Barack Obama tiene reservada casi inexorablemente la gloria de ser el presidente de los Estados Unidos al que la historia le reconocerá la recuperación de Cuba. ¿Invadirá la isla con decenas de miles de marines para derrocar al gobierno del Partido Comunista? Ni modo: a La Habana le urge poder comerciar con los EE.UU., algo que el embargo impide desde 1962.
Cuba está ausente de esta cumbre de Trinidad, pero la relación con la isla es de fenomenal importancia y los cubanos ya están listos para cruzar la línea, tras medio siglo con Fidel Castro. Lo admitió días atrás su hermano Raúl en Venezuela, con retórica sin precedentes: “Estamos dispuestos a discutir todo (con los norteamericanos): derechos humanos, libertad de prensa, presos políticos, todo lo que quieran hablar”. Condiciones módicas y razonables: “Queremos dialogar como iguales, sin la menor sombra de duda sobre nuestra soberanía, y sin la menor violación del derecho del pueblo cubano a su autodeterminación”.
La estupidez norteamericana con Cuba sólo le sirvió a Castro para situarse como víctima durante medio siglo. En Cuba se patentizan la fatiga y el claro agotamiento de un modelo que ahora basa su supervivencia en poder comerciar con los Estados Unidos.
Cuba no está bloqueada, pese al uso irresponsable del término hasta por periodistas que no simpatizan con el régimen. Existe un “embargo” para el intercambio de los EE.UU. Pero el evidente atraso e involución en muchos aspectos de la peripecia cubana no son resultado del insostenible y censurable embargo norteamericano.
Cuba era la tercera economía de América latina en 1957, pero los cubanos viven peor hoy que hace 50 años. Cuando la URSS se convirtió en la Rusia capitalista, se acabaron los monumentales subsidios de los que vivió la isla con su decisión de aliarse con Moscú a comienzos de los años 60.
Luego de 50 años de colectivización y centralización, siete cambios de organización económica y cuatro cambios de estrategia de desarrollo, el régimen destruyó el incentivo individual por completo.
Este columnista era un joven y entusiasta admirador que viajaba por Cuba cuando Fidel precipitó al país en el delirio místico de la zafra azucarera de los 10 millones de toneladas. Fracasó penosamente, como cuando se propuso criar vacas que dieran leche de sabores o establecer cafetales a una altitud inadecuada.
Nunca olvidaré mi sensación alucinada cuando aterricé en La Habana en 1969 y se me informó que, como parte de la “ofensiva revolucionaria”, todos los servicios públicos habían pasado a ser gratuitos. No les creí a mis escoltas y pedí usar un teléfono público en el Vedado. Era cierto, las llamadas eran gratis.
La URSS le entregó a Cuba unos 65 mil millones de dólares. Hoy mismo, Venezuela suministra a la isla el 57 por ciento de sus necesidades de combustible a precios privilegiados, a un costo de entre US$ 2.500 y US$ 3.000 millones.
Sólo la Argentina y Uruguay superaban en 1957 a Cuba en renta por habitante, mientras que en 2009 la economía cubana es una de las últimas del continente. De acuerdo con las estadísticas de La Habana, Cuba se situaría en el puesto 21º de América latina.
En 1958, con una dictadura corrupta, Cuba producía casi el 80 por ciento de lo que comía su población y era el principal proveedor de hortalizas de EE.UU. Hoy, importa más del 80 por ciento de su canasta básica y la mayor parte de los alimentos proviene de ese mismo país, quinto socio comercial de Cuba a pesar del embargo.
El sistema es el obstáculo: con más del 50 por ciento de las tierras cultivables ociosas, en 2007 la producción de azúcar cayó a 1,2 millón de toneladas, la peor desde 1903. Sólo el turismo capitalista, las remesas de los emigrados en naciones de economía de mercado y los subsidios de Hugo Chávez equilibran en algo la deficitaria balanza comercial.
Obama no promete que las cosas cambien de la noche a la mañana, pero perforó el viejo embargo decretado por Kennedy y continuado por Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo. Que en 50 años los Estados Unidos hayan tenido once presidentes (Fidel Castro llegó al poder en la administración Eisenhower, que rompió relaciones con los barbudos) muestra el dinamismo y la esclerosis de ambos casos.
Casi ninguno de los 33 países representados en Trinidad para ver a Obama admira el modelo cubano ni trata de imitarlo. Aunque hay mucha hipocresía y charlatanería virtuosa, el embargo debe terminar y las relaciones deben normalizarse.
Hace falta mucha mala fe para ignorar que en Cuba no imperan muchas de las libertades sin las que no podría vivir la mayor parte de los intelectuales que en público jamás critican a Cuba, pero en privado despotrican contra la vida cotidiana en la isla. No es ocioso recordarlo: Cuba restringe severamente la libertad de expresión y los viajes de sus ciudadanos al exterior. No reconoce el derecho a que haya otro partido que no sea el Comunista, único existente.
Obama, que será en Trinidad un rock star hemisférico, confronta un mundo infinitamente menos anti-yanqui que el de hace apenas seis meses, excepción hecha del necio Chávez, que caracterizó a Obama de “ignorante”.
Los norteamericanos fracasaron con sus 47 años de embargo comercial. El régimen sobrevivió porque supo tejer una alianza total con los soviéticos, presentándose como víctima propiciatoria del gigante imperialista.
“La política norteamericana con Cuba no ha funcionado y nuestro embargo nos exhibe más ridículos e impotentes que nunca”, proclamaba esta semana Michael Kinsley en The Washington Post.
Si Obama se libera de la obcecada minoría que desde la Florida dominó durante décadas la estrategia de los EE.UU. con la isla, una realidad luminosa e inesperada sobrevendrá.
¿Cómo será esa Cuba “inundada” de centenares de miles de turistas yanquis, expuesta a los desafíos, los problemas y la formidable potencia de la economía de mercado? ¿Por qué deberían privarse los cubanos que viven en la isla de la oportunidad de gozar también ellos de los frutos del capitalismo?