La semana pasada, Beatriz Sarlo sintetizó (en “Linda forma de apagar faroles”) parte de su experiencia en la marcha La Patria Está en Peligro”, donde se cruzó con “mujeres kirchneristas que me increpaban como si, por haber sido oposición en los años de Néstor y Cristina, yo hubiera perdido el derecho de ser oposición a Macri”.
Me imagino la escena, que yo también he vivido varias veces, en diferentes registros. Una vez me tuve que bajar de un taxi porque el chofer decidió que mi posición era “insostenible” y me increpó duramente. Fue hace años, viajaba con un amigo que me preguntó por mis adhesiones futbolísticas. Expliqué que de chico había sido llevado a simpatizar con River Plate pero que después, porque uno de mis hijos eligió River y la otra Boca, preferí confesarme como partidario de San Lorenzo, para no herir sus susceptibilidades en un tema que, francamente, me importa más bien poco. “Eso no se puede”, dijo el taxista. Era como si me acusara de jugar frívolamente con los trascendentales. El ser es inmutable y no se puede cambiar. Una posición asumida en algún momento debe vivirse como una cadena perpetua (se trate de una predilección deportiva o política).
Naturalmente, hubiera podido explicarle que se equivocaba y exponer argumentos estructuralistas y posestructuralistas que permiten pensar de otro modo, pero me pareció que no tenía por qué rendir cuentas ante un meterete cualquiera. Y nos bajamos del taxi sin pagar un centavo.
El otro día, mi mamá me devolvió una respuesta parecida: “Es culpa de ustedes, que lo votaron”. Yo no voté a Macri, naturalmente, pero para mi madre no haber votado a ¡Scioli!, el candidato ungido por la señora Fernández, es como haber financiado su campaña.
Las señoras que increparon a Beatriz son como mi madre y como ese taxista: no admiten posiciones complejas, no binarias, que se escapen de los trascendentales: el Bien y el Mal que, para peor, hacen encarnar en figuras caprichosamente elegidas.
Con lucidez y economía de recursos, Beatriz subrayó la “inestabilidad de la política contemporánea”. Yo agregaría que esa inestabilidad, que no nos permite abrazar ninguna certeza para siempre, nos obliga a imaginar en un más allá de lo meramente dado: la política siempre fue eso y no se entiende por qué hoy, tanto los que detentan el poder de Estado como quienes lo pretenden, han resignado la posibilidad de imaginar soluciones nuevas.