El triunfo de Lanata es una de las grandes derrotas de nuestra época. Pero debemos entender que la época comenzó mucho antes de 2003; sí mucho antes, quizás en el ‘76, o con el Rodrigazo o con Krieger Vasena, o en algún otro punto similar; aunque para resumir, podemos decir también que aconteció en los 90, y que en muchos aspectos –Lanata incluido– vivimos una evidente continuidad con esa década. El de Lanata es el triunfo de cierto tipo de periodismo (auto) denominado de “investigación”, que viene de antaño, pero que se consolidó, como nunca antes, durante el menemismo. Hay que entender al periodismo de investigación “progresista” de la mano con el menemismo. Como perteneciente al mismo horizonte de época: el éxito de mercado antes que nada. El best-seller en grandes editoriales concentradas como destino de legitimidad última. Centrado en graves y justas denuncias de corrupción (la apropiación de dineros públicos no es nunca un tema menor, como parece a veces describirlo cierto progresismo de hoy, no es un tema ligth, ni de patas cortas: al contrario, por eso caen gobiernos, aquí y todas partes) ese periodismo aportó también, y sobre todo, chatura argumentativa, desidia intelectual, populismo de mercado, fraseología efectista, y revisionismo solapado. Lanata no hace otra cosa que lo que ya hacía entonces. De eso trabajaba en esos años y ahora también. En los 90 ya era profundamente trivial, banal, rozaba la ignorancia, despreciaba cualquier pensamiento crítico, y todo el ejército –nunca mejor usada esa palabra–de periodistas formados en su escuela, no hacen más que copiarlo (y mal, además). Que haya cambiado de empleador, y que ahora defienda a “los malos”, es un detalle menor, casi irrelevante. El lado “progresista” del periodismo actual es idéntico, pero con menos gracia, diría. Lo sustancial es el carácter militantemente antiintelectual, y por lo tanto populista de mercado, de esa tradición. Después de la experiencia fallida de Critica (el diario que en sus reseñas le ponía puntaje a los libros, como a los jugadores de fútbol. A uno mío una vez le pusieron seis… ¡La saqué barata!) Lanata evaluó que no tenía otra alternativa que entrar al gobierno o a Clarín. Decidió esto último, sometiéndose el escarnio de que su búsqueda laboral se hizo en público, de programa de TN en programa de TN, donde iba de invitado, mientras se lo testeaba en su fe antikirchnerista y en sus modales (que no insultara demasiado, que la cortara un poco con el cigarrillo, etc.). Aprobado el examen, habiéndose vuelto confiable, ahora hace lo suyo con el éxito de público que es previsible en estos casos: es más interesante ver a Lanata que un paupérrimo partido de fútbol entre clubes quebrados. El kirchnerismo intentó crear (con dineros que habría que preguntarse si provienen de fondos oficiales) una red de medios para-estatales. Con la excepción, tal vez, de 678, todos los demás fracasaron. No logran incidir en el debate público, no hacen otra cosa que repetir una letra que ya les viene dada. Fracasó la época al no comprender que el asunto no reside en cambiar sólo los contenidos (menos Mirta Legrand y más Hebe Bonafini) sino sobre todo los formatos, los estilos, las escrituras, las formas audiovisuales y gráficas. La lengua. En eso, ésta ha sido la década perdida.