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La hora de desalambrar

El 3 agosto de 1988, cuando faltaba un año para terminar su mandato, el presidente Alfonsín tomó una serie de medidas para controlar la inflación y relanzar la economía. A ese ajuste, los medios lo llamaron “Plan Primavera” (aunque en realidad se parecía demasiado a “pasar el invierno”). El diario español El País, en un despacho firmado por Carlos Ares, su corresponsal de entonces, informó acerca de las principales medidas, y dio cuenta de la recepción negativa en la CGT, los empresarios y los dirigentes de campo.

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El 3 agosto de 1988, cuando faltaba un año para terminar su mandato, el presidente Alfonsín tomó una serie de medidas para controlar la inflación y relanzar la economía. A ese ajuste, los medios lo llamaron “Plan Primavera” (aunque en realidad se parecía demasiado a “pasar el invierno”). El diario español El País, en un despacho firmado por Carlos Ares, su corresponsal de entonces, informó acerca de las principales medidas, y dio cuenta de la recepción negativa en la CGT, los empresarios y los dirigentes de campo. Sobre éstos, escribe: “Los presidentes de las organizaciones agropecuarias más importantes del país –la Sociedad Rural Argentina, la Confederación de Productores, la Federación Agraria y Coninagro– coincidieron en que el plan es confuso y lamentable”. Y luego: “Los productores agropecuarios advierten que la liquidación de sus exportaciones según el tipo de cambio llamado comercial –que se cotiza a un 20 por ciento menos que el denominado financiero– es un ‘impuesto encubierto’”. Ares también menciona que la medida “se aplica para estimular las exportaciones industriales”, pero no hay caso. Hasta Ernesto Figueras, secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca, en un tono crítico con el gobierno al que pertenecía, no dudó en declarar que las medidas eran en realidad “retenciones encubiertas”. Es evidente que al campo nunca le gustaron las retenciones ni encubiertas, ni cubiertas, ni descubiertas. En fin, así siguió el gobierno de Alfonsín hasta su final anticipado, atrapado por sus propias claudicaciones políticas y éticas (como todo gobierno progresista), acorralado por las huelgas salvajes del sindicalismo peronista (nada más complicado que tener al peronismo en la oposición) y empujado por los grupos más concentrados de la economía (que ya estaban conformando el nuevo bloque de poder, conocido pudorosamente como menemismo).
En ese contexto, el 21 de agosto de 1988, Miguel Briante publica en Página/12 una extraordinaria crónica sobre los “incidentes del fin de semana pasado en la Sociedad Rural” llamada Del ser (estanciero) nacional. El artículo se encuentra compilado en Desde este mundo. Antología periodística 1968-1995, publicado en 2004 por la editorial Sudamericana y hoy saldado en las librerías de las avenidas Corrientes y Cabildo, y en un cierto tipo de supermercado, llamado también pudorosamente “gran superficie”. El libro rebalsa inteligencia, buena escritura, ironía, y un tono que en la literatura argentina parece irse perdiendo (era la época en que escribir crónicas no “daba moderno”, al contrario, era un trabajo más bien oscuro, en la herencia de Arlt).
Briante comienza el texto sobre el campo con una frase de Macedonio: “el gaucho es el entretenimiento del caballo”. Y luego recorre los recuerdos de las fiestas de diez días de duración organizadas por Dulce Liberal Martínez de Hoz, y las agudas opiniones de Poroto Botana (“antes que la Iglesia, hay dos instituciones que manejan el antiguo campo argentino: la ruleta y el turf”); para detenerse en las posiciones de la Carbap y la Sociedad Rural oponiéndose en 1944 al estatuto del peón lanzado por Perón, y rematar nuevamente con Botana (“es como si los de la Sociedad Rural no se dieran cuenta de que la historia les está pasando por encima”). ¿Cambió algo en estos veinte años? Seguramente muchas cosas en el campo, en las ciudades, en los gobiernos; pero la más importante: ya no tenemos un Briante (ahora tenemos intelectuales que firman solicitadas por Internet, con sus nombres en listas numeradas, establecidas por orden alfabético, como en las viejas listas de la escuela primaria). Algo más. Igualmente notable es su viñeta sobre la muerte de Osvaldo Lamborghini, publicada en Tiempo Argentino el 24 de noviembre de 1985. Va el final: “Raro: él fue nacionalista, toda su vida. Bueno: fue corriendo los alambres hasta que no dieron más”. Qué curioso, los alambres también remiten al campo. Tal vez sea hora de desalambrar.