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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

La industria encuentra que su crecimiento tiene límites

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Para entender la situación en la que se encuentra la industria local, es importante repasar cuáles fueron los procesos y factores que permitieron su crecimiento en los últimos años y analizar cómo muchos de ellos hoy están mostrando signos de agotamiento.
La producción industrial tuvo un aumento de 45% en términos reales entre 2003 y 2010. En una primera instancia se vio potenciado por una serie de factores que habían resultado de la crisis y devaluación de 2001 y 2002. La fuerte contracción de la actividad económica había dejado una amplia capacidad instalada y un abundante mercado de mano de obra calificada disponible, sin necesidad de efectuar grandes inversiones en el corto plazo.
Por otra parte, la devaluación del peso y el retraso en el pass-through permitieron sostener un tipo de cambio real elevado y contar con bajos salarios en dólares en relación con otros países de la región. A esto se le sumó el congelamiento de tarifas, que aseguró un abastecimiento de energía a bajo costo.

Este amplio margen para el crecimiento de la industria, con un nuevo esquema de precios relativos, permitió llevar adelante una estrategia de política económica basada en el supuesto que el solo impulso a la demanda agregada podría traccionar un crecimiento de la oferta local. Y así fue. La industria alcanzó, en el período que va de 2003 a 2007, tasas de crecimiento interanual que superaron las que se registraron entre 1994 y 1998 (aun descontando la crisis del Tequila). La inversión creció a un promedio de 25% interanual en términos reales, lo que superó, en ritmo y longitud, el observado en la primera parte de la década del 90. Nada despreciable.
Sin embargo, la economía en general también estaba creciendo a tasas récord (9% promedio), lo que hacía insuficiente dicha tasa de inversión. Puesto de otra manera, no se podría sostener un proceso de crecimiento del PBI a “tasas chinas”, con un ritmo de inversión a nivel latinoamericano. Es así como, hacia inicios de 2007, ya se habían alcanzado los niveles de capacidad instalada previos a la crisis, y las condiciones macro que inicialmente habían impulsado el proceso de recuperación e inversión comenzaban a mostrar signos de agotamiento.La aceleración de la inflación provocó una depreciación en el tipo de cambio real multilateral, mientras que el salario real en dólares se vio incrementado más de 70% promedio entre 2003 y 2007. La recuperación del mercado laboral agotó la amplia disponibilidad de mano de obra calificada, mientras que la abundancia energética mutó a una crisis que forzó paradas de planta en 2007.

Freno. El conflicto con el campo y la crisis internacional resultaron en una contracción oportuna de la demanda interna que ayudó a disimular los cuellos de botella existentes. En 2010, sin embargo, la recuperación de los niveles de actividad económica previos a la crisis volvió a poner estos y otros temas sobre el tapete.
A nivel macro, es claro que una de las principales inquietudes de la industria es el prolongado proceso inflacionario que corroe el tipo de cambio real con un impacto negativo en la competitividad. Pero además, una mirada más micro reflota ciertos cuellos de botella puntuales, sobre todo en etapas intermedias de las cadenas productivas o en servicios complementarios, originados ya sea en un insuficiente proceso de inversiones o en políticas sectoriales desacertadas, que sería oportuno resolver para apuntalar el crecimiento de la industria en general.En este sentido, una de las primeras lecciones que debiéramos tomar de la historia reciente es que la oferta ajusta ante señales de precios negativas. La política de priorizar el consumo interno a bajos precios originó, en ciertos sectores, un fuerte desincentivo a la inversión privada y un estancamiento o reducción de la producción, que hoy repercute en otros procesos productivos a los que sirven de insumos.

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El sector energético es quizá un ejemplo elocuente. En el mercado de hidrocarburos, la falta de inversiones derivó en una caída progresiva en las reservas y producción de gas natural. Al priorizarse el consumo residencial, la menor oferta derivó en cortes a industrias que lo utilizan como combustible, debiendo estas recurrir a alternativas más caras y muchas veces importadas.
En el caso de la industria petroquímica, el gas, además de ser un recurso energético, es utilizado como materia prima. El resultado fue una caída en la utilización de la capacidad instalada y adelantos de paradas técnicas programadas de mantenimiento de planta. Algunas empresas decidieron ampliar su infraestructura para consumir butano y propano (aumentando sus costos de operación hasta 2,5 veces), mientras que otras debieron directamente importar etileno y/o urea.

Déficit. Por otra parte, la industria enfrenta en el mercado local una falta de ciertos insumos intermedios clave (en cuanto a calidad, cantidad o fiabilidad en los tiempos de entrega) que debe cubrir cada vez más con importaciones. De esta manera, el incremento en la producción industrial termina teniendo un impacto negativo en la balanza comercial.Un ejemplo de ello se ve en el caso de la industria automotriz y su requerimiento de partes y piezas derivadas de la fundición de hierro y aluminio y forja. La importación de estos productos creció sistemáticamente desde la crisis de 2002-2003 a una tasa promedio anual del 43%, muy por encima del crecimiento de la industria a la cual provee, acaparando una porción creciente de la demanda local. De esta manera, el déficit comercial de estas autopartes alcanzó los US$ 1.300 millones en 2010, lo que es 12,6% más que en 2008.

No hay que olvidar que hoy en día ya se están evidenciando grandes inconvenientes en infraestructura. Un caso paradigmático es el de Tierra del Fuego, en donde el importante crecimiento de la producción motivada por los programas de promoción industrial choca con las limitaciones en infraestructura, espacios físicos, recepción y gestión de la mercancía, que impactan en mayores demoras de entrega y costos de producción.
Todos los factores señalados anteriormente son de vital importancia para pensar el posicionamiento de la industria argentina en el largo plazo, en el marco de una reconfiguración del mapa político-económico mundial, con una mejor inserción de América latina y los países emergentes.

En resumen, una política industrial de largo plazo debería apuntar a contemplar un contexto macroeconómico estable, con señales claras de precios, que repunten el ritmo de inversión de manera que la capacidad instalada acompañe el crecimiento potencial de la industria. A esto debería sumarse políticas específicas que apunten a una orientación de recursos a sectores clave, que sirvan de soporte a eslabones posteriores de la cadena industrial.