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inversiones artificiales

La “inconsistencia temporal” resulta muy cara

Cuando un gobierno hace lo mejor en el corto plazo incumpliendo sus promesas, pierde credibilidad y para recuperarla debe conceder lo que no tiene.

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Como probó el gran economista argentino, Guillermo A. Calvo, un gobierno que hace lo mejor en cada momento, pero incumpliendo sus promesas, termina haciendo el mal. Esto es así, porque los individuos aprenden que no pueden confiar en las promesas oficiales. Por lo tanto, cuando dicho gobierno, para hacer lo que conviene en cada momento, incumple sus promesas, termina sufriendo de falta de credibilidad. Y su mala reputación genera un escenario que está lejos de ser el mejor. Es lo que se conoce en la literatura económica como “inconsistencia temporal”.

Nótese que para este mal resultado de la política, no hace falta un gobierno que pretenda “engañar” a la gente, o mal intencionado.
Sólo se requiere un gobierno que, por falta de previsión, o por impericia, se vea obligado a cambiar de políticas con frecuencia incumpliendo sus promesas previas y cayendo, entonces, en la trampa de la mala reputación.

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Un recurso intermedio que utilizan los gobiernos para moderar los efectos de la mala reputación sobre la credibilidad de sus políticas, es por ejemplo, el “cambio de gabinete”, como un intento de argumentar que “las promesas las habían hecho otros asesores del presidente o del primer ministro”, que se equivocaron “ellos”.

Lo que está sucediendo este año con el gobierno argentino sirve como ejemplo del teorema que expuse sintéticamente arriba. (¡Perdón, Guillermo!).

Veamos el caso petrolero. El Gobierno tomó control del paquete mayoritario de YPF con el argumento que, en manos de una empresa extranjera, la compañía no invertía. No desarrollaba su producción y sus reservas, y giraba dividendos al exterior. Y que, en cambio, en manos del Estado, recuperada la “soberanía hidrocarburífera”, YPF renacería, aumentaría su producción y reservas, mantendría bajos los precios para los consumidores argentinos y resolvería la crisis de falta de petróleo y gas local.

Un año después, con los mismos “actores”, el Gobierno pasa a argumentar que, en realidad, lo que YPF necesita es la inversión extranjera. Y se asocia a una empresa que como Repsol, por las condiciones e incentivos del mercado argentino, también redujo su producción, inversión y reservas. Es probable que el Gobierno haya hecho bien en “incumplir” su promesa estatista, dado que dicha política nos lleva a un desastre mayor.

Pero ahora tiene un problema de falta de credibilidad que hace muy “cara” la privatización de esta porción del yacimiento de Vaca Muerta, dado que, para compensar su mala reputación, debe prometer ventajas y concesiones que, además de ser inconstitucionales e ilegales (una mancha más en el tigre institucional), resultan más gravosas para el país, y con el ingreso de muchos menos fondos, de los que hubieran surgido, sin el antecedente de la confiscación, y mediante un proceso de concesión abierta, transparente, al mejor postor, y en el marco de una ley y la Constitución.

Algo similar ocurre con el blanqueo impositivo y la redolarización del mercado inmobiliario. Después del último blanqueo, el Gobierno prometió “traje a rayas para los evasores”. Sin embargo, ahora, les promete un smoking, champagne y cena gratis, con tal que traigan divisas. Los dólares que se fueron espantados por su política financiera y el clima antinegocios y antimercado creado en estos años.

Primero se echó a los inversores externos y se estafó a los ahorristas en pesos, mintiendo con la inflación, y con tasas negativas. Ahora, con tal que vuelvan, les prometen el “olvido fiscal” y el “secreto fiscal”. Justo un gobierno que nunca olvida y cuya Presidenta difunde, por cadena nacional, información fiscal confidencial de sus compatriotas.

Después de pretender una “revolución cultural” pesificando las operaciones inmobiliarias, los mismos funcionarios, ahora no sólo las dolarizan, sino que, a quién venda su propiedad contra cedin, les entrega dólares “legales”.

En este contexto, no resulta difícil proyectar el bajo éxito que tendrá la inversión externa en hidrocarburos, o el ingreso de dólares. O explicar el alto costo que tendrá, para el país, el “premio” que hay que dar para compensar las inconsistencias temporales de las políticas públicas.

Cuando se cae en falta de credibilidad y reputación, volver de allí, es muy difícil y, sobre todo, muy caro.