Una cosa que me obsesiona de la lengua es descubrir para qué otras cosas sirve, además de comunicar lo útil (esto es lo obvio) o de asegurar la poesía (esto es lo obtuso). Entre lo uno y lo otro, una gama de maniobras confirma lo precario de nuestro modo de existir en el mundo: a través del lenguaje.
El traductor Ian Barnett me recuerda la anécdota del polari, un viejo dialecto londinense hablado por los gays (más hombres que mujeres) como signo de pertenencia y modo práctico (pero esquivo) de evitar ser detenidos por delitos sexuales, ya que tal cosa constituía -para la policía y la legislación inglesa- el comportamiento de estas minorías.
Muchas palabras vienen del molly del siglo XVIII. Los mollies eran entonces los hombres afeminados y varios de sus vocablos barrocos provenían del parlyaree (así les sonaba el parlare del italiano, que luego escribieron palarie). Era la jerga en ese entonces de los artistas ambulantes, los circos, las ferias, los mendigos sin rumbo. Para todos ellos, lanzados por la borda del mundo, hombres y mujeres de puerto y en fuga, se hacía útil encontrar en ese sabir o lingua franca de los marineros un código que funcionara a un lado y otro del Canal de la Mancha, un puente tendido entre la marginalidad y los centros urbanos donde se concentraba la riqueza.
A comienzos del siglo XX, el viejo polari remozado permitía a los gays londinenses identificarse y segregarse de reuniones generales en grupos más específicos: en polari se puede hacer una proposición indecente (para la ley que los perseguía) sin riesgo, ya que el interlocutor sólo la comprendería si estaba informado del código, es decir, si estaba ya algo dispuesto a participar de alguna de las formas de esa propuesta. El polari –y no es de sorprender en un universo patriarcal– solía feminizar casi cualquier vocablo inicialmente masculino, e invariablemente –con un fondo de misoginia– estas cosas feminizadas eran peyorativas. La policía era Lily Law, por ejemplo. Zsa zsa es castigo, y suena bien parecido a “chas chas”. Y como también sucedió con el lunfardo criollo y carcelario, alrededor de los años 60 comenzó a usarse el polari para hablar también de droga, la única otra cosa tan prohibida como la homosexualidad.
Así surge uno de los más formidables usos del lenguaje: como refugio. Un lenguaje para protegerse de circunstancias adversas.
Siempre he desconfiado de esta explicación apropiadamente lógica pero que se me antoja bastante ingenua. ¿De verdad pensaban los reclusos que si decían cobani (abanico) en vez de policía el agente aludido no se iba a enterar? ¿O que hablar de merluza en vez de cocaína los iba a dejar a cubierto? ¿No serían los policías precisamente los primeros en recibir el nunca impreso diccionario del lunfardo? ¿Y no es casi cualquier palabra que se nos antoje sinónimo de cocaína cuando se trata de hablar de ella? “Vendeme seis gramos de Patricia”, “lo agarraron con toda la penicilina en el bolso”, cualquier cosa sirve y es un misterio. O no: la clave del éxito de toda lengua es la misma de siempre: no radica en si gramática, ni en su léxico, ni en su sencillez, sino en que el otro ya sepa lo que le vas a decir. Perdonen la falta de rigor de mi pesimismo, pero en mis peores días soy de los que creen que casi todo es ruido.
Me gusta pensar sin pruebas que el espíritu de estas lenguas por fuera de la ley es más bien lúdico y no práctico. Lo cual nos lleva a la razón fundamental del lenguaje: la de oponerse a lo real. Son las mismas reglas de cualquier juego: el juego no es ni mentira ni verdad. Es juego.
Y la ficción es exactamente igual que el juego. Y no es mentira. Ah, y es esencial.
Un/a translatrix conocido/a como Sister Debbie Ann Linux of the Virtual Habit ofrece en internet la Biblia traducida al polari, donde “Steve” es “Eve” (y “Adam and Eve” es “Adam y Steve”) y donde “mano derecha” se dice sweet martini. Empieza así: In the beginning Gloria created the heaven and the earth. And the earth was nanti form, and void”, donde “Gloria” es “God” y donde “nanti” (probablemente de “niente”) es la partícula para indicar que el mundo aún no tenía ninguna forma.
Yo creo que sigue sin tenerla.