El ministro Boudou explicitó la estrategia oficial con su concepto de que hoy la inflación no es un tema para grandes porciones de la población, aunque puede ser preocupación para la clase media-alta.
La inflación argentina de estos últimos tiempos no es una consecuencia no deseada de un esquema de crecimiento. Es el corolario del intento de maximizar la recaudación de impuestos a la exportación con una política cambiaria a contramano de la evolución de los precios de las commodities que exportamos; y del financiamiento del déficit fiscal con la emisión de pesos del Banco Central, en un contexto en que la demanda de dinero llegó al techo y, de hecho, está cayendo en términos reales.
Como en toda la región, el tipo de cambio real se está apreciando (dólar barato) por la presión de la mayor oferta de dólares comerciales, por la suba del precio de las commodities y por el flujo de inversiones de portafolio, en el contexto de la tasa cero en el dólar y la inyección de liquidez global.
Frente a esto, la mayoría de los países de la región, no sin problemas, eligieron bajar el precio de su moneda y privilegiar una menor tasa de inflación, para proteger a sus sectores más rezagados y renunciando a impuestos a la exportación, de manera de incentivar la producción.
La Argentina, en cambio, optó por sostener el valor nominal del peso, y dejar que la apreciación “real” se diera por mayor inflación: privilegió cobrar impuestos a la exportación, a costa de desincentivar producción, y decidió compensar a los sectores más afectados con la inflación, con subsidios y clientelismo.
Esto le permite cobrar impuestos a la exportación elevados, en el marco de la suba del precio de las commodities, pero al costo de una inflación alta, que se elevó aún más, con la mayor oferta de pesos del Banco Central para financiar el déficit y con el problema estructural del precio de la carne, generado por la equivocada política ganadera de estos años.
La alta inflación, en una economía en cuasi pleno empleo, genera al Gobierno algunos beneficios políticos.
El primero es su relación con los gremios aliados, la “columna vertebral” del proyecto electoral oficialista de 2011. Con inflación alta, el poder del sindicalismo aumenta, dado que son los representantes gremiales los encargados de “negociar” los aumentos salariales, en combinación con el Ministerio de Trabajo.
Durante este año, esas negociaciones permitieron que el salario formal, más o menos, le empate a la inflación verdadera. Por lo tanto, para esta “porción” de la población, “la inflación no es un tema” y si lo es el empleo, atribuido al “modelo K”.
Lo mismo sucede para el empleo público nacional, cuyos salarios también se ajustan casi como la inflación. Esto tiene patas cortas, a la larga la inflación siempre le gana al salario, pero mientras estas patas cortas lleguen a 2011, alcanza.
Por otra parte, como el resto de los gastos del Estado nacional no evolucionan con la inflación real o se pueden “manejar”, la inflación aumenta los ingresos nominales y unos “puntitos” se les puede sacar a los ingresos, sobre los gastos.
Una situación diferente es la de las provincias, que si bien reciben los beneficios del aumento nominal de la coparticipación y del impuesto a los ingresos brutos (con perdón de la palabra), pagan mayormente salarios, por lo que poco pueden “ganarle” a la inflación, sin conflictos. Esto aumenta su dependencia de las transferencias del gobierno central, en especial para obras públicas.
En síntesis, la inflación termina siendo un problema para los asalariados informales, desempleados y cuentapropistas, que compensan parcialmente con más “changas” u “horas extras”. También para los jubilados y, efectivamente, para ciertos sectores de la clase media alta a la que pertenece el ministro.
Con miras a 2011, la apuesta es clara: “Que nos voten los asalariados formales, los subsidiodependientes y los jóvenes de primer empleo. A parte de los jubilados ya les regalamos una jubilación, y a muchos de los otros les seguiremos ajustando con movilidad. A la clase media-alta la perdimos hace rato y si recuperamos a una pequeña parte del campo… Quién te dice...”.
Pero apostar a que te “salve” la inflación alta resulta siempre una apuesta de alto riesgo; si lo sabremos nosotros.