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comunicacion audiovisual: buen proyecto, malas intenciones

La ley y la trampa

¿Cuál es el motivo profundo del odio que los Kirchner sienten hacia el periodismo? ¿De dónde surge ese resentimiento y esa obsesiva capacidad de castigar todo lo que huela a libertad de prensa?

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¿Cuál es el motivo profundo del odio que los Kirchner sienten hacia el periodismo? ¿De dónde surge ese resentimiento y esa obsesiva capacidad de castigar todo lo que huela a libertad de prensa? La periodismo-fobia es una enfermedad que vienen expresando hace veintidós años, desde 1987, cuando Néstor Kirchner fue elegido intendente de Río Gallegos. Ellos sintetizan tres vertientes autoritarias que de todas maneras no alcanzan a explicar la virulencia de su comportamiento. Primero, sus características personales: son desconfiados, soberbios, maltratadores y desagradecidos. De eso pueden dar fe no sólo sus adversarios políticos, sino también sus amigos y compañeros de ruta, a los que arrojaron por la ventana y convirtieron en enemigos. Hay decenas de ejemplos, pero tal vez el más claro sea el de Alberto Fernández. Segundo, su impronta generacional y formación ideológica dentro de una estructura política que despreciaba las formas burguesas de la democracia o la partidocracia liberal, como se decía en aquella época. Y tercero, su comportamiento de caudillos feudales que consideran a su provincia casi como una estancia de la que ellos son los patrones.

Aun teniendo en cuenta estos tres motivos convergentes, en el matrimonio faltan elementos para entender por qué suelen ver en la información cotidiana conspiraciones diabólicas y destituyentes.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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Todo confirma que la libertad de prensa es la principal enemiga del capitalismo de amigos de los Kirchner. La tarea de los medios de comunicación es la última trinchera de resistencia a un modelo basado en el autoritarismo extorsionador que intenta reducir a la servidumbre a todos los actores sociales con el objetivo de aferrarse con uñas y dientes al poder. Este es el corazón del proyecto de alternancia matrimonial que habían diseñado Néstor y Cristina. Pese a que no se puede mentir a todos durante todo el tiempo, hay que decir que los Kirchner han tenido grandes éxitos parciales para apoderarse y colonizar a distintos estamentos de la democracia y la economía. Los dos pilares de su forma de conducir son el poder y la caja. Espalda contra espalda, uno sostiene al otro.

Es la base de su liderazgo, que reemplaza al carisma que no poseen y al respeto y afecto que no han sabido cosechar.

A buena parte del Poder Judicial han logrado mantenerla a raya gracias al temor que inyectan en los tribunales a través de la posibilidad de premiar o destituir a un juez desde el Consejo de la Magistratura.

A buena parte del Poder Legislativo lo han convertido en una escribanía que ratifica todo lo que viene del Poder Ejecutivo y no le han permitido otra cosa que resignarse al verticalismo y la obediencia debida.

A buena parte del poder económico lo han condenado al silencio durante mucho tiempo y en varios casos han comprado negocios suculentos y estratégicos, ya sea con la billetera de empresarios amigos y cómplices o directamente con la estatización.

Frente a semejante acumulación de poder, la pregunta es: ¿por qué no pudieron todavía, y tal vez no puedan nunca, disciplinar a todos los medios de comunicación? El “capitalismo de amigos” todavía no consiguió su correspondiente “periodismo de amigos”. Y eso que han apelado al más formidable plan sistemático para controlar a todos los medios y evitar que los controlen a ellos. Y eso que han utilizado todos los mecanismos disponibles. Pero hay algo que los Kirchner no entienden y por eso jamás van a concretar su objetivo. La misma expresión “periodismo de amigos” conlleva una contradicción en sí. Una palabra, “amigos”, anula a la otra, “periodismo”. Por definición genética, el periodismo debe tener una mirada crítica del poder. De lo contrario, se transforma en otra actividad llamada propaganda.

Este es el secreto del fracaso de los Kirchner en domesticar al periodismo. El que se deja domesticar pierde su principal capital simbólico, que es la credibilidad, y sucumbe en su capacidad de influencia y alcance masivo.

Sólo basta observar cómo, casi matemáticamente, con alguna excepción que confirma la regla, todas las radios, diarios o programas de televisión que vendieron su conciencia y su esencia profesional fueron perdiendo inexorablemente consumidores de esos productos, auditores y lectorado, como solía decir Eliseo Verón.

Esa es la gran diferencia con otros negocios y otras empresas que los Kirchner pudieron controlar. Las finanzas, la energía, los transportes, la obra pública, son neutrales en el sentido de que no importa quién sea el que las ejecute. No importa si quien gerencia esas actividades comerciales es de derecha o de izquierda, oficialista u opositor.

Los medios de comunicación que son servicios públicos en manos privadas funcionan exactamente al revés. Por eso el gobierno kirchnerista utilizó sus “suprapoderes” para “extorsionar” (utilizando dos conceptos de la Presidenta) con ferocidad y, sin embargo, no ha conseguido nada o muy poco de sus objetivos. Los periodistas más escuchados, leídos y respetados siguen siendo los que soportaron la siguiente batería de misiles antidemocráticos:

* Batieron todos los récords al gastar fortunas en publicidad oficial para llenar los bolsillos de sus socios en los medios y para sostener productos periodísticos insostenibles. Por eso el Gobierno es el principal inversor de publicidad en el país y ya supera a empresas de consumo masivo.

* Violaron la ley y la ética al convertirse en juez y parte, y privar de pauta estatal a medios y periodistas que expresaron opiniones diferentes o publicaron informaciones que no fueron del agrado de “la” y “el” presidentes.

* Utilizaron las inspecciones integrales de la AFIP y las persecuciones fascistas de los servicios de inteligencia para intimidar a propietarios y trabajadores de prensa.

* Utilizaron llamadas telefónicas, afiches, pintadas, folletos, hackeos de páginas web y blogs con el único fin de demostrar poder y capacidad de daño.

* Compraron y siguen comprando medios de comunicación con testaferros, amigos y favorecedores. Igual que en otras áreas económicas, parieron una casta de empresarios de medios cuyo única relación con la actividad es su proximidad al poder y a sus retornos.

* Persiguieron y censuraron a periodistas de medios privados y públicos.

* Tanto Néstor como Cristina, desde la cumbre del poder, fustigaron con nombre y apellido a periodistas sin tener en cuenta la desproporción que existe entre ambas posiciones. Los periodistas más conocidos quedaron expuestos ante cualquier salvaje que pudiera sobreinterpretar las palabras de sus jefes políticos y transformarlas en “acto” mediante una paliza o algo peor.

* También levantaron la indignación de los colegas cuando en sus ataques mencionaron a muchos cronistas de bajo perfil y de modestos ingresos que jamás podrían ni siquiera acercarse a la fortuna que tienen los presidentes con mayor patrimonio de la historia argentina. Otra desmesura alimentada por el sentimiento de venganza.

* Miraron para otro lado y ni siquiera intentaron disimular con un retórico repudio público los atentados que sufrieron oficinas y domicilios personales de personas vinculadas a los medios.

* Presionaron a empresas privadas para que no les dieran trabajo o publicidad a periodistas independientes.

En Santa Cruz mostraron cuál es el “modelo periodístico” que pretenden instalar en toda la Argentina. Hay empresarios y periodistas que impulsaron la xenofobia, las recontra privatizaciones de Menem, la mano dura, humillaron los derechos humanos y hoy entrevistan casi en exclusiva y todos los días a los funcionarios oficiales, incluso a los presidentes Kirchner. Los tratan afectuosamente por sus nombres de pila. Les dicen Oscar, Fabián, Eduardo y se manifiestan gustosos de transitar la alfombra roja que les ponen. Los hacen sentir como en su casa tal vez porque los kirchneristas estén realmente en sus casas.

Ahora está muy clara la diferencia entre libertad de expresión y libertad de extorsión. Está claro quién es la víctima y quién el victimario de la extorsión. El tema es que ahora los Kirchner han declarado la guerra al Grupo Clarín en particular, pero a todo el periodismo libre en general.

Hay dos preguntas que pueden ayudar a abordar este debate de la forma mas ecuánime posible.

La primera: ¿es necesaria una nueva ley que de una vez por todas multiplique las voces y le ponga límites a la concentración de muchos medios en pocas manos? La segunda: ¿usted cree que el Gobierno tiene intenciones de aprovechar esta situación para intentar sojuzgar de una vez y para siempre a los medios? La respuesta a ambas consultas es: sí. Por supuesto que ya llegó la hora de terminar con la emparchada ley de radiodifusión de la dictadura y apuntar a un mayor pluralismo que horizontalice y democratice la circulación informativa. Pero también es cierto que los Kirchner generan una profunda desconfianza. Si algo no han demostrado nunca, es su militancia a favor de un periodismo más autónomo y riguroso. Siempre privilegiaron la información calificada y la chequera hacia los militantes del elogio y la obsecuencia.

De todas manera, el proyecto de ley que enviaron a Diputados es muy respetable y de avanzada. Se puede compartir sus propuestas en el 80% o más. Se nota la mano de expertos académicos. Hay cosas que corregir y modificar, por supuesto. Hay cuestiones muy técnicas, pero tal vez la más importante sea la que autoriza al gobierno de turno a controlar cada dos años las licencias. El titular del Comfer, Gabriel Mariotto, dijo que esa revisión será solamente tecnológica. Pero de todas maneras esa cláusula aparece como una pistola en la cabeza de los medios que no tendrían otro remedio que ponerse la camiseta oficial para que a los dos años no les quiten las licencias con la excusa de una novedad en las vías para transmitir los contenidos audiovisuales. ¿Se entiende? Hay que evitar que los privados se cartelicen. Pero también hay que evitar que el Estado tenga instrumentos para disciplinar al periodismo. Hay otros aspectos cuestionables pero, en general, el texto es un claro avance sobre la legislación vetusta y antidemocrática que tenemos actualmente y, además, un claro avance de la intervención del Estado. El gran problema son los Kirchner. Por eso surgen otras preguntas: ¿y entonces qué se hace? ¿Se deja todo como está? De ninguna manera. Este proyecto oficial y los que tienen los demás partidos políticos deberían debatirse en el Parlamento que viene. Estarán más repartidos el poder y las bancas, y ello aseguraría que el resultado sea una ley diseñada a la medida de todos los argentinos y no solamente de los Kirchner. Además, ayudaría para ir en el rumbo correcto que los diputados y senadores agregaran la ley de acceso a la información, que tanta transparencia puede aportar, y una ley que fije las reglas del juego claras y universales para repartir la publicidad oficial y que extirpe todo tipo de arbitrariedad. Todos necesitamos menos monopolios y menos presiones del Gobierno.

La nueva ley no debe ser ni para Kirchner ni para Clarín. Debe ser para todos los argentinos. Es una de las principales asignaturas pendientes de la democracia. No puede ser aprobada entre gallos y medianoche, de prepo y en treinta días, como dijo Carlos Kunkel. Nadie quiere cerrar o congelar el Congreso de la Nación hasta el 10 de diciembre. Pero no hay dudas de que la actual composición refleja el reclamo ciudadano de 2007 y no el que se expresó hace dos meses.

Eso no les hace perder legalidad a sus decisiones. Pero lo deslegitima para temas estratégicos que deben servir para las próximas décadas y que necesitan una discusión pública serena y racional que involucre a la mayor parte de la sociedad.

No parece ser éste el camino elegido por Néstor Kirchner que al igual que en el resto de sus actitudes va por todo y huye hacia adelante. El jefe de los diputados oficialistas, Agustín Rossi, ya les anticipó a los presidentes de los demás bloques que están decididos a vetar todo lo que se oponga a la táctica que los Kirchner quieren implementar hasta 2011, con el objetivo de llevar nuevamente a Néstor a la presidencia.

Esa actitud también es peligrosa institucionalmente. Felipe Solá lo dijo con todas las letras: “Eso es violentar la política”.

Carlos Reutemann fue en el mismo sentido: “Cada día que pasa, el Gobierno desconoce más el resultado”. Santiago Kovadloff lo puso en términos filosóficos: “Al preservar lo que legítimamente ha sido desacreditado por el voto popular (los Kirchner) consuman una auténtica restauración conservadora”. Varios diputados tradujeron esto al pragmático lenguaje de la sumas y las restas: “Si ellos hacen pesar la mayoría circunstancial y aprueban la ley a libro cerrado y sin consenso, nosotros en marzo del año que viene vamos a derogar esa ley con la misma legalidad con la que ellos la votaron”.

Pensar en un intercambio de vetos presidenciales, de interpelaciones y de insistencias en las leyes vetadas nos puede conducir, irremediablemente, a la máxima tensión social. Eso puede ser caldo de cultivo de una violencia que es la preocupación más grande y grave que se puede recoger hoy entre la dirigencia argentina de distintos niveles. Un conflicto de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo con la Corte Suprema atendiendo temas no estructurales se transforma en una caldera que va sumando presión y que puede derivar en protestas sociales agresivas, cacerolazos masivos, grupos de choque del Gobierno defendiendo la calle y, finalmente, en una crónica de una tragedia anunciada que ningún argentino bien nacido quiere.

Es insólito que personas inteligentes todavía crean en la teoría jurásica de que el periodismo tiene una capacidad diabólica para lavar los cerebros de los ciudadanos y modificar sus comportamientos. Ese paternalismo ya era viejo en los 70. Parece que no registraron que Juan Domingo Perón subió con todos los medios en contra y cayó con todos los medios a favor. Existe en el Gobierno una sobreestimación del poder de los diarios o la televisión y, como consecuencia, una subestimación de la madurez que tienen las personas para tomar sus propias decisiones con total independencia. La historia la construyen los pueblos y no la prensa.

Es posible que en la sociedad multimediática en la que vivimos las noticias actúen como catalizadores y aceleren o frenen determinados procesos que existen en el seno de los países.

Pero todavía no se descubrió tecnología periodística capaz de inventar un líder popular si no tiene carisma o no es la expresión de algún fenómeno social profundo. Igual que la riqueza, hay que redistribuir la palabra. Sin monopolios privados ni estatales.

Pero cuidando que siempre haya dos o tres medios dominantes.

En la sociedad del conocimiento, la equidad informativa no se consigue con diez medios de comunicación chicos. Son presas demasiado fáciles para la voracidad de los gobiernos.

En muchas provincias argentinas se puede observar cómo la “pauta-dependencia” somete aun a los más pintados. En otra ocasión describí las similitudes de Menem y Kirchner a la hora de ubicar al periodismo como el enemigo a vencer aprovechando que los medios no se presentan a elecciones aunque son elegidos o rechazados todos los días. No es la única coincidencia de ambos ex presidentes. Los dos quisieron amordazar al periodismo. Los dos quisieron armar su propio grupo multimedia monopólico paraoficial.

En ambos casos, uno de los principales aliados fue el Grupo Hadad. La única diferencia es que Menem fracasó y Kirchner lo sigue intentando.