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La lengua herida

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Nunca diré “Presidenta”, porque sería como escribir “Estudianta” o “Comandanta”. A la obsesión reaccionaria de marcar el género en palabras que de él carecen (y que por eso, son menos sexistas), se suma la ignorancia de la gramática.

A mis hijos les enseñé que el ordinal femenino “primera” no se apocopa, y ellos corrigen como maestras normales a sus amigos cada vez que los escuchan recordar a “la primer novia”. Ni que hablar de la peste que introdujeron los “cientistas sociales”: “al interior de”. En el interior de tu cerebro percibo cierta sordera al lenguaje y cierta tendencia al galicismo, les digo.

En los últimos tiempos, prohibiría el uso de la palabra “selfie” que, entre nosotros, siempre se dijo “autofoto” y que es un invento muy anterior al celular que promocionaba Ellen Degeneres el pasado febrero. ¿Por qué llamar, ahora, “selfies” a las horrendas autofotos que siempre nos hicimos? ¿Qué nos creemos que somos? ¿De qué delirio pretendemos participar al usar vocabulario ajeno?

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Los diarios, cada vez más, perpetúan los barbarismos idiomáticos. Se dirá que la urgencia de la hora (megacanje, cotización del dólar, despidos y suspensiones masivas, Ley Antiterrorista, causas por corrupción, Ebola, Gaza) no admite el prurito de la corrección lingüística, pero la comunicación a balbuceos y mediante palabras que se enhebran con una sintaxis espasmódica no me parece índice de preocupación por la realidad sino debilidad.

Una lengua herida es una lengua débil. Un paso más y será una lengua muerta.