Cuando en abril del año pasado Néstor Kirchner asistió al velatorio de Raúl Alfonsín, con gesto adusto se quedó un par de minutos con la mirada clavada en el féretro del ex presidente. “He ido a muy pocos velorios –diría después– porque me quedó muy marcada la muerte de mi padre hace muchos años.” Como confesión me parece tan necia como esa afirmación verdaderamente histórica de Napoleón de que el día más feliz de su vida había sido el de su primera comunión. Kirchner más tarde recordó a Alfonsín como un “gran debatidor que defendía con muchas fuerzas sus ideas” y “un hombre políticamente incorrecto”. Lo de debatidor de ideas no llama la atención. Lo de políticamente incorrecto sí, sobre todo ahora, cuando a la muerte de Kirchner no faltan quienes, repitiendo la misma frase de circunstancia, lo califican de políticamente incorrecto.
Esa característica aplicada tanto a Alfonsín como a Kirchner suena a frase hecha. Pero en la boca de un político las frases hechas son como un hueso en la boca de un perro. A pocas horas de haber muerto empezaron a circular voces que lo trataban de políticamente incorrecto, cosa que dicha por simples ciudadanos apesadumbrados suena casi a delirio. Tal vez lo que intentaban poner de manifiesto es la falta de lógica en ciertas actitudes, pero eso es demasiado poco para tildar a alguien de políticamente incorrecto. Los norteamericanos acuñaron la expresión politically correct con la que designan cualquier opinión que coincida con el igualitarismo, el feminismo, la tolerancia, la libertad, etc. De modo que es difícil tildar de políticamente incorrecto a alguien que, justamente, hizo del igualitarismo, el feminismo, la tolerancia, el matrimonio igualitario y la libertad las bases de su gestión.
Ser políticamente incorrecto es justamente lo contrario: optar por ideales contrarios a la democracia, que sería lo correcto. A menos, una vez más, que lo que entendamos por políticamente incorrecto sea romper las reglas del ceremonial y no abotonarse el saco cruzado, o al modo siempre un poco improbable de hacer frente a enemigos inmensos –me refiero a inmensos sólo considerando su peso específico, del mismo modo que David debió considerar solamente el peso específico de Goliat.
Lo políticamente incorrecto sólo puede ser literario. Es decir, sólo se tolera –e incluso se disfruta– disfrazado de humor negro, en las viñetas, en ciertos comentarios oídos al pasar o leídos en Twitter. Se es políticamente incorrecto para inmolarse –los incorrectos quieren morir solos, y ni así lo logran a veces. Pasar lo políticamente incorrecto a la acción equivale a pisar otro terreno, el de la injusticia. Llamar políticamente incorrecto a Kirchner es como si yo a alimentarme con helado lo llamara “saciar mi hambre de gloria”. A menos que equiparemos a Kirchner con Pergolini, a quien llamamos políticamente incorrecto porque se ríe de Susana Giménez y de Tinelli. Olvídense de la palabra incorrección, que es como decir que Néstor Kirchner era lindo y de modales refinados.