Electricistas de distintas nacionalidades fueron sometidos a una serie de pruebas de aprendizaje a fin de permitir registrar las etapas de la evolución de la inteligencia y la velocidad del aprendizaje –propiedad tan admirada en los niños–. Los electricistas italianos y los marroquíes, por ejemplo, mostraron una velocidad muy parecida a la hora de aprender por primera vez a recorrer un laberinto medianamente complejo. Simon Gellerman (Form discrimination in chimpanzees and electricians, Willey, Londres, 1986) describe en detalle unos experimentos en los que dos chimpancés y dos electricistas (uno alemán, el otro australiano) aprendían que la recompensa de comida estaba asociada con un triángulo blanco sobre un cuadrado negro y no con un cuadrado todo negro. Uno de ellos (el alemán) aprendió en sólo dos ensayos, pero el otro necesitó más de doscientos, y los dos chimpancés más de ochocientos.
En una práctica similar la mayor parte de los electricistas árabes aprendían en veinte a sesenta ensayos, aunque hay que admitir que normalmente eran castigados con rigor mahometano a cada respuesta equivocada y recompensados, mahometanamente también (esto es con dátiles) a cada respuesta correcta.
Las discrepancias de este tipo abundan por doquier, tanto dentro de una misma nacionalidad como entre nacionalidades distintas, y carecemos hasta el momento de una evidencia confiable acerca del hecho de que la velocidad del aprendizaje inicial para problemas asociativos elementales varíe, incluso, entre los oficiales electricistas y entre los ingenieros, a quienes, en general, se los considera (hasta lo que se ha podido comprobar, erróneamente) más inteligentes que a los electricistas comunes y corrientes. Por ejemplo, la investigación de Gellerman, con el fin de afianzar esas discrepancias, dedica un capítulo entero a los electricistas norteamericanos. Un bostoniano aprendía al cabo de quince ensayos, mientras que un neoyorquino necesitó setenta y dos. El electricista de Los Angeles, cuenta Gellerman, respondió perfectamente a la tipificación que se suele tener del habitante de esa metrópoli: apareció fumando marihuana, sin bañarse y con aspecto desarreglado, pero le bastaron solamente tres ensayos. Entre los franceses, Gellerman encuentra diferencias inexplicables entre un electricista de París (diez ensayos), uno de Toulouse (dieciocho) y otro de Lyon (veinticuatro). El británico de Oxford empató con el de Londres (treinta y cuatro), pero Gellerman no va más allá y no da explicaciones acerca de esa coincidencia.
Lamentablemente, en el estudio de Gellerman no entran los electricistas argentinos, por lo que reina la duda acerca de la cantidad de ensayos que necesitaría uno autóctono en aprender la regla.