La generación que en los años 60 era joven y políticamente comprometida, conoce bastante bien el tema de las decepciones. Fueron decepciones históricas gigantescas. Pero siempre existe una nueva decepción; una desconcertante y dolorosa decepción. Podríamos llamarlo, para no insistir en el vocablo, desengaño. Tal vez, desaliento.
Observar a jóvenes que vociferan contra Margarita Barrientos porque esta mujer, que acompaña y ayuda a los pobres, tiene buena relación con Mauricio Macri, es desalentador. Ella cumple una labor social y recurre, como todos aquellos que trabajan en tareas solidarias, a quien mejor, más rápido y efectivamente, la ayude a resolver los problemas de centenares de personas que acuden a ella desde hace muchos años. ¿Fue el gobierno de la ciudad el que le prestó ayuda? Muy bien, aprovecha su atención y nutre su comedor social, su escuela, su barrio, con los bienes que le suministran. No parece ser una representante del neoliberalismo, tampoco hay denuncias de corrupción, solamente cumple con su vocación solidaria.
Quienes trabajan para ayudar a los más vulnerables necesitan de la participación del Estado. De otra manera tendrían que recurrir a empresas privadas. No importa si transitoriamente el gobierno es de uno u otro signo. Los pobres son pobres. Y la responsabilidad mayor es del Estado y no de la beneficencia. Hoy le toca a un partido. Mañana a otro, pero el desafío de cualquier democracia es garantizar el bienestar de todos sus habitantes.
Pero existe un sector al que eso le resulta intolerable. Lo dijeron en sus consignas: “Macri, vos sos la dictadura”, gritaron a una mujer que vive en un barrio humilde y que recibe donaciones de comida. Ignoro si son cristinistas, kirchneristas, camporistas o izquierdistas, pero más allá de sus convicciones políticas, lo que evidencian es una profunda ignorancia. Un maestro los enviaría al rincón del aula con orejas de burro en la cabeza. Esos chicos necesitan lecciones de historia para que aprendan qué fue la dictadura, porque es evidente que no tienen la menor idea de los años de plomo, aunque se proclamen luchadores por los derechos humanos.
Alguien podrá argumentar: “Hay que perdonarlos, nacieron en democracia”. Es verdad, pero la edad biológica no disculpa la ineptitud intelectual. Ni la prepotencia soberbia del escrache.
Afortunadamente, no visten camisas negras, hecho que atenúa (un poco) la decepción. Afortunadamente, no llevan aceite de ricino (¿sabrán por qué la referencia al aceite de ricino?). No quiero pensar que se trata de una “contraofensiva” diseñada luego de perder las últimas elecciones. No, no puede repetirse. Sería, en boca de Marx, una farsa. Tampoco puedo creer que se convoque a una “resistencia” como en 1955. Más que farsa, sería patético y sobre todo, criminal.
En 2001 murieron en enfrentamientos con la policía más de treinta jóvenes que hoy tendrían 40 años, sueños, esperanzas, hijos, una profesión. Y no era necesario que murieran. Podría haberse resuelto constitucionalmente, sin violencia. Sin asalto al edificio del Congreso de la Nación. Que no era el Palacio de Invierno. Criminal sería intentar reproducir una historia trágica que puso al país al borde de la disolución.
Hay que advertirles a esos chicos que es necesario conocer nuestro pasado, nuestra historia, para saber de dónde venimos y por qué estamos donde estamos. Habría que recomendarles leer la Constitución Nacional y aceptar las reglas de la democracia, que establece que a veces gana un partido. Y a veces gana otro.
*Coautor de Perón y la Triple A, las 20 advertencias a Montoneros.