COLUMNISTAS
textuales

La Iglesia y el sexo II

|

La semana pasada conté cómo me fui alejando de la práctica del catolicismo. Quiero profundizar algunos temas. Mi abuela materna era descendiente de franceses bretones; rezaba mucho el rosario. En la mesa de luz, tenía una de esas vírgenes que brillaban en la oscuridad. Con mis hermanas la poníamos bajo el foco de 100 watts y después apagábamos la luz para ver cómo brillaba. Fue mi primera sensación de milagro. Una vez mi hermana menor tenía un dolor de muelas que la hacía llorar. Mi abuela se puso a rezar el rosario a su lado, cerrando fuerte los ojos, invocando a todos los santos del cielo con una intensidad que daba miedo. No funcionó. Mi hermana aullaba de dolor y le pedía a mamá que callara por favor a la abuela.

Hace unos años, al ver cómo se duchaban semivestidos los participantes de un reality show, me acordé de mi abuela, porque nos contaba que en el colegio de monjas la hacían bañarse con camisón. El pudor de las monjas llegaba a no poder mirarse su propio cuerpo desnudo, era un pudor total bajo el gran ojo de Dios. Las monjas les repetían a las alumnas estos versos formativos: “Mira que te mira Dios,/ mira que te está mirando,/ mira que vas a morir,/ mira que no sabes cuándo”. Los participantes del reality, bajo el gran ojo del rating, también se bañan por partes, sin desnudarse del todo. Quizá sea una misma necesidad de sentirnos mirados, la necesidad de que ninguno de nuestros gestos sea en vano. Las monjas y las alumnas vivían dentro del gran reality show del catolicismo. La madre superiora las convocaba para decirles que estaban nominadas.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Siempre me impresionó que los católicos dejen la educación sexual de sus hijos en manos de gente que niega su sexualidad, o que la desconoce. Sobre todo, porque la pubertad es un momento de vulnerabilidad absoluta. A esa edad, cualquier opinión, cualquier actitud sexual tiene mucha influencia sobre nosotros. Es extraño: los curas no pueden casarse pero pueden dar cursos de orientación matrimonial. Uno de los logros de la Iglesia es la enseñanza de la culpa, no así de la abstinencia, objetivo en el que viene fracasando hace siglos. Si el sexo se practicara sólo con fines reproductivos y dentro del matrimonio, los católicos nos habríamos extinguido hace tiempo. Pero somos legión. “Todo espermatozoide es sagrado”, canta uno de los Monty Python entre sus cien hijos irlandeses.

No estoy hablando de la espiritualidad del cristianismo sino del catolicismo aplicado, bajado a reglas sociales; es decir, qué hacen los curas con esos dogmas, qué enseñan en la comunidad, cómo leen la Biblia, cómo intentan controlar los cuerpos y las conciencias. Por suerte, la sexualidad se abre paso siempre. Hasta Santa Teresa de Avila en la soledad de su claustro tuvo su gran orgasmo místico cuando, según su testimonio, un ángel con una flecha dorada de punta encendida la penetró hasta las entrañas haciéndola gemir con una mezcla de dolor y de dulzura que no deseaba que terminara. Son sus palabras textuales.