Según parece, fue una empleada doméstica la que filtró el audio de los reproches que Pampita Ardohain le espetó a Benjamín Vicuña. De ser así, qué ironía, pues las colegas de trabajo de Pampita, brutas y discriminadoras, pretendían descalificarla llamándola Muki (por mucamita). Las nuevas tecnologías han alterado la división de lo público y lo privado; no obstante, lo que aquí sucedió fue todo un clásico: el personal de servicio actuando como espía o infiltrado de clase en la esfera de la intimidad burguesa.
No faltará el machista que diga que cuando una mujer grita así, la protección de lo privado cae, puesto que todo el mundo escucha. Y no faltará el nacionalista que se ofenda, pues un galán extranjero ha ofendido a una belleza argentina.
Lejos de tales posturas, lo que nos deja perplejos es otra cosa: la condición inaudita del deseo. Porque miles de hombres irreprochablemente fieles, fieles por pura devoción amorosa, sólo serían capaces de vacilar en su fervor si la que estuviese de por medio fuese nada menos que Pampita. Y entonces no consiguen concebir que se pueda ser infiel tan luego a la propia Pampita.
El que entendió perfectamente este asunto fue Dios, cuando dictó aquel famoso mandato de no desear a la mujer del prójimo. Porque desear no es en el fondo sino eso: desear lo que no se tiene, desear lo que es del prójimo.
Existe, claro, otro deseo: deseo de lo mismo en lo mismo. Esta clase de deseo es más difícil, seguramente; pero es más plena también.