Sabemos que la derecha comanda la producción de riqueza y que la izquierda se va quedando con el universal reclamo de justicia. Los hombres de izquierda conforman un gran pueblo mundial, consciente de la necesidad de solidaridad, de la justicia social y de ir aplicando reformas continuas para lograr una vida equitativa, vivible. Creen que hay que hacer marchar la historia en el sentido de la justicia. Esa “gran conciencia mundial” –como la llamó Malraux– pudo haber perdido el primer round con el colapso del sistema socialista soviético y con la sorprendente estrategia de China a partir de Deng Tsiaoping. Esos millones de hombres que sufren la desigualdad, la exclusión o simplemente la injusticia sienten que el dolor humano es predominante y que la inviabilidad vital es una realidad. Sienten que la “larga marcha” no terminó con la entrada de Mao en Beijing en 1949. Pese al optimismo de quienes creyeron llegados los tiempos del fin de la historia, la historia implacablemente reaparece con nuevos lenguajes, logros y violencias. Occidente y el todopoderoso capitalismo, sobreviviente triunfal de la oposición Este-Oeste que puso en jaque la paz del pasado siglo, se acaba de encontrar con la crisis financiera mayor de la historia del capitalismo. Esa superconcentración viciosa de poder financiero especulador estalló de una forma que el mismo Marx seguramente no pudo imaginar al denunciar la posibilidad.
En estas dos últimas décadas es posible que estemos viviendo la agonía o la muerte de las dos grandes corrientes filosófico-políticas que nacieron desde los hitos Adam Smith y Carlos Marx. La implosión del mundo soviético y la mutación de China se produjeron como casi serenas transiciones inexorables, sin mayores guerras o calamidades. Por inesperada vía implosiva. Algunos autores europeos, como Niall Ferguson, se animan a anunciar señales implosivas en el sistema capitalista mundial. Para Ferguson, la historia de situaciones de decadencia demuestra que las caídas de sistemas o de imperios se producen en forma rápida, inesperada, incalculada por los más afinados politólogos. Es como si una enfermedad espiritual prevaleciese finalmente sobre el hacer de quienes se creen definitivamente adueñados de la realidad. El crecimiento tecnológico-consumista es visible y espectacular; la decadencia espiritual es sutil, imperceptible, como un hábil criminal que no deja huellas aparentes.
Casi estamos ante la necesidad de repensar el mundo y no tenemos pensadores. Los políticos del capitalismo y los de la revolución en realidad no se movieron de las ilusiones del siglo XIX. La armonización entre justicia y democracia sigue siendo el mismo desafío de Albert Camus hace medio siglo. El retorno a una sana austeridad, a la paz del alma y a caminos de vida diferentes, está muy lejos. Los dos sistemas que nos dominaron partieron de una arrogante e ilusoria noción de un hombre general, un ente mundial inexistente. El viaje de la generalidad hacia lo particular y lo diferente será probablemente la aventura que nos espera.
Creemos haber heredado un mundo sólidamente construido, pero los jóvenes se aburren de sólo pensar enfrentarlo, y más bien, como escribió Julius Evola, estamos caminando entre ruinas. La revolución, con su matriz totalitaria, stalinista, y el desopilante capitalismo que termina en el mercantilismo descarado, ya no merecen respeto. Son falsos dioses.
Se abre un nuevo pensar del mundo que deberá superar los enfrentamientos de derecha y de izquierda, como juegos de una infancia perdida. La vieja política no termina de morir y la nueva no encuentra parteros que la hagan nacer. El desasosiego mundial que vivimos, sobre todo en la cultura de Occidente, tiene que ver con un fracaso espiritual, algo que hemos creído secundario o improbable o indiferente.
Todos estamos convocados a aportar nuestra palabra y a reflexionar sobre la calidad de vida que deseamos. Nuestra América estuvo al margen de los grandes sistemas que dominaron y todavía prevalecen casi por inercia. Hay que explotar caminos y soluciones inéditas fugando del convencionalismo ideológico. Tomamos por dogmas ideas que son inventos, ocurrencias que fueron sacralizadas… Pensadores como Mangabeira Ungern, Steiner, Guillebaud, André Gorz, impulsan a internarnos en el bosque maravilloso de lo aún impensado como nueva calidad y forma de vida, individual y comunitaria.
*Diplomático y novelista.