a ratos en 1861, de a ratos en 1870, de a ratos en 1879; nos rondan Rivadavia, Echeverría y Gutiérrez, Mitre en Pavón, la fiebre amarilla, la conquista genocida del “desierto”.

La historia nacional retorna, pero afantasmada; sin legados ni vigencias, más bien como un trastorno temporal. 

¿Estaremos atrapados en Mitre? Puede que, para salirse, convenga valerse de ese mismo significante: dejarse llevar de Bartolomé a Esmeralda, que acaso no por azar es figura estelar de este presente. 

Nuestra historia se repite, sí; pero siempre como tragicomedia.