Una afirmación de la periodista Sandra Russo introdujo un confuso debate sobre kirchnerismo y peronismo en el que hay que aclarar algunas cosas. Ella dijo que “la identidad peronista es el núcleo duro del kirchnerismo”, y la posible “superación” la coloca en un futuro, por ejemplo en figuras como la de Sabbatella.
Agregar la desinencia “ismo” no equipara categorías conceptuales. El peronismo implica un pensamiento político integral, una doctrina, más otros tres elementos: una histórica realización política que contó con el apoyo masivo de la clase trabajadora; un fervor popular que se mantiene vivo y, finalmente, un proyecto político formulado por Perón en su Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, “el documento político más importante elaborado en estas tierras”, según la opinión de Eugenio Gómez de Mier.
Como puede observarse, nada de eso posee el kirchnerismo, que es un liderazgo surgido desde el Gobierno, confuso en sus planteos, carente de planes conocidos como lo fueron los llamados “quinquenales” de los gobiernos del General. Si no hay planificación, no hay peronismo.
Es verdad que el antes mencionado fervor popular lleva al pueblo peronista a votar “por el palo”, como se dice en la jerga, lo cual permitió llevar al gobierno del país a personajes y propuestas que no eran peronistas –incluso contrapuestas–, aunque se amparasen en la foto de Perón: Menem es el prototipo, y Kirchner y su esposa en diversos aspectos también. (Este voto por el palo, incomprensible para el pensamiento liberal, habla de la coherencia imprescindible del movimiento nacional para no fraccionarse ni diluirse; pero el tema escapa al espacio de esta nota.)
Ejemplos de traiciones: la defensa integral e irrestricta de las riquezas naturales, sostenida por la doctrina peronista, no condice con las concesiones de Cristina a la Barrick Gold y a los numerosos emprendimientos mineros provinciales. El tolerado trabajo en negro de cuatro millones de personas tampoco condice con la defensa de la dignidad del trabajador. La compra de YPF por un grupo privado ligado al ex presidente constituye un escándalo máximo de utilización del poder en beneficio de una familia. Y así podríamos continuar…
De aquí se deduce que pertenecer al Partido Justicialista (o al pejotismo) no basta para caracterizar como peronista en sentido pleno y profundo a una persona –que como se vio puede ser un impostor, aunque tenga una trayectoria previa prestigiosa– o a un gobierno como el actual.
Una teoría formalista en boga lleva a denominar “populismo” a experiencias que es necesario diferenciar, porque admitir que un populismo puede ser de derecha o de izquierda no quiere decir que sean equiparables. Por lo tanto, la categoría “populismo”, puramente formal, no es útil para entrar en este tema.
La política de derechos humanos y la presencia de ciertos funcionarios han llevado a un extenso malentendido: habría algún tipo de continuidad entre la izquierda setentista y los gobiernos Kirchner. Pero no hay tal cosa: el delirio –de hecho contrario a Perón– de la “patria socialista” se transformó, simplemente, en un apoyo burocrático a un gobierno que nada tiene que ver con aquellas banderas.
Alfonsín imaginó un tercer movimiento histórico, del que quiso excluir al movimiento obrero organizado. Un Frente para la Victoria (que últimamente viene perdiendo) puede sumar –o pegar con saliva– gente de otros partidos, como el vicepresidente de la Nación, pero esa búsqueda electoral no significa superar el peronismo.
El peronismo será superado históricamente cuando la Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana esté plenamente impuesta, sin tapujos ni chicanas, y entonces la figura del general Perón, como hoy la de Rosas o la de Yrigoyen, sea una imagen universalmente reconocida como inspiradora de una etapa argentina.
Ensayista, autor de La encrucijada argentina.Verdad y mentira del sueño peronista (Sudamericana).