COLUMNISTAS

La irresistible ascensión de Susan Boyle

El primer paseo de Susan Boyle por Britain’s got talent se convirtió en el video más visto de la historia de YouTube, que equivale a decir la historia del mundo. El episodio llegó incluso a un capítulo de Los Simpson. Quieren filmar la pérdida de su virginidad para la posteridad. Este pequeño trozo de ficción televisiva ha llegado en 15 días a más personas que la Epopeya de Gilgamesh, que lleva 4.500 años, así que digamos que sus autores merecen un lugar destacado.

Rafaelspregelburd150
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El primer paseo de Susan Boyle por Britain’s got talent se convirtió en el video más visto de la historia de YouTube, que equivale a decir la historia del mundo. El episodio llegó incluso a un capítulo de Los Simpson. Quieren filmar la pérdida de su virginidad para la posteridad. Este pequeño trozo de ficción televisiva ha llegado en 15 días a más personas que la Epopeya de Gilgamesh, que lleva 4.500 años, así que digamos que sus autores merecen un lugar destacado.
Me metí a ver qué fue lo que ocurrió en esos cinco minutos (editados) de esta señora que, a los 48 años, cantó una canción mersísima frente al subyugado mundo entero. No vi el segundo show, ni tampoco el tercero, que la dejó fuera, internada, acosada por los nervios, pero en cuanto no tenga mucho más que hacer por ahí los vea.


No es fácil diseccionar los elementos de este drama, porque la cosa se presta fácilmente a la chacota. Susan Boyle (ya sea una construcción meditada o un simple object trouvé de la TV) se presenta en la ceremonia sacrificial con un look poco glamoroso, y encarna en su actuación todos los lugares comunes del fracaso (que es el fracaso del ser humano que se muestra en público): Susan balbucea que su ciudad de West Lothian es apenas un conglomerado de pueblitos, parece desconocer las reglas geométricas del escenario, se va cuando la llaman, detenta el más puro acento provinciano de Escocia, en fin: es la antiheroína perfecta. Es su transformación de larva en mariposa lo que fascina a un mundo entero psicológicamente dominado por idénticos, profundos parámetros tribales. Susan cantó una canción cuyo título está elegido como reflectáfora del contenido de lo que está por ocurrir (I dreamed a dream, de Los Miserables). Y ya en la primera frase, un auditorio de quichicientas mil personas se derrite en un “¡oh!” que hiela la sangre cada vez que lo veo. Qué sé yo. A mí la canción me parece una porquería. Pero el evento es conmovedor. Susan cumple con los requisitos del talento pactados. Y este pacto está siempre más cerca de Mariah Carey y sus gorgoritos que de Diamanda Galás y su lúcida, demente oscuridad. El gusto es el gusto. Pero lo que sigue después es una brutal epifanía que va más allá de esas sutilezas. Susan Boyle iba a ser sacrificada por un trío de mediocres y una audiencia de millones (la raza humana entera, o su metonimia televisiva), como en un Circo Romano, pero su linda voz la salvó en un segundo. Como una estampita dibujada por testigos de Jehová, la vemos ascender a los cielos como a Jesucristo sangroso y escupitajeado. El jurado revela el funcionamiento dentado de la máquina que da sentido al programa. Incluso una conmovida Amanda, que no sé quién será, confiesa que estaban allí actuando cínicamente, condenando a esta señora de antemano por su loca pretensión de querer cantar en público, pero sin revelar (¡la muy forra!) que para eso le pagan: para permitir las condiciones horrendas donde poder actuar –alguna vez– estos actos epifánicos. El otro energúmeno (creo que se llama Simon y le toca actuar de ogro) sale mucho mejor parado: haciendo una parodia de su propio rol, da dos vueltas a la cosa y declara impunemente que desde que la vio entrar sabía que algo maravilloso iba a ocurrir. Es un genio de la velocidad y del repentismo, dos valores irreductibles si se trata de sobrevivir en televisión.

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En YouTube se pueden leer millones de opiniones sobre esta breve epifanía, este ejemplo desacralizado que apunta a la existencia de Dios y a sus alcances. Porque Susan Boyle actuó breve pero intensamente un mito: la restitución de la justicia, el triunfo de la verdad sobre la apariencia, y si no –al menos– estableció un nuevo parámetro del talento: ahora no sólo se deberá ser algo bueno para sobrevivir a este evento, sino que además habrá que aparentar una cándida inocencia, una fragilidad algodonosa que lo torne a uno un objeto blando del sacrificio.
El momento hermoso de la ascensión de la entrañable Susan Boyle es multívoco, como todo mito, y puede analizarse desde ópticas diversas: incluso políticas, de masas. A mí me interesa ese profundo misterio que surge cuando las condiciones dramáticas están trazadas con tanta precisión.
Listo. Pretendí ponerme técnico para aprender algo de cómo se representan los hombres de mi época, y sólo me puse tan cínico (pero veraz) como Amanda. ¿Será que también yo creo que me pagan para eso?
Igual la cosa se acabó: Susan perdió contra un cuerpo de baile. Yo, si fuera la reina, y si la popularidad de la monarquía estuviera en jaque, la invitaría igual a tomar el té.